Paripé.

Escucho la radio mientras desayuno y constato que palabra del día es “paripé”, con el sentido de teatrillo, fingimiento, simulación…

Se está usando “paripé” para calificar el encuentro de dos políticos de formaciones rivales.

Paripé es palabra derivada del romaní, que ha adquirido en español el significado de simulación.

Sin embargo, originalmente, paripé significa regateo, que posiblemente sea un sustantivo más apropiado para definir lo que caracteriza a los muchos movimientos de los prebostes y prebostillos en estos tiempos post-electorales.

Paripé es una deformación del romaní parivarti que significa, cambio o trueque. Parivarti se puede relacionar, como tantas palabras de la lengua romaní, con el sánscrito parivrt  (परिवृत्त) que tiene el sentido de cambiar o devolver).  

En la medida en que toda negociación de trueque implica regateo y sobrevaloración de lo propio, el paripé caló adquirió cierto sentido de engaño. Y con este sentido es como entró la palabra paripé en nuestro léxico.

No niego que haya simulación en esta inminente reunión de los dos profesionales de la tramoya. Pero creo que el mencionado significado original de paripé, con la connotación de negociación o chalaneo (a modo de los chalanes, tratantes de ganado) , resulta aún más apropiado. Ya nos enteraremos.

Siempre que se reúnen dos especialistas de la farsa, ya sean prebostes o chalanes, hay regateo e intercambio. Además, por supuesto, de simulación. Es decir, hay paripé.

Bonita palabra. Sintetiza mucho.

La Reina Mab.

Me pide Marta que le escriba un breve artículo para su proyecto de revista orientada al arte y el diseño.

El tema que me sugiere es atractivo. Me propone que sea algo en torno a lo que ella llama “el peaje del artista”, es decir, la contrapartida de la creatividad en términos de ansiedad y malestar interior. No me puedo negar.

Porque tal vez sea cierto que el artista paga generalmente un alto precio en forma de psicosis por su dedicación al arte. Todo parece confirmar esta hipótesis. Es muy extensa la nómina de artistas y creadores célebres con problemas mentales de todo tipo, desde la simple melancolía o el trastorno bipolar hasta la depresión aguda o incluso la esquizofrenia. Bastaría, para confirmarlo, mencionar unos pocos entre centenares de artistas con diferentes grados de psicosis: Durero, Miguel Angel, Caravaggio, Leopardi, Hölderlin, Dickens,  Schumann, Balzac, Degas, Tolstoy, Nietzsche, Kafka, Herman Hesse, Virginia Wolf, Munch, Strindberg, Nijinsky, Rothko…

La vinculación científica entre psicosis y creación artística ya la entrevió Karl Jaspers, médico y filósofo, que allá por 1922 publicó el trabajo seminal titulado Genio y Locura en el Arte. Desde entonces, las investigaciones que vinculan el arte y los desarreglos mentales son incontables. Incluso se habla del “Síndrome de Sylvia Plath”, en referencia a la notable escritora y sus padecimientos depresivos.

Constatada la correlación estadística entre desequilibrios mentales y creatividad, el problema que subsiste es saber si existe algún nexo causal.

Algunos neurocientíficos se limitan a señalar, como hace Damasio, que el sufrimiento interior puede ser un estímulo para las iniciativas creadoras. En un nivel más profundo, otros investigadores se han atrevido a plantear la existencia de características genéticas asociadas a la psicosis que a su vez favorecen el pensamiento creativo. Folley y Doop creyeron encontrar una anomalía genética relacionada con el metabolismo de los fosfolípidos que facilita el pensamiento “divergente” y la irregularidad de la atención, vinculando estos factores tanto a los desequilibrios psíquicos como a la facilidad para concebir ideas alternativas.

Hace algunos años apareció un interesante trabajo de un instituto sueco de neurociencia según el cual el cerebro de las personas muy creativas tiene estructuras similares al de los pacientes de esquizofrenia, en especial en cuanto al elevado número de receptores de dopamina2. El director de ese trabajo, el Dr. Fredrik Ullen sintetizaba el hallazgo diciendo que si pensar fuera de los moldes es la clave de la creación, puede ser que eso resulte más factible si se tiene un molde algo menos perfecto o cerrado de lo normal.

