Lógica y Fantástica para el 2019

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Ante el curioso empate en la votación de los 3.030 asistentes a la asamblea de cierta organización política, se ha armado un buen lío de opiniones cruzadas respecto a la probabilidad de una votación como la que ha tenido lugar. Muchos tertulianos, evidentemente anuméricos de solemnidad (es decir, analfabetos en números, si cabe la expresión), han sostenido muy convencidos que ese resultado es tan poco probable “como que te toque el gordo de la Lotería”.

Hace unos años se celebró una votación de un grupo político en la que intervenían 3030 asistentes. Y resultó en empate. Se armó un buen lío. Muchos tertulianos indocumentados sostuvieron que eso indicaba inequívocamente la existencia de tongo.
En realidad, la votación de marras era en tercera vuelta. Y las dos votaciones anteriores habían mostrado una situación de sorprendente equilibrio entre las dos posturas. Por lo tanto, conforme a la lógica bayesiana, que nos invita a tomar nota de los datos conocidos de la realidad para corregir o modular lo que la pura modelización matemática apriorística nos sugiere, podríamos pensar que más o menos, la probabilidad de que un voto fuese en un sentido o en otro era equivalente. La tercera votación debió ser un experimento muy parecido a lanzar al aire 3.030 monedas. Y, siendo esto así, a priori, la probabilidad de que el resultado fuese un empate no era muy alta (apenas un 1 entre 70 como corresponde a la binomial que se aplica al caso).
Ahora bien, en la anterior votación, las opciones solo se separaron por unos 10 votos. Esto es estadísticamente inusual. Si tiras al aire 3030 monedas, lo habitual es que obtengas una diferencia de resultados en 6 veces mayor (puedes comprobar esto mediante teoría de la Probabilidad o, si lo prefieres, convencerte de ello usando unas cuantas veces cualquiera de los muchos simuladores de lanzamiento de monedas que existen en la Red). Contamos pues con una información adicional muy valiosa que nos hará sospechar que un simple cambio de opinión de un puñado de asistentes podría llevar a un resultado opuesto igualmente ajustado…o a un empate. Esto es de nuevo una forma de pensar netamente «bayesiana». Bayes nos hizo ver la inversa de la famosa frase de Engels, en el sentido de que «la lógica del pensamiento tiene que acudir siempre en ayuda de la insuficiencia del conocimiento». Pensar bayesianamente es comprender que la lógica del conocimiento tiene que acudir a menudo en ayuda de la insuficiencia del pensamiento…
En suma, sorprenderse por el empate de esa célebre votación es tan poco lógico como soprenderse porque en el sorteo de la Lotería resulte agraciado un número con cinco cifras iguales (un resultado tan probable como cualquier otro). La intuición puede extrañarse del aparentemente singular suceso, pero la lógica viene en nuestra ayuda y nos certifica que esas cinco cifras iguales no son más improbables que cualquier otro resultado.
La intución juega malas pasadas, especialmente en el campo de la probabilidad y la estadística. Esto le pasa, por ejemplo, a Marta, que se queja de que su autobús a la Universidad, que debería pasar, en principio, cada 15 minutos, le hace siempre esperar bastante más de los 7,5 minutos que ella consideraría lo normal.
En realidad, si un autobús pasa teóricamente cada 15 minutos, no es correcto pensar que el intervalo más probable sean 7,5 minutos. Quien piensa eso, ofuscado por el llamado “sentido común”, está asumiendo que los intervalos posibles van de 1 a 15 minutos, y por lo tanto, 7,5 minutos sería el intervalo “normal” o “más probable. Esto es erróneo. Sobre todo porque entre los intervalos posibles hay que incluir la larga cola de la distribución, es decir, los intervalos superiores a 15 minutos.
Si la llegada del autobús a la parada se comporta como una variable aleatoria, modelizable por un proceso de Poisson, y con tiempos de llegada que se ajustan a una distribución exponencial (lo cual podemos en principio suponer), entonces, el intervalo que podemos esperar cuando nos acercamos a la parada para tomar el autobús que, teóricamente llega cada 15 minutos es…15 minutos.
Triste pero cierto. Y explica bien la frustración de Marta en sus viajes a su facultad.
En realidad, también podríamos haber llegado a esta conclusión de los 15 minutos de intervalo medio teniendo en cuenta lo que se denomina técnicamente “amnesia de Poisson”: tú llegas a la parada del autobús y no sabes nada de lo que ha ocurrido hasta tu llegada. Ni nada de eso puede influir en tu estimación. Por lo tanto, debes atenerte al tiempo medio de paso que el Ayuntamiento ha fijado para el transporte. Es decir, lo razonable es que asumas 15 minutos de espera. No 7,5.
En fin, tanto en el caso de la votación empatada como en el el del tiempo de espera del autobús, son ejemplos, hasta cierto punto paradójicos, de la insuficiencia de la intuición y del llamado sentido común. En el campo matemático es muy fácil poner de manifiesto esa insuficiencia. Pero en otros ámbitos es mucho más difícil y esto es quizá lo que explica por qué los seres humanos discutimos tanto y nos cuesta ponernos de acuerdo.
Creo que haría falta mejorar la formación en lógica de los niños. Entrenarles en la desconfianza sistemática de las primeras impresiones. Promover en ellos el rigor intelectual y la capacidad para elaborar demostraciones formalizadas de los argumentos. O al menos exigirlas.
Haría falta enseñar a las nuevas generaciones un poco más de lógica, entendida como el arte de pensar.
Y tan importante como enseñarles más y mejor la lógica, sería esencial también enseñarles la fantástica, esto es, el arte de narrar, imaginar y fabular. Así lo pensaba el gran Gianni Rodari (en la foto), siguiendo una idea admirable de un no menos grande poeta alemán. Y tenía razón. Reconozcamos que Poisson es preciso, pero Novalis es también esencial.
Que el 2019 sea un año lleno de lógica, pero igualmente rebosante también de fantasía. Ese es mi deseo.

