Oliver Sacks

  
Voy en estos momentos en el Ave y me doy cuenta que están ofreciendo a los viajeros una película protagonizada por el inolvidable Robin Williams. Esto me trae a la memoria la noticia triste del día: la muerte de Oliver Sacks, a quién Williams precisamente dio vida en la pantalla, en la película Despertares, que al menos a mi me hizo llorar de emoción.

Oliver Sacks, en cuanto científico, humanista, escritor, filántropo en el mejor sentido de la palabra, tuvo una vida envidiable. No es casualidad que sus libros hayan sido bestsellers, y que su biografía haya sido llevada al cine o los musicales (con partitura de Nyman, por cierto). 

Pero me atrevo a decir que su muerte ha sido mas envidiable aún. Porque se ha ido con sus inmensas dotes intelectuales y valores humanos intactos. Y lo ha hecho mirando a la muerte con la serenidad sabia de los antiguos, desde Sócrates a Séneca, Lucrecio o Marco Aurelio. Hasta con sentido del humor. Y en ningún momento, a juzgar por sus ultimas entrevistas, he aquí lo importante, ha dejado de amar la vida.

Sacks se ha ido cumpliendo el consejo de Aristóteles: «el mundo es un espectáculo fascinante que comenzó mucho antes de que tu llegaras, y que proseguirá mucho después de que tú salgas; pórtate bien durante la función y agradece lo que has contemplado cuando te vayas».

Nos enseñó Oliver Sacks que los sombreros pueden ser confundidos con otras cosas. Hoy hay que quitarse el sombrero para decirle adiós.

Mitra

  
El tema del momento, por lo menos en el ámbito internacional, es el colosal desplazamiento de seres humanos en busca de refugio y asilo. Y la vergonzosa pasividad de los gobiernos europeos frente a este problema humanitario. Dentro de unos días, incluso, Bergoglio y Obama, tal vez los dos únicos lideres mundiales actuales dignos de ese nombre, se reunirán para tratar este escándalo que provoca la migración masiva desde Oriente Medio y Africa.

¿Migración masiva? ¿O debemos decir inmigración masiva? ¿O acaso emigración masiva?

Sin duda alguna debemos decir migración. Y de hecho es el término que exclusivamente utiliza el Papa. La razón es obvia. Y es muy lógico que la tenga en consideración Bergoglio, que es líder de una institución esencialmente deslocalizada y de vocación universal. 

Porque lo que es emigración cuando se considera desde el país desde el que sale la población, es inmigración desde el punto de vista de quien la recibe o debiera recibirla. 

Son términos de valor relativo.

En cambio, migración es un absoluto. Abarca a los otros dos.

Migración es palabra de origen latino. En su esencia etimológica significa meramente cambio, mas bien que movimiento. 

La migración es, sí, un cambio. En inglés  subsiste esta acepción original. Por eso, por ejemplo, usamos el anglicismo de decir que vamos a migrar de Windows 8.1 a Windows 10 (cosa que no aconsejo). En esa errónea decisión informática no se mueve nada propiamente. Solo hay un cambio. A peor. Si cabe.

La vinculación etimológica de la idea de migrar con la noción de cambio se comprende al saber que la raíz común de migrar y de mutación es la importante raíz indooeuropea meigw o mei. La misma raiz que está detras del nombre del dios Mitra, precisamente porque Mitra era el Dios del Contrato, el Dios de la amistad o del Pacto con los Hombres (una idea que nos sonará familiar). En antiguo persa, mithra significa contrato, según nos recuerda Pokorny.

También la palabra mutuo esta relacionada con la misma raíz mei. Y hay muchas más, todas ellas con connotaciones positivas, porque para el alma de los hombres primitivos el intercambio y el cambio era un don. La Historia y la vida es como una ameba, que para subsistir se adapta en un sin fin de mutaciones (y por cierto que ameba también se deriva de mei…)

Nosotros deberíamos inspirarnos en esta sugestiva red de significados derivados de la raíz mei. Y deberíamos comprender que la gran migración que esta teniendo lugar puede y debe ser un don para esta envejecida Europa repleta de ciudadanos adocenados, henchidos de mediocridad y conformismo, de pasividad, de falta de fé en el futuro. Los que vienen representan todo lo opuesto a eso. Y quizá por eso han sido capaces de venir.