Pero todos estos estudios dejan abierta la gran cuestión. Porque, en principio, los problemas mentales tienden a ser incapacitantes (pensemos en el devastador impacto de la depresión en la actividad de quien la sufre), sin embargo, lo que caracteriza al artista es, esencialmente, su fertilidad en la producción de resultados…¿cómo resolver esta contradicción?

Yo intuyo que acaso la respuesta sea comprender que los desequilibrios mentales–ese aparente peaje que la naturaleza se cobra de los artistas–no son necesariamente permanentes. 

El artista oscila a menudo entre la depresión y la euforia. Y es posible que justo en el curso de ese fascinante viaje desde el “de profundis” anímico, desde la noche oscura del alma hasta el éxtasis creador, el orgullo y la autoestima, se produzca el estallido de la chispa creativa, esa chispa a la que somos ajenos la mayoría de los mortales. El artista habrá pagado un riguroso peaje en términos de ansiedad, de dudas, de tortura interior…pero tras el pago de ese peaje, se habrá abierto para él la anchurosa autopista de la creación. 

Y, en fin, tal vez también cuenta el llamado Velo de la Reina Mab, del que nos habla Rubén, en su delicioso poema en prosa del mismo título. En esa narración nos presenta el poeta a cuatro artistas (un músico, un escritor, un pintor y un escultor) que, desde la miserable buhardilla en la que viven, se están lamentando de sus ansiedades, de sus frustraciones, de sus tristezas por no ser comprendidos ni valorados…

Pero, a esa buhardilla donde se encuentran los dolientes creadores, flacos, barbudos e impertinentes, se cuela por la ventana la reina Mab, soberana entre las hadas, en su carro hecho de una sola perla, tirado por cuatro coleópteros de petos dorados y alas de pedrería, avanzando sobre un rayo de sol,…Y entonces la benevolente reina extiende ante ellos su velo para hacer que vean la vida de color de rosa, para que cesen de estar melancólicos y para que penetre en su pecho la esperanza, y en su cabeza el sol alegre, con el diablillo de la vanidad, que consuela en sus profundas decepciones a los pobres artistas…


Tal vez ese velo de los sueños de la Reina Mab es el que hace posible que los artistas acepten pagar un costoso peaje siempre que eso les permita elevarse, de vez en cuando, desde las tinieblas del alma hasta el límpido cielo de la creación artística.

Savage Africa.

Destacado aventurero y autor de libros de viajes, William Window pasó largas temporadas en Africa, a mediados del siglo XIX, como explorador y estudioso de las costumbres. Contaba con el patrocinio de la Royal Society. Se carteaba a menudo con Darwin, cuyas tesis apoyaba con firmeza.

En una de sus obras más conocidas, “Savage Africa”, Window nos cuenta cómo en cierta ocasión, se enamoró de una belleza de ébano. Se trataba de la hermosa Ananga, hija de Quenqueza, rey de Remo, en el país de los Commi, allá por Africa Ecuatorial Occidental…

Window nos cuenta que su romance con Quenqueza comenzó de un modo, digamos, chusco. Escuchemos sus propias palabras:

Ananga y yo estábamos sentados uno junto al otro en la entrada de mi casa. El sol se estaba sumergiendo en un océano de vegetación; la tierra, liberada de los abrasadores rayos solares, exhalaba dulces aromas y sutiles armonías. El río azul se deslizaba suavemente y besaba las palmeras de la ribera y las hojas caídas que flotaban. Los loros volaban en torno al poblado buscando árboles en los que acomodarse

A medida que llegaba la oscuridad aparecían las hogueras, una tras otra. 

Fuegos en la tierra, estrellas en el cielo, lucíernagas en el aire…Desde una lejana cabaña nos llegaba la voz de una joven, que cantaba y tañía el arpa junto a su amante.