Sancho Zancas

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El Quijote es un libro del que se habla mucho, pero que se lee muy poco. Voy a darte una prueba, querido lector. Dime por favor cómo es, físicamente Sancho Panza. Seguro que no necesitas pensar demasiado: Sancho es, obviamente, rechoncho, bajito, paticorto, contrasta su vil figura de escudero con la estilizada silueta de Don Quijote. ¿Verdad que sí? Pues, francamente, no se de dónde te has sacado esa idea. Desde luego, no del libro de Cervantes. En ningún lugar de El Quijote se dice que Sancho responda a ese estereotipo universal que se ha creado sobre su villana estampa. Muy al contrario, en el libro, el narrador nos indica que Sancho tiene, ciertamente, barriga grande, talle corto (es decir, más piernas que cuerpo), y las zancas largas. Más aún, en esas mismas líneas se nos dice que Sancho tenía dos sobrenombres. Uno de ellos era “Panza». Pero el otro era “Zancas”. Podríamos llamar al escudero inmortal Sancho Zancas en la misma medida que Sancho Panza.
Por lo tanto, habremos de visualizar a Sancho como un tipo barrigón, pero no menos larguirucho y piernilargo. Y si no me crees, te invito a leer el capítulo IX de la Primera Parte de El Quijote. Harás además muy bien. Porque leer, de verdad, el Quijote, y releerlo a menudo, no solo es un maravilloso placer para el espíritu sino sobre todo una enseñanza impagable sobre la profunda insignificancia del hombre y sus ridículas ansias y vanidades, y también sobre los muy cómicos absurdos de la forma en que los humanos organizamos la vida y sus afanes, tan llena de estereotipos y lugares comunes como, ciertamente, esta idea de un Sancho Zancas bajito y piernicorto.