La gran migración, en el sentido demográfico, puede y debe ser la gran migración, en el sentido etimológico, que el continente y sus languidecientes ideales necesitan.

Necesitamos asimilar esa migración. Si no lo hacemos, lo que habrá migrado definitivamente es el sueño europeo. 

Y que Mitra nos coja confesados.

El Olor del Tiempo Perdido.

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Vuelvo a pensar, ahora que le veo durmiendo a mi lado, mientras escribo, en los sueños de Mao.
Intuyo, como escribí el otro día, que sus sueños no son visuales ni narrativos. No han de ser sueños como los que tenemos los humanos.
Pienso que en su sueño, no debe haber apenas imágenes ni historias, sino solo olores, muchos olores. Olores mezclados, diferentes, inexplicables…Olores que surgen de cualquier sitio, que se transforman, que deleitan o que asustan.
En los sueños humanos me parece que apenas hay olores. Acaso es porque la evolución ha preferido reducir el peso del olfato en nuestra relación con el mundo, a cambio de dotarnos de una visión tridimensional perfecta que, junto con la maravilla de nuestras manos, permitía a nuestros antepasados escoger las bayas de los arbustos, distinguiendo bien las maduras (rojas) de las inmaduras (verdes), e incluso de las que presentaban algún color extraño que sugería peligro (azul).
Pero los perros no necesitan escoger bayas o frutos del bosque. Necesitan sobre todo olfatear el olor a carne y otros alimentos. Por eso, para ellos, lo que no tiene olor no existe. Es ficticio. Esa es la razón de que no presten mucha atención a las pantallas de televisión. No es que no entiendan las figuras que en ellas aparecen. Es que saben que son irreales e irrelevantes (y en eso ganan a mucha gente de nuestra especie).
Esta Weltanschauung olfativa de Mao necesariamente tiene que producir otros efectos. Por ejemplo, pienso que debe estar relacionada con una específica percepción del tiempo y la causalidad en su cerebro. Si el mundo está hecho esencialmente de olores, la noción del tiempo ha de ser totalmente diferente. El paso del tiempo canino estaría relacionado como mucho con las variaciones en esos olores. Pero en esa concepción aromática del tiempo, el presente nunca se diferenciará nítidamente del futuro y del pasado. Será un continuum. Y, envuelto en ese continuum temporal, el perro no buscará, como nosotros, las relaciones de unas cosas con otras. El mundo para Mao será un simple océano proteico de olores que van mezclándose, transformándose, dejando suavemente el paso unos a otros…Un mundo sin tiempo ni causas ni efectos.
En la China imperial, se usó durante muchos siglos un reloj de incienso, al que se llamaba hsiang yin (sello de aroma). Los misioneros jesuitas nunca entendieron su funcionamiento y pensaban que era simplemente un incensario. Su funcionamiento, ahora lo sabemos, era maravilloso. La ceniza, al caer sobre una superficie, iba revelando diferentes figuras. Y esas figuras eran la indicación del transcurso del tiempo.
Pero, medir el tiempo con el aroma del incienso no es lo mismo que medirlo con unas agujas conectadas a un ingenio mecánico. Ni siquiera es comparable con el paso del agua en la clepsidra. El tiempo de los hsiang yin era un tiempo en presente continuado. El aroma no desaparecía del todo nunca, simplemente iba evolucionando, dejando diferentes-y hermosas-huellas de ceniza. No había en los hsiang yin esa dicotomía, ese fatalismo binario de lo que es y lo que ya no es. Y que por tanto ya nunca volverá a ser. El aroma del incienso se expande, permanece, se sucede a sí mismo. Subsiste.
Quizá el tiempo de Mao y el tiempo del hsiang yin sean más ciertos que nuestro tiempo. Tal vez la sabiduría no sea otra cosa sino percibir que el presente, el pasado y el futuro son en realidad la misma cosa. Tal vez la verdadera Iluminación no sea sino alcanzar la suprema intuición de ver (o mas bien oler) que todo es y seguirá siendo uno, hoy, ayer, mañana, aquí y en el último rincón del Universo.
William Blake ya lo intuyó: “If the doors of perception were cleansed every thing would appear to man as it is, Infinite…I see the Past, Present, and Future existing all at once. Before me. O Divine Spirit” sustain me on thy wings.” Sí, Blake sabía que el mundo podría llegar a verse en un grano de arena y la eternidad en una hora…
Proust también comprendió un día, y escribió una obra maestra a partir de ese hallazgo, que acaso existe ese continuum temporal.
Pero lo interesante es que descubrió esa verdad a partir del simple olor y sabor de una madalena mojada en una infusión de tila.
A Mao, y a la sabiduría ancestral china, esa verdad ya les consta. Sin necesidad de madalenas.