Fue uno de esos momentos en los que el corazón se le sube a uno hasta los labios y le empuja a hacer toda clase de cosas tontas. Así que besé a Ananga, la hija del rey…

Ella gritó, y huyó de la casa como un cervatillo asustado

Ocurre que este modo de saludo (sic) es absolutamente desconocido en Africa Occidental. Ella sabía que las serpientes humedecen con sus labios a sus víctimas antes de devorarlas. Todas las historias sobre hombres blancos caníbales que ella había escuchado en su infancia retornaron a su mente en ese instante. La pobre chica había pensado que yo la iba a convertir en mi cena, y saló corriendo para salvar su vida

Relaté este divertido fragmento de “Savage Africa, The Narrative of a Tour”, en la cena de ayer, cuando (dándole vueltas una vez más al notorio asunto del infeliz ósculo del prebostillo) se planteó la cuestión de si el beso erótico es o no un universal antropológico. No lo es. O mejor dicho no lo era hasta que Occidente, con el turismo, el cine, los medios de comunicación, internet…ha conseguido, también en este ámbito, imponer propios usos y costumbres en la mayor parte del planeta, incluyendo–seguramente– las remotas y románticas tierras del rey Quenqueza y su bella hija Ananga…

En todo caso, pienso yo, la narración de Window es un ejemplo más de que antes de lanzarse a dar un beso en la boca, conviene estar razonablemente seguro de que el gesto no tendrá infaustas consecuencias.

Ajoblanco y fotogramas.

Con la proximidad de Poppea, el súbito alivio del asfixiante clima nos permite por fin cenar al fresco. Mao, como es habitual, permanece inmóvil junto a a nuestra mesa. Está expectante, a la espera de la habitual gratificación que sin duda tampoco faltará esta noche. Le miramos con ternura y hablamos de su muy digna forma de envejecer. A sus catorce años, camina ya muy despacio, renqueando, no oye nada, pero sigue teniendo un olfato prodigioso y a diario juega conmigo a recoger el juguete que le lanzo, trotando por el césped, en busca de ese disco rojo de silicona que solo me devuelve si le compenso-previamente- con pequeñas galletas. Creo que su sordera le ha hecho desarrollar una intuición especial para entender mis gestos y prever lo que me propongo hacer. Me asombro cada día.

La conversación sobre Mao, y estos últimos años suyos que la vida nos está regalando, nos lleva a hablar de la vejez. 

–Entre los humanos, ¿cuándo se empieza de verdad a ser viejo?–pregunta Mercedes.

–Creo que debe haber un conjunto más bien amplio de indicadores–respondo–pero a mí me gusta pensar que empezamos a envejecer cuando notamos que el tiempo se escurre entre nuestras manos; cuando los días, los meses, los años empiezan a pasar ridículamente rápido.

–Pues entonces yo ya estoy envejeciendo–interviene Daniela, recién llegada de Londres–porque yo ya noto exactamente eso. 

–Sí. A mí también me pasa–interviene Mercedes–¿Y cuál puede ser la explicación? Dínoslo tú, que seguro que también lo sabes.

–Psshh…Lo cierto es que la aceleración del tiempo subjetivo a medida que envejecemos es un hecho bien probado. No se conoce bien la causa, pero yo tengo mi propia explicación

–Me lo temía–dice Marta.

–Pues sí. Y la pista me la ha dado el mundo del cine.

–¿El mundo del cine? ¿Es que te lo han explicado en alguna película?

–No, no–replico sonriendo–es un asunto meramente técnico. 

–Explícate, pero sin enrollarte, por favor–me pide Marta.

–Verás, tú, que eres ya una experta en vídeo, sabrás muy bien por qué en las películas antiguas, las del cine mudo, los personajes se mueven con anormal rapidez.

–Claro. Eso es porque se rodaba a solo 16 fotogramas por segundo…

–Exacto, y del mismo modo, cuando tú quieres hacer un vídeo a cámara lenta, programas tu cámara para grabar a 120 frames por segundo. O mucho más, si tu equipamiento lo permite y quieres una “cámara lenta” realmente espectacular.