Afos ta Biblia

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“Dejando aparte las personas (es decir, la familia, incluyendo en ella a Mao, los amigos, los seres humanos en general…) ¿qué es lo que más aprecio en el mundo?”–me pregunta, Marta mientras cenamos unos deliciosos huevos estrellados que he aprendido a preparar estos días. “¿Y qué es lo que más detesto?”.
Pues lo que más amo son mis libros. Esos cinco o seis mil volúmenes que ya cubren cada rincón de la casa.
¿Y lo que más odio?. Pues lo que más odio son mis libros. Esos cinco o seis mil volúmenes que ya cubren cada rincón de la casa.
¿Cómo puede ser?
Amo a mi biblioteca porque la he ido construyendo pacientemente a lo largo de los años. En esos volúmenes están (o deben estar) muchas de las certezas y las dudas que me apasionan, el alimento interminable de mi hambriento espíritu, el placer inmenso de la ficción, la fantasía y el pensamiento.
Pero odio también a mis libros porque se que muchos de ellos, acaso la mayoría, no los terminaré de leer jamás. Y entonces son un permanente recuerdo que proclama, desde cada pared de mi hogar, día y noche, mi finitud, mi destino inexorable hacia la extinción personal. Una extinción que tendrá lugar sin haber podido disfrutar de tanta idea, de tanta palabra, de tanta emoción…
A veces pienso, en medio de estos negros sentimientos, que entiendo bien la enigmática frase de Marco Aurelio al comienzo del libro II de las Meditaciones donde nos dice expresamente que renunciemos a los libros por lo mucho que nos distraen (“afos ta biblia, meketi spo”). Esa extraña frase contra los libros, pronunciada por un hombre tan culto y sabio como el Emperador, se entiende mejor si se tiene en cuenta que está dicha en el contexto de un bello y profundo pasaje. Marco Aurelio empieza diciendo que, en realidad, cada uno de nosotros solo es el conjunto de tres cosas: cuerpo (sarkía), espíritu (neumation) y voluntad (hegemonicón). Pero, nos dice, Marco Aurelio, ni el cuerpo ni el espíritu valen mucho. El cuerpo solo es fango y el espíritu solo es viento. Queda pues solo la voluntad, la capacidad para dominarse a uno mismo y aceptar, estoicamente y sin temor, el destino y el futuro.
Afos ta biblia…acaso Marco Aurelio tenía razón. Esos libros son solo papel que algún día volará en el viento. Aire que volverá al aire, y que y nos distrae del cultivo y perfeccionamiento de la voluntad.
Afos ta biblia…Tengo razones para seguir el consejo. Pero tango también razones para no hacerlo. Y, bien pensado, ese pensamiento de Marco Aurelio está, justamente, en uno de esos libros que son mi croce y también mi delizia.

Teresa

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Teresa de Jesús es uno de los personajes más universales y admirables de la cultura española. Más recuerdo del que tiene merece esta mujer genial, verdadera feminista de primera hora, fantástica comunicadora, artista del lenguaje. Hasta fue jugadora de ajedrez (en Camino de Perfección dedicó un par de páginas a este juego, en el que ella veía una alegoría del juego del alma para llegar a lo divino).
Fue también una gestora brillantísima. La verdadera pionera del mecenazgo. Se las pintaba sola para manejar con éxito a los poderosos y obtener sus recursos para fundar. También a veces fracasaba con ellos. Entonces se frustraba y decía cosas como su célebre frase: “ ya se ve que no hay nada que hacer con los ricos del mundo, tendremos que ir con los pobres”. Su sentido de la misericordia era profundísimo, coherente con el sentido etimológico de la palabra, esto es, tener el corazón próximo a los que sufren miseria. Pero además, su carácter femenino y su condición de nieta de judío quizá daba un sentido especial, aún más hermoso, a esa misericordia. Porque la misericordia bíblica, en hebreo, es, principalmente, “rahem”, que significa literalmente, temblor del útero. Los traductores al griego de la Septuaginta comprendieron la idea, y tradujeron “rahem” por “eleos”, que significa igualmente en griego conmoción uterina, emoción nacida de las entrañas.  Eleos es una de las palabras que San Jerónimo traduce, pobremente, por misericordia, en la Vulgata. La misericordia, en esencia, es generatriz y es femenina. Acaso Teresa de Avila, en alguno de sus sacros furores uterinos y éxtasis místicos (que ahora la neurociencia, cortando las alas a la mariposa quiere atribuir a no se qué carámbola de neurotransmisores) lo intuyó. De modo que Teresa supo hacer de la misericordia un prodigioso impulso creador y fundador. Un siglo antes, Juliana de Norwich también había meditado sobre esta mística vinculación entre la misericordia, lo femenino y lo creador. Por eso, Juliana, acaso como Teresa, pensaba que no podría exisitir el Infierno, pues la misericordia divina debía ser como la misericordia de una madre, que no puede tolerar bajo ningún supuesto la perdición definitiva del hijo.
Si Dios es misericordia, como señala la Iglesia Católica y como también proclama el basmalah islámico, entonces habremos de colegir, que Dios es el útero. El útero creador y misericorde. No me parece mala metáfora.