El Problema de Platani

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Trebinje (pronunciese Treviñe) es una magnífica localidad de los balcanes occidentales. Forma parte de la República Serbia, que a su vez es, junto con la Federación Bosnia, una de las dos o tres entidades que forman parte de la República de Bosnia y Herzegovina.

Esta República Serbia, o más bien en su nombre original, República Srpska, a pesar de ser Bosnia, es eminentemente de población serbia, pese a lo cual no debe confundirse con Serbia, la nación vecina…

¡Ah, la política y la historia es tan complicada por estas tierras!

En todo caso, más allá de las complejidades geopolíticas, Trebinje es un maravilloso lugar. Paseando por sus calles y sus parques, llenos de gente que parece feliz y confiada, uno siente como si estuviese en un gran pueblo manchego o andaluz, una tarde de sábado. Es una sensación estupefaciente. Puede que tenga algo que ver el hecho de que durante casi una década, los soldados españoles del IFOR y el EUFOR estuvieron por aquí. A lo mejor dejaron su huella en este sorprendente ambiente festivo y tranquilo que se percibe en la localidad. Dicen que esos soldados españoles de la fuerza internacional eran especialmente bien acogidos, como los italianos, porque por lo visto, no eran tan arrogantes y prepotentes como los de otros países del norte. Puo darsi.

Lo mejor de Trebinje, además de esa atmosfera feliz, es su enorme piscina fluvial. La más grande y mejor que conozco.

Lo segundo mejor es su parque principal, con los platanos más gruesos y frondosos que nunca he visto. Casi se hace de noche cuando estás bajo ellos.

Bajo esos plátanos de Trebinje, en la terraza del Joteli Platani, nos tomamos unas karlovacky heladas y descansamos del largo viaje.

Michael, quizá sabiendo que yo he escrito alguna vez que ningún lugar es mejor para jugar con la mente que la sombra generosa de estos árboles, aprovecha para pedirme que le plantee alguno de mis puzzles de matemática recreativa con los que suelo dar la lata a quienes me acompañan en el coche.

Aprovecho rápidamente la ocasión y le pido que me diga cuantas pesadas de balanza hacen falta para discriminar un falso dinar serbio de oro (con peso menor que el de los auténticos) en una bolsa de 2.187 dinares serbios.
Michael piensa un poco y me dice que necesitará tiempo y un papel para responder.

Con sensación de triunfo le digo que no hacen falta cálculos. Basta un poco de inspiración ajá, como diría el inolvidable Gardner.

Primeramente nos podríamos fijar en que 2.187 es potencia de 3, lo que sugiere que ese dígito tiene algo que ver en la solución. Seguidamente, otro golpe de inspiración nos sugerirá empezar con un problema similar pero más pequeño (algo muy aconsejable siempre). Por ejemplo, resolver la cuestión con solo 3 monedas. El método entonces es trivial. Basta colocar una moneda en un platillo y otra en el otro. Y ya estará claro dónde se encuentra la moneda liviana.

El tercer golpe de inspiración ajá es comprender que 9 monedas son tres grupos de 3. Y que podemos empezar considerando los tríos de monedas como unidades. Nos bastará una pesada, colocando un trío en cada platillo y dejando uno aparte, para descubrir el trío “diferente”. Hecho esto, ya estamos en el paso anterior. Solo hemos necesitado 2 pesadas para resolver el problema con 9 monedas.

De forma recursiva, con razonamiento análogo, podemos resolver el problema para 27 monedas, pues al fin al cabo se trata de 3 grupos de 9 monedas. Nos bastarán 3 pesadas.

La pauta de ir elevando la base 3 a las potencias de los naturales es ya evidente. Con 1 pesada discriminamos 3 monedas. Con 2 pesadas, 9. Con 3 pesadas, 27. Con 4 pesadas 81. Con 5 pesadas, 243. Con 6 pesadas 729. Con 7 pesadas 2.187, et sicut ad astra.