–Así es. Pero qué diablos tiene todo esto que ver con lo que nos ibas a explicar sobre la percepción del paso del tiempo.

–Todo. A medida que nos hacemos mayores, en nuestro cerebro se va produciendo un enriquecimiento: más recuerdos, más datos, más interrelaciones…Eso implica que el procesamiento de todo aquello que percibimos tenderá a ser más lento, dada la mayor complejidad de la red neuronal.

–¿Y?

–Pues que esa mayor lentitud en el procesamiento es algo equivalente a la grabación de vídeo con pocos fotogramas. Cuando grabamos a 16 fotogramas por segundo (como en el cine mudo), somos “lentos”, porque estamos dedicando en torno a una décima de segundo para captar una imagen; pero si grabamos a 100 fotogramas por segundo, solo dedicamos una centésima de segundo para cada imagen; somos mucho más rápidos.

–¿A dónde quieres llegar?

–Pues que a medida que envejecemos, procesamos cada vez más despacio cada sensación, cada elemento de información, y esto puede ser debido a la sobrecarga neuronal. Eso hace que nos parezca que el tiempo fluye muy rápido. En un año, el cerebro de un niño ha procesado una infinidad de datos, muchos más de los que el anciano ha podido procesar en el mismo período. Por eso la percepción subjetiva del niño es que el tiempo pasa muy lentamente. Lo contrario para el anciano cuyo mundo, ay, se asemeja a una película de Buster Keaton.

–Bueno, tal vez tenga sentido, si bien habría que probarlo–concede Mercedes, con el escepticismo propio de su profesión de psicóloga–pero al menos es una forma de explicar algo esa curiosa diferencia en la percepción del paso del tiempo, que tú consideras uno de los índices del envejecimiento. Puede ser.

–En realidad, hay también una forma más poética de ver este asunto de los marcadores de la vejez–tercia Daniela–yo pienso que la vejez es solo el estado que ya nos hace incapaces capaces de sentir amor.

–Interesante punto de vista, Daniela…pero yo discrepo. A lo sumo es exactamente al revés. 

No es que la vejez produzca incapacidad de amar, sino más bien que el día en que dejamos de amar…¡ese es justo el momento en que empezamos a envejecer!. No es la vejez la que nos imposibilita para el amor, sino que es la falta de amor lo que produce y marca la llegada de la vejez. No es viejo quien ama. Quien no ama envejece. 

Creo que voy a escribir sobre esto mañana en el blog.

–¡Ah, pero si eso ya mismo ya lo escribiste hace tiempo! ¡Lo recuerdo perfectamente! ¡Anda que no te repites!–protesta Marta.

–Mmm…es cierto, ahora que lo pienso. Escribí sobre esa idea hace años. Y no debería repetirla ahora. Pero mira por donde ya tenemos otro criterio más para indicar el envejecimiento: repetimos una y otra vez las mismas cosas…

Y dicho esto nos quedamos los cinco en silencio, disfrutando del ajoblanco, el cual, combinado con las uvas recién cogidas de la parra, es un manjar supremo capaz de hacer pasar a segundo plano cualquier árida disquisición sobre el inexorable paso del tiempo.

Mao sigue expectante.

Not guilty.

Donald Trump, que ayer tuvo que hacer doloroso acto de presencia en una cárcel de Georgia, se declara siempre “no culpable” de sus diferentes cargos.

–¿No culpable? ¿Y por qué no «inocente”, que sería más claro y más contundente?–me pregunta mientras cenamos Mercedes, que acaba de llegar de Berlín.

–Pues ya ves, Mer, es un tema curioso. Y no es obvia la explicación.