Poder

 

elecciones.jpgMe preguntan si preveo nuevas elecciones. Lo dudo mucho. La vida me ha enseñado que el poder siempre se abre camino; como el dinero, como el amor y como, ay, la muerte.

Inocentes.

 

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Hoy es 28 de Diciembre, el día de las tradicionales inocentadas. Pero me dicen que esto ya está pasando de moda. Me hago cargo. En estos tiempos, las inocentadas nos las gasta el Sistema todos y cada uno los días del año. Es redundante entonces dedicar un jornada específica a estas bromas.

Grandes Hombres, Pequeños Padres.

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Tiene gracia que la saga de Star Wars, que teóricamente nos debería llevar a un mundo avanzadísimo, tenga como argumento central el muy viejo cuento edípico. La verdad es que Star Wars es, en última instancia, una simple historia de trágicas relaciones entre un hijo abandonado y un tiránico y castrador padre (no me digas, querido y avispado lector, que esas espadas de luz y esos miembros amputados no te hacen pensar en Sófocles y en Freud…).
Da mucho que pensar que la interminable narración cinematográfica de Lucas gire, casi al pie de la letra, en torno al antiquísimo modelo del hijo de Layo y Yocasta. Va a resultar que los creadores de ficción pueden imaginar toda clase de futuristas universos de fantasía, pero, a la hora de hacer girar la historia en torno a un argumento central, se ven forzados a recurrir al tema de siempre. ¿No será porque las obsesiones y tormentos interiores del ser humano no cambian mucho a lo largo de los siglos?
Existe otra película más que, con apariencia de relato épico en torno a una gran aventura empresarial y tecnológica, se centra, en buena parte, en el simple drama de un hombre que abandona sus deberes como padre. Y que en este caso lo hace, quizá, sin saberlo, porque él mismo también fue abandonado por su progenitor. Me estoy refiriendo por supuesto al film “Steve Jobs”, de Danny Boyle, en el que, al parecer, sale a la luz la tormentosa relación (o ausencia de ella) entre el creador de Apple y su hija.
Hablo sobre esto con Marta y me dice que le parece extraño que un gran hombre como Steve Jobs incumpliese de un modo tan flagrante sus deberes paternos, tolerando, por ejemplo, que su hija fuese mantenida con fondos sociales mientras sus acciones le hacían uno de los hombres más ricos del planeta.
En realidad, el caso de Jobs y su hija no es en absoluto excepcional. La Historia está llena de personajes “grandes” por sus realizaciones en el mundo, pero muy “pequeños” por la mezquindad y miserias de sus vidas familiares.
Podemos pensar en Rousseau, por ejemplo, autor de bellísimas piezas de literatura sobre los deberes paternos y fundador de la pedagogía moderna, pese a lo cual no tuvo empacho en abandonar sin pudor a sus cinco hijos en el hospicio. O en Chaplin, el inolvidable buen padre del film “el Vagabundo” que admitió detestar a los niños y una de cuyas hijas recuerda que el tiempo máximo que le dedicó su progenitor a lo largo de su vida fueron…17 minutos. Sabemos también que Einstein se desentendió de su primera hija, que desapareció en la nada, y desatendió por completo a sus dos hijos varones. Es un caso no muy diferente al de Galileo y sus hijos e hijas ilegítimos habidos con Marina Gamba. O el de Tolstoi, que jamás se preocupó lo más mínimo por el hijo habido de su relación con una de las esclavas de Yasnaya Poliana…
Es llamativo que tantos gigantes del pensamiento o de la creación artística se hayan comportado, en su vida íntima como mezquinos enanos. ¿Cuál puede ser la razón? A lo peor es que uno puede cambiar el mundo o ser un buen padre, pero no resulta posible hacer ambas cosas simultáneamente.
La película de Danny Boyle en torno a Jobs será otra ocasión para reflexionar sobre este dilema. Y yo creo que será una reflexión saludable. Es bueno que aprendamos a valorar (o a cuestionar) al ser humano en su integridad, y no solo por sus virtudes más conspicuas. Desmitificar un tanto a los «grandes» hombres mediante la observación de sus miserias íntimas es higiénico. Y, sobre todo, es algo que puede además ayudarnos a entender que muchos hombres aparentemente insignificantes, son o pueden ser, en la epopeya de la vida cotidiana y familiar, verdaderos colosos. Pequeños hombres, grandes padres…