Un problema bastante más difícil, prosigo, mientras pedimos otras dos karlovackis, sería si se nos pidiese no solo que identificásemos la moneda diferente, sino también si su peso es mayor o menor que el de las auténticas. Eso ya es más peliagudo. Esta variante del problema tiene una solución bastante ingeniosa para el caso de 12 monedas. Se empieza pesando cuatro y cuatro. Si la balanza se desequilibra hay que retirar 3 monedas del platillo que se ha vencido y sustituirlas por 3 de las monedas que teníamos en el otro. A partir de ahí, según se mantenga la situación de la balanza, se invierta o se equilibre, se pueden obtener sustanciosas conclusiones y nos hará falta realizar tan solo una pesada más para identificar la moneda falsa y determinar si es más ligera o más pesada que las demás. Le invito al lector a que saque por si mismo las conclusiones oportunas. No es complicado.

Este problema de las 12 monedas se conoce también como el Problema de Cedric. Pero no se llama así por el extravagante pero genial matemático francés Cédric Villani sino por una novela de fantasía, escrita por Piers Anthony, en la que una madre debía averiguar cuál de entre doce chicos iguales era Cedric, su hijo. Y tan solo podía hacerlo utilizando una balanza y tres pesadas. Era un problema planteado por el mismísimo diablo.

Interesante, el problema de Cedric. Pero no diabólicamente complicado.

Y además, yo lo rebautizo como el Problema de Platani, en honor del Hoteli Platani de Treviñe, donde nos tomamos unas deliciosas cervezas mientras pensábamos un poco, a la sombra de imponentes platanos.

Las malas noticias.

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Parece que vuelven los muros, las alambradas, los campos de concentración y la discriminación racial a Europa. Quién lo iba a decir.
Tenemos la tentación de pensar que eso se debe a la incompetencia o pasividad de los gobiernos. Es realmente muy cómodo pensar en esos términos. Nos libera de la culpa.
Pero realmente no es así. Tenemos los gobiernos que nos merecemos. Y sus decisiones son las que nosotros mismos inspiramos con nuestra ceguera moral colectiva.
Es la población europea la que está reactivando el miedo atávico al extranjero, ese viejo fantoche.
Y es ese miedo al extranjero es el que está condicionando las decisiones de los gobiernos.
Ese miedo es el que hace que el gobierno de Eslovenia solo acepte cristianos.
Que el gobierno de Hungría despliegue concertinas para sellar sus fronteras.
Que el gobierno británico levante murallas y dicte leyes represoras.
Que el gobierno español haya vetado (junto con algún otro país de Europa oriental) el sensato y prudente plan de cuotas que había elaborado Bruselas.
Es el miedo al extranjero el nuevo fantasma que ahora recorre Europa (basta consultar el último eurobarómetro para convencerse de ello).
Los europeos han vuelto a ver a los extranjeros como mensajeros de malas noticias.
Como en los viejos malos tiempos, se admite y se asume que los extranjeros sean golpeados, atacados, discriminados, tratados como rebeldes…y que lo sean precisamente por su condición de extranjeros.
La renuncia a la utopía de una Europa humanista, solidaria, demoledora de muros y fronteras, deja paso a esta nueva distopía andante, formada por filas interminables de de seres humanos a los que se les niega el sagrado derecho de asilo y acogida.
Lo terrible es que esta ceguera moral es también una ceguera racional.
Europa es un continente envejecido y endeudado. Solo la llegada de nuevas generaciones podrá librar a los europeos de un horizonte económico y asistencial extremadamente oscuro.
Los inmigrantes, incluyendo los que buscan asilo, son generalmente gente joven, ansiosa por trabajar y salir adelante. Hay estudios que demuestran que son más emprendedores que los nativos. También está demostrado que son menos proclives a la criminalidad (pese a lo que se cree) y es un hecho que su contribución neta a las arcas públicas es positiva.
No es muy cierto que reduzcan sustancialmente la oferta de trabajo o impulsen a la baja los salarios, porque por lo general vienen con destrezas propias y diferentes.
Es posible que su llegada afecte inicialmente a la perspectiva laboral de los locales, pero será como mucho en el caso de los locales sin cualificación profesional. Hay modelos que demuestran que el nivel salarial se mantiene o incluso sube, debido a la inmigración, por el juego combinado del consumo, la dinamización empresarial y otras variables económicas. ¿Acaso el milagro norteamericano no se debió precisamente a la actitud de abierta acogida en relación con millones y millones de emigrantes europeos en busca de paz, libertad y trabajo? ¿No ocurrió algo parecido en la Argentina de principios del siglo XX?
En términos generales no es exacto decir que no debemos admitir emigrantes porque aquí no hay trabajo para todos. Eso es una falacia fácil. Tiene todo el aspecto de una verdad autoevidente. Pero es una falacia.
Un plan racional pero firme y efectivo de acogida e integración laboral para los inmigrantes que buscan asilo huyendo de la muerte en Siria, Afganistan, Yemen, Libia, Africa Oriental…no solo sería admirable en términos humanitarios, sino perfectamente válido por razones de política económica a medio y largo plazo.
Lo malo es que para que ese plan tenga lugar, sería preciso actuar sobre esos miedos atávicos que ahora han colonizado las mentes de los europeos. Y eso a su vez, exigiría valientes tomas de posición por parte de los líderes sociales.
Pero yo no encuentro por ninguna parte a esos líderes sociales. Ni escucho sus tomas de posición.
Los “transversales” emergentes no dicen ni mú, no sea que los pronunciamentos en este tema vayan afectar a sus perspectivas de lograr “la hegemonía” en las urnas…
Y la izquierda (?) tradicional ni está ni se la espera. Seguramente por parecidas razones. A su garboso líder solo lo he visto en la prensa de estos días, fotografiado en un photoboot, cual personaje de las revistas del corazón, muy risueño y en compañía de su señora esposa, también muy sonriente.
Y entonces me ha venido a la cabeza otra frase lapidaria de Brecht:
Aquel que se está riendo es que no se ha enterado de las malas noticias”.