Habría que empezar señalando que una cosa es la culpabilidad moral y otra la culpabilidad penal. La culpabilidad moral es una instancia mucho más amplia que la penal. Uno puede ser considerado culpable moralmente, pero solo adquirirá la condición de culpable criminal si encaja su conducta en el estricto tipo penal. En el mundo del derecho penal se aplica un apotegma jurídico en latín (que quizá debemos al Marqués de Beccaria) que sintetiza el llamado principio de legalidad: nulla poena sine lege. Es decir, no hay delito si no hay ley (ley que en nuestro derecho, además, debe ser «praevia», «scripta», «certa» y «stricta»).

–Lo entiendo.

–El Derecho Penal no debe ser un reflejo de todo el conjunto de valores morales más o menos generalmente aceptados. La misión de las leyes penales no es sancionar la moralidad o inmoralidad de las conductas, sino estrictamente reprimir los actos socialmente dañinos o contrarios a los fines del Estado.

–Muy bien. ¿Y qué?

–Pues que la palabra “inocente”, se diría que tiene un rango de significados muy amplio, ya que se refiere, en sentido negativo, a la totalidad de lo inmoral-ya sea o no sancionable- además de a todo lo que es contrario a la ley.  Una persona es, en sentido usual, inocente, si, y solo si, no ha violado la ley ni tampoco ha incurrido en transgresiones morales.

–Mmm…entiendo. Si consideramos que una persona ha incurrido en una transgresión estrictamente moral, sugieres que ya no deberíamos llamarla “inocente”. 

–Eso es. Al menos no en el sentido habitual que damos a la palabra inocente. Por lo tanto, ante un tribunal, el que, erróneamente, se declare “inocente”, estará abriendo un frente demasiado amplio, un frente que será no solo penal sino también moral. Si, por contra, se limita a autocalificarse de “no culpable”, lo que está diciendo es que, independientemente de cualquier juicio moral contra él, su conducta no encaja con el tipo penal del que se le acusa

–O sea que lo de “not guilty” es meramente un tecnicismo que parece proteger al inculpado.

–Esencialmente. Al declararse “no culpable”, se manifiesta que el acusado está exigiendo–de forma enfática– que se deje de lado cualquier consideración moral, cosa que no ocurriría si hubiese usado la palabra “inocente” que es de más amplio espectro, por decirlo así.

–Ajá, lo voy pillando.

–Este matiz es especialmente importante en un mundo jurídico como el norteamericano en el que se aplica sistemáticamente la institución del jurado popular.

–¿En qué sentido?

–Bien puede ocurrir que, tras el juicio, los miembros de un jurado estén interiormente convencidos de la no inocencia de un acusado, pero siendo así que su conducta probada no acaba de encajar con el tipo penal del que se le acusa, se le ha de absolver. Imperativamente. Es decir, puede que no se considere al acusado totalmente inocente, pero será forzoso declararlo no culpable. 

–Curioso.

–Sí. Al declararse “no culpable” en lugar de “inocente” el acusado está enviando un mensaje a los miembros del jurado: “ojo, miembros del jurado, sea cual sea su opinión sobre mí, sobre sí soy o no inocente, limítense ustedes a comprobar si hay pruebas concretas de que mi conducta ha sido punible conforme a la ley, y eso, más allá de cualquier duda razonable”.

–Lo comprendo, pero me cuesta aceptar que ese tipo salga de rositas si no aparecen suficientes pruebas…

–Es lo que hay. Y puede que nos indigne esta posibilidad. Pero es el menor de los males. Hay que defender que una cosa sean los valores morales (o las convicciones personales), y otra cosa la ley penal. Si se mezclan ambas instancias, el camino hacia la tiranía se ensancha.

Porque la tiranía no es otra cosa que la conversión en leyes de los valores morales, opiniones o meros intereses de aquel que ha conseguido ejercer el poder.

El Guaperas.

Hablamos del “accidente” que parece haber acabado con ese jefe de mercenarios y ex empresario de restauración, al servicio (se supone) de Putin. Marta me muestra la fotografía de quien parece que sucederá al difunto caudillo. Es una faz igual de siniestra que la de Prigoshin. O más. Da miedo en verdad.

Lo curioso es que, en ruso, Prigoshin significa precisamente guapo. 

