Lo del «solo sí es sí» y la legislación que va a consagrar ese principio suscita debates.

Hay sesudos juristas que consideran que esa legislación protectora de la mujer conculca el principio de que una persona es inocente mientras no se pruebe lo contrario. 

Puede ser. Seguramente es así. Pero no es menos cierto que es un escándalo que muchos de los que ejercen violencia de género en el ámbito íntimo queden impunes precisamente por el carácter íntimo del ámbito en el que su violencia se ejerce.

Yo propongo algo así como un crédito de veracidad a favor de la mujer que dice haber sido víctima. 

Tal vez tenga sentido extender un cheque de credibilidad a esa mujer que se atreve a denunciar un atentado contra su libertad sexual. 

Ese crédito podrá devolverse luego en forma de pruebas, indiciarias o de cualquier tipo. Los jueces deberán decidir.

Pero el crédito de veracidad tal vez debe tenerlo la mujer que denuncia. Y ese crédito debe animarla a denunciar.

Quizá sea la única forma de acabar con esa inmensa infamia que representan los incontables abusos sexuales sin castigo que vienen produciéndose desde que el mundo es mundo.

Y, por cierto, tras escribir esto, caigo en la cuenta, al recordar que solo faltan unas horas para el Domingo de Resurrección, que el crédito de veracidad dado a cierta mujer hace casi un par de milenios, modificó la historia de la Humanidad. Me refiero, como es obvio, al relato evangélico.

En ese relato se nos dice que fue una mujer la que dio la noticia de que la tumba estaba vacía. Y fue una mujer la que dio la noticia de haber visto al resucitado. Y como sabemos, esa mujer disfrutó de un trascendental crédito de veracidad…

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