Sulfuro de dimetilo

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Marta me dice que ya está añorando el olor a mar, ese inexplicable perfume que parece provenir del fondo del océano y que hace un par de noches percibíamos en todo su esplendor quintaesencial saboreando las ostras con las que nos agasajaron en lo que fue hace siglos el enclave de Epidauro.
En realidad, ese olor está perfectamente identificado por los químicos. Es el sulfuro de dimetilo. La misma sustancia que fácilmente detectamos en el ajo o en la col cocida. En el mar, es producido, de una forma tan masiva que cuesta imaginarlo, por los millones de metros cúbicos de algas. Su papel es esencial no solo para la vida océanica, sino para la formación de las nubes y la creación de lluvia, a través de un complejo proceso en el que intervienen ciertas bacterias y los mecanismos de evaporación del agua del mar.
Recientemente, se ha descubierto que el sulfuro de dimetilo es también lo que permite orientarse a las aves marinas. Hasta ahora se pensaba que estas criaturas se orientaban en sus vuelos por algún tipo de brújula situada su pequeño cerebro. Pero yo siempre me extrañaba mucho de esta hipótesis. Una brújula no sirve para mucho si no consigues tener un mapa a mano (o si no lo has creado tú mismo previamente). Lo puedes comprobar cuando quieras. De modo que quienes sostenían que las aves se orientaban por sus brújulas, estaban asumiendo implícitamente que los albatros tenían acceso a Google Earth o que las gaviotas llevaban encima el mapa de Michelin…
En realidad, al final parece que lo que orienta a las aves marinas es una finísima sensibilidad para detectar el sulfuro de dimetilo. Gracias a esa sensibilidad, saben volver a tierra después de haberse alejado muchísimas millas mar adentro.
Debemos grandes cosas al sulfuro de dimetilo. La vida de las aves marinas. Las lluvias. Y aquella noche en Cavtat, cuando el maravilloso sabor de las ostras nos contaba en cada bocado una historia diferente de mar y libertad.

Ciao

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Tenemos que decir ciao, por el momento, al Jadranski more, al mar Adriático.

Ciao a ese mar que los antiguos llamaban primeramente Mare Supero, por oposición al Mare Infero, que era el Tirreno, y luego Golfo de Venecia, en reconocimiento a quienes fueron durante siglos señores efectivos de estas aguas y costas.

Ciao tiene sentido por estos andurriales. Porque en Dalmacia y en Illiria, esa palabra, sirve tanto para saludar como para despedirse. En Italia se usa mas bien para saludar, no tanto para decir adiós, que requiere otras fórmulas de todos conocidas.