Hay que fastidiarse.

Prigoshin (Пригожин) es un derivado de prigoshi, atractivo. Prigoshi, a su vez, está compuesto del prefijo semántico pri, que en este caso podría tener un sentido de atenuación, y de goshii (го́жий), con el significado de bien, bueno, bello (goshii tiene el mismo antecedente protoindoeuropeo que el inglés good, por ejemplo).

O sea, que el desaparecido señor de la guerra, tan igualito al condottiero dibujado por Leonardo (tan igualito que no me resisto a reproducir por segunda vez el grabado aquí) tenía (o sigue teniendo, vaya usted a saber) un apellido que significaba “guaperas” o “guapetón”.

Sostengo a menudo que la etimología es sabia, pues a veces revela el alma profunda de las palabras. En otras ocasiones, debo reconocerlo, la etimología es meramente aquello que llamamos sarcasmo, que no es sino la forma de desgarrar la carne ajena (sarko, carne) para hacer presa en lo que es cierto

Reacción en Cadena.

Por fin he visto Oppenheimer, en formato Imax, con una calidad de imagen y de sonido insuperables. Pero, en realidad, creo que ambas cosas, calidad de imagen y sonido atronador, son casi lo único que merece la pena de una película que se ha convertido en un éxito de taquilla acaso por el puro Zeitgeist que vivimos, dada la preocupación generalizada ante el riesgo de conflicto nuclear.

Sí. Me ha parecido decepcionante el film de Nolan. Se supone que debería mostrarnos el fascinante perfil de Oppenheimer, a saber a) un coloso de la ciencia y el conocimiento b) un gestor brillantísimo, y c) una personalidad torturada y contradictoria. Pero en la película solo se aprecia el punto c); y realmente no merece la pena tanto despliegue audiovisual para mostrarnos algo de lo que participamos casi cada hijo de vecino.

He leído el libro que inspira la película. Y allí se nos muestra un verdadero genio, no solo en el ámbito puramente científico. Recuerdo un pasaje de American Prometheus en el que se cuenta cómo el adolescente Oppenheimer proponía a su interlocutor que le plantease preguntas en latín, para él responderlas en griego antiguo. Sus hazañas intelectuales eran continuas, desde su niñez. Pero en la película apenas se ve algo más que un pobre hombrecillo desquiciado por los problemas de conciencia…

A pesar de todo, hay algo en la película que me impresionó. Es una idea-fuerza que a mi juicio debería haber sido mejor explotada por el guión. Me refiero a la duda palpitante entre los científicos de Los Alamos sobre si estarían haciendo posible una reacción en cadena que no se detuviese y acabara destruyendo el mundo. Tras la explosión de prueba el 16 de Julio en Los Alamos, parecía que esos temores quedaban despejados. Pero Oppenheimer comprendió, y lo manifiesta en la película, que en realidad, la reacción en cadena ya se acababa de producir…

En estos tiempos de escalada bélica y estupidez encadenada entre los bloques, es fácil comprender aquella convicción apocalíptica de Oppenheimer. 

Salí del cine pensando en la lucidez del científico al entrever una reacción en cadena diferente pero tal vez igual de apocalíptica. Una reacción en cadena ocasionada no por neutrones desatados, sino por imbéciles desenfrenados.

Y está muy bien que una película te haga salir del cine pensando.

Dudo que me ocurra lo mismo cuando vea Barbie.

El beso.

Acaso llevado de un impulso irresistible y víctima de una euforia desatada, el infeliz prebostillo federativo tomó la iniciativa de besar en los labios a la triunfadora futbolista. Y lo hizo ante las cámaras de todo el mundo. De modo que se armó el consiguiente escándalo.

A mí no me interesa mucho el asunto, más allá de asombrarme la imprudencia del alopécico federativo. Pero es que estos asombros me sobrevienen a menudo, cuando leo los periódicos, por lo que ya van dejando de ser asombros.

