Metafísica para cenar.

Anoche, vino Inna a cenar. 

Mientras tomábamos esa especie de roastbeef que suelo preparar (asando durante 4 horas y media a 85 grados una gran pieza de picaña, untada una y otra vez con Pedro Ximenez), la conversación no tardó en derivar hacia lo oscuro del momento que vivimos. 

Cómo no sentirse abrumado por esta una nueva Guerra Fría que parece ser el prólogo de otro enfrentamiento mundial. Cómo no sentirse desconsolado por la locura bélica en Ucrania (y no solo allí). Como no entristecerse por el futuro cada vez más incierto de la sostenibilidad de la vida en el planeta.

–Para mí que todo esto es obra del Maligno–me dice, tal vez no muy en serio, Inna.

–Lo niego. Es tan sólo obra del homo sapiens. De ese individualismo nuestro, sin parangón con el de otras especies. De ese afán ilimitado de poder y de depredación gratuita que se deriva de ese mismo colosal individualismo. De nuestro brutal sentido tribal.  No, Inna, no hay ninguna necesidad de pensar en ningún Maligno o deidad perversa. Es una hipótesis innecesaria, si me permites parafrasear a Laplace.

–Pero ¿reconocerás que es el Mal lo que caracteriza a nuestro tiempo?

–Puede ser.

–Pues si es el Mal lo que existe ¿por qué no habría de existir una fuente de todo ese Mal, una especie de causa primera oscura?¿Por qué no contemplas esa posibilidad?

–Bueno–le respondo a Inna con una sonrisa–mi padre solía decir que él nunca sería musulmán porque no creyendo en la religión cristiana, que era la verdadera, cómo iba a creer él en cualquier otra que sin duda era falsa…De forma similar, te digo que no concibo ninguna deidad antropomórfica a la que podamos atribuir lo bueno y el bien. Aún con más razón reniego de cualquier deidad en sentido opuesto.

–Lo que pasa–replica Inna–es que tú mismo has reconocido que existe el Mal…no es coherente entonces lo que me dices.

–En realidad, el problema es el verbo ser y en su catastrófica ambigüedad.

–¡Venga ya! ¿Me vas a decir que todo es cuestión de gramática? Recuerda que yo soy filóloga.

–Pues sí, y conviene detenerse un poco en este asunto. ¿Me lo permites?

–Adelante, si no hay más remedio.

–Verás, cuando decimos algo como “el número 13 es primo”, en realidad estamos diciendo dos cosas totalmente diferentes. Por un lado, estamos señalando que “es cierto que el número 13 pertenece al conjunto de números naturales que no tienen más divisores que ellos mismos o la unidad”. Pero, por otro lado, también, y de forma subrepticia, al utilizar el copulativo “es”, estamos implicando que el número 13 es algo que existe. 

–Bueno, puedes tener razón. ¿Y qué?

–Pues que si bien la primera de las dos cosas (la pertenencia del 13 al conjunto de los primos) no suscita la menor duda, la segunda nos lleva a un mundo de complejidad y confusión: ¿existe el número 13? ¿Dónde existe? ¿De qué está hecho?

–Creo que veo por dónde vas…

–No podemos negar que el número 13 existe, pero solo con una forma de existencia, digamos, “lógica” o como “ente de razón”, que dirían los escolásticos. El problema reside en que, muy a menudo, cuando usamos el verbo ser, además de afirmar la veracidad de algo, tendemos a crear existencias meramente lógicas o entes de razón. En este sentido, al decir que el Mal existe, corremos el riesgo de no darnos cuenta de que, conforme a la segunda interpretación del verbo ser o existir, el Mal solo es un ente de razón, como lo es el número 13. Ni el Mal, ni el número 13 tienen un lugar en el mundo de lo verdaderamente real.

–Interesante–me reconoce Inna.

–De la catastrófica ambigüedad del verbo ser, se deriva todo el gigantesco embrollo de la metafísica continental, y me atrevería a decir de la teología. El verbo ser es una máquina de crear hipóstasis. Y a nosotros nos encanta asumir esas hipóstasis como entes reales. Este vicio es un efecto colateral indeseado de nuestra capacidad intelectual.

–O sea–me dice pensativa Inna–que para tí, el Mal, es solo una hipóstasis.

–Así es. No creo que exista un principio operante del Mal, ni tampoco un principio del Bien. No creo que los seres humanos seamos bestias perversas movidas por el Maligno. Ni tampoco creo que seamos criaturas angelicales inspiradas por el Todopoderoso. Participamos de ambas naturalezas, si miramos panorámicamente el fenómeno humano.

–¿Entonces?

–Entonces, limitémonos a llenar nuevamente nuestras copas de Pedro Ximenez. Y a desear que los que mandan en el mundo aprendan un poco de Historia y no conviertan a nuestra especie en una de las más efímeras en pasar por la Tierra.

 –¿300.000 años, no?

–Poco más o menos. Una minucia.