A mí no me convence el ciao en ningún sentido. Etimologicamente significa algo mas bien feo: yo soy tu esclavo. Io sono il tuo schiavo. Es por tanto una fórmula parecida a la salutación «servus» que todavía se usa algo en centroeuropa. Pero en el mundo eslavo y en Italia está mucho más generalizada, precisamente porque durante siglos, los esclavos por antonomasia eran las gentes de estas tierras y eso hizo que el original servus se sustituyese frecuentemente en el bajo latín por esclavus, es decir, por eslavo.
Aquí se decía ciao en un sentido muy propio, por lo tanto (independientemente de que el término eslavo para esclavo no tuviese mucho que ver, pues siempre ha sido «rob», en tanto que «slav» nos remite a la idea de «palabra», «los que hablamos»…)

Marta me pregunta si en castellano tenemos algo parecido a esto del ciao. Se me ocurre mencionar por ejemplo esa vieja y quizá ya felizmente obsoleta costumbre de hacerse notar (por ejemplo en las colas del mercado al dar la vez) proclamando: ¡servidor! o ¡servidora! O las vetustas fórmulas epistolares del tipo»su seguro servidor» e hipocresías parecidas.

En todas partes hay siervos y amos. Pero a veces los amos se convierten en siervos. Así nos lo indica precisamente un poema de Gundulic, la gloria lírica local de Ragusa (una ciudad que como otras urbes croatas tiene una historia llena de poetas que además fueron políticos, o que inspiraron a los políticos, lo cual no es de extrañar en ambientes fuertemente nacionalistas; al fin y al cabo todo el siglo XIX europeo nos evoca movimientos políticos inspirados por vates entusiastas, desde Byron a Victor Hugo, pasando por Lamartine; y ahora, en la India neonacionalista, también florecen en abundancia los que hacen política a golpe de estrofa).

Transcribo encantado los versos de Gundulic, que también copio después en su versión original por si alguien quiere valorar la sonoridad en serbo-croata. Será divertido identificar la rueda, «kolo«, (como el griego kolon, que nos lleva la raíz indoeuropea kokulo, rueda o kel, lo curvado, lo retorcido sobre sí mismo, como el colon),  la corona, «kruna«, el emperador, «car», pronunciado sar, como zar, o césar, o el sable «sablje«. El verso final- a tko car bi, rob je sada-que habla de esclavos y emperadoreses deliciosamente sintético-y sabio-, y nótese también el término ustaje, del verbo eslavo ustali, elevar, alzarse; verbo en el que algún lector bien informado sabrá reconocer el origen terminológico de un espantoso movimiento nacionalista croata que se alzó un mal día en nombre de la sagrada patria hvarska y cometió crímenes tan bárbaros que hasta la Gestapo se escandalizó, que ya es decir…

“La rueda de la fortuna gira sin parar: / quien estaba arriba ahora está abajo / y quien estaba abajo ahora vemos que se eleva / A veces, la corona está sobre el sable, a veces el sable está sobre la corona / Ahora un esclavo es elevado al trono del imperio / Y quien iba para emperador ahora es un esclavo»

(“Kolo od sréce uokoli vrtéci se ne pristaje: / tko bi gori, eto je doli, a tko doli gori ustaje. / Sad vrh sablje kruna visi, sad vrh krune sablja pada, sad na carstwo rob se uzvisi / a tko car bi, rob je sada. )

Huelo, luego existo.

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Esta noche, ya de vuelta de Bosnia, he soñado con Mao.

Le echo de menos. Lo está cuidando estos días Agustín, así que debe estar muy feliz, aún en nuestra ausencia.
Yo sueño con Mao. Me pregunto si el sueña con nosotros. Tal vez sueñe con nuestros olores. O con los olores relacionados con nosotros.
Si es verdad que el mundo de los perros es un mundo de olores, sus sueños deben ser alguna suerte de confusión caótica de aromas inexplicables, surgidos de sitios improbables. Acaso árboles que huelen como barbacoas. O oleadas de aromas de hierba que parecen salir de la librería junto a la que se extiende su cama.
Yo también estoy viviendo en estas islas un sueño de olores. Lovrep me ha enseñado a detenerme por los caminos de ese vergel que es la isla de Sipan, y a distinguir en unos instantes el viento impregnado de ruzmarin (romero) o de bosiljak (albahaca) o de timijan (timo). Desde lo alto de la ermita respiras y parece que llegan todos juntos.
Qué baño de realidad caminar por estos senderos de la isla y aspirar sus perfumes. No hay nada más real que los olores. Descartes se equivocaba creyendo que lo más básico y elemental que podemos saber es que pensamos. Eso no es cierto. El “yo pienso” cartesiano encierra ya de por sí una complejidad abismal. Lo correcto hubiera sido decir “huelo, luego existo”. Y si acaso cimentar sobre esa verdad simplísima e irrefutable todo el sistema filosófico.
El olfato es el más primitivo de los sentidos. Ontogenéticamente, desde luego. Y acaso también filogenéticamente. El sistema olfativo neuronal tuvo tanto éxito que, con el tiempo, ese pequeño montículo de tejido sensorial situado encima del tendón nervioso se desarrolló hasta convertirse en el cerebro. Nuestros hemisferios cerebrales fueron en un principio elementos del sistema olfativo.