En la Repubblica, un comentarista alude al asunto y se pregunta si el federativo hubiese forzado ese beso en la boca en el caso de que los campeones hubiesen sido varones. “Claramente, no”, se responde a sí mismo el periodista itálico. Sin embargo, yo opino que también. Me consta que entre los hombres (algunos hombres) no es del todo infrecuente plantarse sin más un chusco beso en la boca a modo jocosa transgresión y con cierto sentido de celebración o agradecimiento. Obviamente, no hay que ser un fanático freudiano para suponer que en esos gestos puede palpitar alguna pulsión homoerótica…

Mas interesante me parece, al hilo de lo que ha ocurrido, el determinar por qué el beso en la boca tiene esas connotaciones sexuales tan intensas, al menos en nuestro entorno cultural. Porque el hecho es que en muchas otras culturas el beso en los labios es simplemente un gesto de profunda amistad. 

En la tradición rusa, por ejemplo, el beso en la boca se ha dado siempre entre hombres sin mayor problema, al parecer como consecuencia de influencias orientales. Y cabe recordar que Heródoto ya mencionaba, un tanto extrañado, la costumbre entre los varones de Persia de saludarse con besos en los labios (siempre que perteneciesen a la misma clase social).

Entre los primitivos cristianos también era usual el beso en la boca como muestra de fraternidad durante las asambleas (el «santo beso» o «beso de la paz«). Lo recomendaba nada menos que San Pablo. Y sabemos que lo que se daban esos cristianos era precisamente un beso en la boca por un texto de San Agustín, quien, en su Sermón 227 se refiere a la proximidad de los labios cuando los cristianos se dan el beso de la paz, una proximidad que debe ser, prosigue San Agustín, trasunto de la proximidad de los corazones…Naturalmente, esta costumbre de besos bucales entre cristianos solo pudo asentarse una vez se determinó que hombres y mujeres asistieran a las misas en espacios separados…Quizá una cosa condujo a la otra.

A la luz de la historia de las culturas, el simple beso labial debe entenderse como un mero gesto de profunda amistad. Por eso, entre los antiguos griegos, ese beso se denominaba con la palabra filema, que a su vez es un derivado de filós, amigo. Los romanos, por su parte, llamaban al beso en general osculum, derivado de os, boca. Y recurrían a otras palabras como savium o basium para referirse a aquellos besos en los que se añadía cierta participación de las respectivas lenguas, dando lugar a lo que en nuestros tiempos los ingleses denominan snogging, los galos galocher y que universalmente se conoce como dar un “beso francés”, modalidad de la que ya daba buena cuenta y materia doctrinal abundante el Vatsayana Kama Sutra, hace como unos dos milenios.

Así que aquí le ofrezco, generosamente, algunos recursos argumentales, de indudable valor antropológico, al alopécico prebostillo, para que acierte a defenderse con solvencia del acoso omnidireccional que está sufriendo. Que diga que aquello fue un simple beso amistoso, sin más contenido, y como mera manifestación de lo que Darwin en The Expresión of Emotions  in Man and Animals, consideraba una expresión universal de afecto, propia de todos los mamíferos (he ahí la iluminadora conexión entre las mamas, los besos y los labios).

O también, si ese tipo es más idiota de lo mucho que ya parece, tal vez pueda argumentar que el beso lo dio, en su condición de autoridad federativa, con el mismo sentido con el que en la Roma republicana daban besos bucales los maridos a sus esposas. Lo hacían al objeto de comprobar si sus mujeres habían cometido adulterio o bebido vino, ambas cosas rigurosamente prohibidas y cruelmente sancionadas por una antigua ley romana atribuida al mismísimo Rómulo. (nos lo cuenta, entre otros, Dionisio de Halicarnaso: “el marido juzga así si la mujer ha cometido adulterio o bebido vino; en ambos casos, Romulo concede castigarla con la pena de muerte”)

Yo es por ayudar.