Un rollo macabeo (sobre zascas y troles).

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Se han asentado en el léxico mediático las palabras “zasca” y “trolear”, nacidas de la calle misma, en los últimos tiempos.
Tiene lógica. ¿Acaso no están siendo un gran zaska al sistema los últimos resultados electorales? La lástima es que quizá solo haya sido eso.
Y también podríamos pensar que trol es término que refleja bien la forma en que han interferido algunos nuevos agentes políticos en un modelo de plácida alternancia que se creía afianzado por los siglos de los siglos. Esto es lo que nos lleva directamente a la etimología de “troll”, esos personajes deformes, traviesos y ladronzuelos de la mitología nórdica cuya denominación parece que guarda relación con el sueco “trolla”, que significa “seducir”, “encantar a incautos”…Muy apropiado.
Así que, estoy de acuerdo, vivimos en medio de zascas y de troles. Debería nombrarse a estas palabras como palabras del año, en el ámbito nacional.
Lo que no se es cual será la palabra del año a escala internacional. Pero yo creo que no tendremos más remedio que reconocer que, más que una palabra, nos encontramos una expresión del año, que sería, querámoslo no, la que mas se teme escuchar en Occidente durante estos procelosos años de pánico frente al terror islámico. Es la frase que los musulmanes llaman el “takbir”, es decir, el grito desafiante de “¡Allahu akbar!” que ha acompañado a los atentados islamistas del 2015.
Allahu akbar” se traduce normalmente como “Alá es grande”. Pero es una traducción muy inexacta. Para empezar, no es correcto que en la traducción se diga “Alá”. En árabe, “Alá” significa simplemente “Dios” o, si se prefiere, “el Dios”. No hay ninguna razón válida para traducirlo de otra manera. Porque además, usar «Alá» en lugar de «Dios» no es inocente. De algún modo establece una distancia con los musulmanes que no sería tan grande si la traducción fuese simplemente la correcta, es decir, “Dios”. O “el Dios”. Traduciendo en el takbir Alá por Dios, estamos, mediante el lenguaje, insinuando que no puede haber ningún Dios aparte del nuestro, lo cual tiene mucha miga porque de carambola reafirma el significado profundo del propio takbir. La tendencia occidental a evitar traducir Alá por Dios, es simétrica, por ejemplo, a la prohibición por el gobierno confesional (islámico) de Malasia de que los cristianos usen la palabra Alá como traducción en malayo de «Dios» (la CNN emitió en 2009 un reportaje mostrando como se secuestraron 20.000 Biblias por parte de las autoridades, debido a que en ellas se utilizaba la palabra «Alá» para referirse al dios de los cristianos, haciendo caso omiso al hecho de que en idioma malayo no hay más alternativa para referirse a Dios que el préstamo árabe «Alá»…)
También es incorrecto traducir “akbar” como “es grande”. No es exacto. La traducción correcta debería ser “más grande” o “el más grande”. Cambia mucho. El matiz es importantísimo, porque con el comparativo/superlativo “el más grande”, obtenemos la pista que nos lleva al sentido originario del Islam en cuanto religión alternativa (y fieramente competitiva) frente al judaismo y al cristianismo. Ese carácter alternativo (y competitivo) es parte del DNA del islamismo y explica en buena medida la Historia del Islam y su tormentosa relación con Occidente. Si el musulmán dice Dios es grande, está diciendo una banalidad. Pero si dice «el Dios es el más grande» o «Dios es (todavía) más grande«, está dando la pista de toda una historia de conflictos religiosos que han asolado el mundo desde hace muchos siglos.
En realidad, para ser sinceros, hay que aceptar que ese mismo carácter alternativo y competitivo del Islam también lo encontramos en el cristianismo y, no digamos, en el judaismo. Las tres religiones del Libro son, en este sentido, como tres gotas de agua. El sentido alternativo y competitivo es algo que se ha mantenido a lo largo de los siglos tal vez, precisamente, porque las tres son religiones “del Libro” y por haber contado con un corpus doctrinal escrito, relativamente rígido y permanente, vigilado por los guardianes de la ortodoxia. Un corpus que ha ido fortaleciendo, con el tiempo, y en cada uno de los tres casos, el sentido de religión única y dios verdadero y excluyente frente a todos los demás.