Tenemos ideas porque un día tuvimos olores.

Arriba.

  
En Mostar hay decenas de mezquitas. Y otras tantas iglesias. Unas veces oyes las campanas. Otras veces el grito del muezzin. A veces ambas cosas a la vez. En pocos sitios más ocurre esto.

Lo curioso es ver cómo compiten en altura las dos confesiones. Es muy obvio que cada construcción trata de llegar algo más alto que su rival más próximo. El resultado son campanarios y minaretes elevadísimos. Los cristianos han conseguido zanjar la disputa levantando una enorme cruz en el monte que domina la ciudad. Pero los musulmanes dicen que al menos una vez al mes, la media luna del Islam ilumina el cielo nocturno desde mucho mas arriba que esa cruz de los infieles, demostrando que en realidad no hay mas Dios que Alá.

Da que pensar esta inflación monumental. Me trae a la memoria, por ejemplo, el hecho de que la raíz etimológica de crska, iglesia en serbocroata, sea el indoeuropeo keu, que está relacionado con la idea de hincharse, de inflarse, como lo hacen los poderosos, los amos, los que mandan. Los que están arriba.

Sahovnica

  
Marta me dice que me debe gustar la bandera croata, puesto que incluye un tablero de ajedrez. Le respondo que no. Primeramente porque no me gusta ninguna bandera. Y mucho menos la sahovnica croata, que no me evoca el juego rey sino cosas y sucesos históricos bastante más tristes. Además, ese tablero reducido no tiene mucho que ver con el ajedrez, tal como explican los expertos en escudos de armas y heráldica. No hay que hacer caso de esa fábula croata que habla de un cierto territorio ganado en una partida por un sabio rey croata. Tanto ese rey croata como esa decisiva partida son un elemento más de la mitología nacionalista y de la necesidad de inventar fantasías históricas para dar combustible narrativo a la locura nacional. Las leyendas sobre disputas territoriales dirimidas sobre el tablero son una constante del folklore medieval y las encontramos desde Bagdad a Sevilla o Toledo.

Es verdad, por otra parte, que el ajedrez es popular en Croacia. Pero lo es mucho menos que en las vecinas Republicas de la antigua Yugoslavia que siempre estuvo en cabeza del ajedrez mundial, casi a la altura de los rusos. El genial Pirc era esloveno. Lo mismo que Vidmar o Bruno Parma. Y la pléyade de grandes ajedrecistas serbios es llamativa. Desde Ivkov a Gligoric, pasando por Ljubojevic o Matanovic.

En honor del ajedrez croata solo podemos mencionar al vehemente Trifunovic, a Kasparov, que tiene pasaporte croata, al gran compositor de problemas Petrovic, y sobre todo, al hecho de que, por lo visto, las mejores piezas de ajedrez jamás creadas son las del llamado diseño Dubrovnik, una variante del Staunton promovida por Tito de cara a las olimpiadas de ajedrez que en 1950 se celebraron en Ragusa y tuvieron a Yugoslavia como ganadora. 

Las piezas «Dubrovnik» carecían de las evocaciones monárquicas o religiosas del ajedrez europeo clásico (rey, reina, obispo…). También, los alfiles se coronaron con una bolita de color opuesto al suyo, por los visto para evitar la confusión con los proletarios peones…

A mi no me gusta nada el ajedrez «Dubrovnik», pero Fischer decía que era el mejor de los diseños y el que mas favorecía el análisis. Y Fischer tiene mas autoridad que yo en este tema.