X

Con la llegada de su muy ufano nuevo propietario, la red social Twitter ha cambiado de nombre y de logotipo, como es sabido. Y esto ha coincidido también con su derrumbe como negocio, pues ha perdido más de la mitad de los ingresos publicitarios y una proporción similar del número de usuarios. Tal vez ambas cosas–nuevo nombre y logo, y catástrofe empresarial–tengan cierta relación causal. 

Ese excéntrico nuevo propietario de la red social ha licenciado al simpático pajarito (así como a la mitad de la plantilla) y lo ha sustituido por una fea X. Es difícil imaginar un error mayor de comunicación.

El pajarito tradicional de Twitter, apodado Larry, que representaba más o menos un azulejo de las montañas, de la familia de los turdidos, era un símbolo de libertad, de vitalidad, incluso de inocencia. 

En cambio, la X tiene una simbología totalmente opuesta. Representa la incertidumbre, el peligro, lo inasequible, aquello que se quiere cancelar. 

La X es realmente algo en sí mismo turbador. Simboliza lo confuso, lo indefinido. De hecho, es un símbolo que se deriva del árabe “shayun” que viene a significar solamente “algo” o “alguna cosa”. Ocurre que, en el siglo XIII, los traductores toledanos de los textos matemáticos árabes recurrieron a la letra X para representar ese sonido “sh” inexistente en castellano. Y este es el origen remoto de la X como símbolo matemático, si bien debemos darle a Descartes el crédito de su uso generalizado en las matemáticas.

Cambiar el pajarito, con su inmenso patrimonio de marca, por la tonta X, demuestra una ignorancia colosal sobre comunicación y también una soberbia desbocada. 

Pero esas, ignorantes y soberbias, son las personas que parecen mandar en el mundo. 

Y esto explica muchas cosas.

Grandísimos canallas.

Alguien importante acaba de declarar que no se está haciendo lo suficiente para promover la paz en Ucrania. Menos mal que alguien levanta la voz en este sentido. En realidad es que no se está haciendo nada en absoluto, que se sepa. Debe ser que hay fuertes intereses en que ese disparate prosiga.

Y, por cierto, hoy, cuando es el día siguiente del estupendo festival del deporte femenino que vivimos ayer, convendría recordar que las mujeres están sufriendo particularmente en el absurdo conflicto que está teniendo lugar en Europa.

No solo es que 60.000 mujeres estén combatiendo en el frente, en la actualidad (y esto solo del lado ucraniano). Cuenta también la especial vulnerabilidad de la mujeres adultas y las niñas en todos los conflictos bélicos. Hay muchos estudios al respecto. Toda guerra, en realidad, es una guerra contra las mujeres.

Por ello, es de esperar y desear que sean las mujeres las que se sitúen a la vanguardia de los esfuerzos de paz; mujeres de ambos bandos que, o bien están combatiendo, o bien están sufriendo la barbarie de la violencia en sus propios cuerpos, o viendo marchar a sus parejas y a sus hijos hacia el matadero, o teniendo que abandonar, tal vez para siempre, sus hogares.

El empuje femenino en contra de las guerras es una constante de la Historia, aunque los libros de texto no hablen mucho de estas cosas, que son las importantes. Pero contamos con una obra dramática fascinante, escrita hace más de dos milenios, que nos da la pista. En esa comedia, vemos que son las mujeres unidas las que se oponen a la guerra y la detienen (eso es lo que significa Lisístrata, ciertamente: “la que disuelve el ejército”). 

En Lisistrata, y para empezar, las mujeres, sabiamente, sostienen que en lo sucesivo deben ser ellas quienes administren el dinero, pues, afirman, ese y no otro es lo que desencadena las guerras…

En uno de los diálogos de la obra de Aristófanes, una autoridad de la ciudad (masculina, por supuesto) le dice a Lisistrata que las mujeres no sufren en absoluto la guerra. 

“Pues bien, grandísimo canalla”, responde ella, “ante todo pariendo hijos y dejándolos ir lejos a servir como hoplitas…” 

Y tristemente, la realidad es mucho más que eso, como deberían tener en cuenta los grandísimos canallas que promueven estas guerras.