En el Nuevo Testamento encontramos declaraciones expresas sobre la unicidad del Dios Padre. Los primeros cristianos también tenían su «takbir» y no dudaban en proclamar a menudo la declaración de Marcos 12:29: “ὁ Κύριος ὁ Θεὸς ἡμῶν, Κύριος εἷς ἐστιν!”, esto es, “el Señor es nuestro Dios; solo hay un Señor!”. O bien usaban el mismo “slogan” de tradición hebraica que Pablo de Tarso transcribe en su carta a Timoteo: “Εἷς γὰρ θεός!”, ¡Uno es Dios!
Y en cuanto a los judíos, no hace falta decir mucho. La gran innovación del judaismo, su esencial mismidad, es haber sido capaz de definir una deidad propia, exclusiva de una raza, y sumamente competitiva con (frente a) todas las demás. Y, desde luego, quizá por todo ello, el dios judío es una deidad beligerante, un Yahweh Sebbaoth, un Dios de los Ejércitos único y exclusivo, que empuña las armas siempre que preciso fuere para proteger (o castigar) a su pueblo. En Deuteronomio ya se acuña en hebreo la misma expresión (casi literalmente) que utiliza San Pablo en Timoteo: “Yahweh elohenu Yahweh ehad”, es decir, “El Yahweh es nuestro señor, Yahweh es uno”. Es lo mismo que el citado «eis gar zeós«, el takbir paulino.
Sí. Es evidente que este sentido de unicidad/exclusividad/alternatividad se puede relacionar con la agitadísima historia de enfrentamientos y luchas de todo tipo entre las tres religiones del libro. Hay un potencial belicista larvado en lo profundo de esa concepción desafiante y excluyente de lo divino. De hecho, otra de las expresiones hebreas de la unicidad del Dios judío es “mi chamocha ba’elim yahweh!”, que, mira por donde es el acrónimo de maccabi. Con ese acrónimo se autodenominaron los hermanos hasmoneos que iniciaron, precisamente por negarse a adorar a otros dioses distintos al suyo, la revuelta macabea. Una revuelta sumamente sangrienta, contra los soberanos griegos de Judea, que por su violencia y por sus características, constituye el antecedente de toda ulterior acción subversiva y, me atrevería a decir, terrorista. Los macabeos se inmolaron contra el rey Antíoco, según se describe en el homónimo rollo bíblico (un rollo en sentido estricto, es decir, lo que en hebreo se denomina un sefer, como el que sostiene el sacerdote en la ilustración y en el que se describen las interminables maniobras militares de estos hermanos y sus secuaces, con una minuciosidad tan aburrida que ha dado origen a nuestra expresión castellana “rollo macabeo”). Los macabeos, verdaderos mártires religiosos caídos en guerra santa, fueron incluso elevados a los altares por la Iglesia católica, que los incluyó durante muchos siglos en el santoral cristiano, pese a haber nacido y vivido mucho antes que Jesucristo (!). Más aún, la celebración cristiana de la Navidad tiene muchos elementos de una tradición nacida en el contexto de aquella revuelta “macabea”. Me refiero, claro está, a la fiesta invernal judía de las candelas o Hanuka, con esos candelabros cuyos brazos se van encendiendo uno por uno según pasan los días (justo como los calendarios de adviento), las cenas familiares con gran despliegue alimenticio y los regalos sorpresa a los niños, que son elementos que, debidamente adaptados y procesados, han pasado a formar parte de nuestra forma cristiana de celebrar la Navidad.
¿Significa esto último que la Navidad es un rollo macabeo? En cierto sentido, sí. Pero lo que es un rollo macabeo, sin la menor duda, es este pestiño de post navideño que ya está siendo insufriblemente largo, y que solo pretendía plantear un gran zaska en toda la boca a todos lo que han hecho, también en el 2015, de la religión una simple cobertura para el dominio violento de los demás. Y otro zasca a los que convierten sus creencias personales, en el dichoso trol que interfiere en la vida y la felicidad de los humanos.
Pensándolo bien, el verdadero rollo macabeo, el verdadero trol de la Historia acaso es la religión. Al menos cuando se instrumenta, se radicaliza y se quiere ver a sí misma como hegemónica, intolerante y excluyente. ¡zaska para esa forma de entender la fe en lo trascendente!

Oὔ μοι μέλει (me importa un bledo).

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Los Anacrontea son una colección de 60 poemas en griego, de tintes dionisíacos y hedonistas, compuestos en algún momento entre el siglo sexto antes de Cristo y el primero de nuestra era. Se suelen atribuir a Anacreonte, de ahí el nombre, pero sin mucha convicción ni pruebas. Aparecieron en un manuscrito del siglo X conocido como Antología Palatina. 

Uno de los anacrontea me parece particularmente atractivo. En cierto sentido, es como una bella síntesis de lo que en nuestros tiempos, de forma infinitamente más vulgar, nos tratan de enseñar los gurús de la llamada autoayuda. El poema se conoce por las primeras palabras del primer verso: “ou moi melei”, es decir, “no me preocupa”, si bien yo prefiero leerlo como «me trae sin cuidado» o “me importa un bledo”, que transmite más gráficamente lo que creo nos quería decir el autor, quien quiera que fuese. Por cierto que el segundo verso, que califica a Giges como Σάρδεων ἄνακτος (sardeon anaktos, el Señor o Rey de Sardis), se traduce en ocasiones como «rey sardo«. Esto es un divertido gazapo de los traductores, pues parece situar al rey mitológico del famoso anillo dorado en la poco plausible Cerdeña, muy lejos de su verdadera sede, la Sardis de Lidia, aquella opulenta tierra de Creso donde, según parece, ataban los perros con longanizas…

«Me importa un bledo el anillo de Giges,
el rey de Sardis,
y no me siento poseido de la envidia
respecto a los poderosos de la Tierra
Lo que me importa
es perfumar mi barba con mirra.
Y lo que me importa
es adornar mi cabeza con rosas.
Lo que me importa es el Hoy, pues
¿quién sabe lo que traerá el Mañana?
Así que ahora, cuando el tiempo es aún soleado,
bebamos, lancemos el dado,
y hagamos libaciones en honor de Lyaios.
Más que nada por si algún desastre llega,
y ya no nos permita beber nada más.»

 

perkodhuskurunbarggruauyagok…

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Tengo un amigo que, pese a ser muy culto y contar con una impresionante formación autodidacta en historia, se empeña siempre en utilizar la palabra “progrom”, con dos erres, para referirse a las espantosas “razzias” con las que se persiguió a los judíos (y no solo judíos) de los territorios de la actual Polonia, Ucrania y Rusia Occidental en el siglo XIX y parte del XX. Hoy, mi amigo ha vuelto a cometer ese pequeño error, durante el estupendo almuerzo que nos ha reunido a la vuelta de las urnas.
Mi amigo no es el único que lo hace así, tal vez porque “progromo” suena a programa, a exterminio programado
En realidad, el término correcto es “pogrom” o bien “pogromo”, y es palabra originalmente rusa, aunque puesta en circulación, sobre todo, en el contexto cultural yiddish. Es una palabra muy interesante, la verdad.
Pogrom significa en ruso devastación, aniquilación, saqueo…Está compuesta del prefijo “po” y de la raíz «grom». El prefijo es de tipo perfectivo, y su función en ruso es transmitir la idea de una acción verbal completa y terminada. Por su parte, la raíz grom, en ruso nos lleva al significado del estruendo del trueno. La etimología supongo que es de tipo onomatopéyico, y sin vinculaciones, que yo sepa, con el primitivo indoeuropeo. De hecho, encontramos palabras con el mismo significado y parecida sonoridad en islandés, por ejemplo, donde al trueno se le llama thruma, que a mí me suena similar.
Grom es realmente palabra estruendosa y terrible, que, quizá por ello, ha servido para denominar muchos artificios bélicos del ejército ruso; misiles y cosas parecidas. El caso es que este terrible trueno ruso, que evoca de manera tan gráfica y de tantos modos la muerte y el dolor colectivo, lo encontramos también formando parte de aquellas diez extrañas creaciones lingüísticas de Finnegans Wake a las que Joyce decidió llamar “palabras trueno”, o “thunderwords”, y con las que el autor irlandés pretendía codificar su recelo frente a las consecuencias de la tecnología, en la que el veía una especie de temible Zeus tonante de la modernidad. En concreto, encontramos “grom” en la segunda de esas fascinantes thunderwords de Joyce. Es la macro-palabra cuyas primeras letras he copiado mas arriba y que está compuesta de la palabra trueno en quince idiomas diferentes, desde el perkons lituano o el kurun bretón, hasta el bumulloj albano o el ukkonen finlandés, sin olvidar, como digo, el ruso grom.
¿A qué se deben estas extravagancias linguísticas de Joyce? Pienso que lo explicó él mismo en alguna ocasión: “I’ve put so many enigmas and puzzles that it will keep professors busy for centuries..and that is the only way of insuring one’s inmortality
Era la muerte, por tanto, lo que a Joyce angustiaba. Como a todo hijo de vecino. Joyce acaso creaba enigmas y puzzles insondables para combatir la extinción personal. A lo mejor yo también estoy escribiendo estos textos por la misma razón. No se. Parfit pensaba de este modo (me estoy refiriendo a su lúcida metáfora del tunel sin paredes y a la inmortalidad conseguida mediante las ideas y las relaciones). Quien sabe. El caso es que esta noche me siento como con ansias de trascendencia, y con una especie de actitud metafísica.  Debe ser porque tengo la sensación de no comprender mucho de lo que sucede a mi alrededor, que me parece tan indescifrable a priori como las thunderwords de Joyce. Hoy es como si el Absurdo y el Caos estuviesen llevando a cabo un pogrom en mi cerebro. Pero, la verdad, todo esto es algo que me suele ocurrir durante las jornadas electorales. De hecho, cuando Mercedes me ha preguntado por mi opinión por el escrutinio que estamos viendo a estas horas (22:31) solo he alcanzado a responderle con una sola palabra, esta vez tan larga como la concibió Joyce: perkodhuskurunbarggruauyagokgorlayorgromgremmitghundhurtthrumathunaradidillifaititillibumullunukkunun…Ni más mi menos.