Uno de los secretos de los demagogos es mostrar superficialidad y cierto grado de estupidez. No hay que extrañarse por ello. Lo hacen porque así, sus audiencias, por comparación, se sienten listas y profundas.
Números.
Marta me dice que su mejor amiga ha decidido estudiar Derecho. Y lo ha hecho tan solo porque es una de las pocas carreras en las que no se estudia ni gota de matemáticas. Es verdad. Pero es una lástima. Los abogados deberían tener cierta preparación matemática. Por de pronto, unos fundamentos de estadística general, y en particular del enfoque bayesiano, les ayudarían a entender las sutilezas de lo probable y lo plausible, en el complejo ámbito de la prueba y la incriminación. Además la familiaridad de la matemática les ayudaría en muchos más sentidos, y en particular en la rutina del rigor lógico, que no siempre es lo que cuenta en ese campo jurídico y judicial donde todo tiende a ser excesivamente flexible, acomodaticio, interpretable, discutible…
Quintiliano, nuestro primer riojano universal, gloria de los letrados del Imperio, en su Institutio Oratoria, que era un completo manual de formación práctica de abogados, ya decía que “de los números se hace frecuentísimo uso en las causas, y no digo ya que un abogado se equivoque en las sumas, sino que simplemente se muestre torpe al manejar los dedos (sic), dará una pésima imágen de su talento” (“in causis vero vel frequentissime versari solet: in quibus actor, non dico si circa summas trepidat, sed digitorum saltem incerto aut indecoro gestu a computatione dissentit, iudicatur indoctus”)
La referencia del autor a los dedos como método de computación ya nos da idea de como hacían los abogados las operaciones antaño. Al menos ahora usan calculadoras.
Verdad.
Lógica.
Res.
Aún más fascinante que la etimología es la etimología comparada.
Tomemos un caso típico.
¿Por qué decimos en castellano “nada”? ¿Y por qué en catalán dicen “res”?
Una visión superficial nos lleva a constatar la gran diferencia.
Pero si profundizamos un poco más encontramos las raíces comunes. Es siempre lo mismo.
Nuestro “nada” y el “res” catalán provienen en ambos casos de la locución latina “nulla res nata”, que significaba “ninguna criatura” o “ninguna cosa nacida” o “ninguna cosa real”.
El nulla latino viene de nullus, que a su vez viene de ne-ullus, que a su vez es deformación de ne -unus, o sea, no-uno, ninguno.
El ne, como partícula negativa está relacionado con el protoindoeuropeo na, para indicar negación (recordemos por cierto que los gitanos dicen nasty o nanay, seguramente en recuerdo de su noble pasado remoto lingüistico).
El nata de nulla res nata está relacionado con natus, nacido en latín, que a su vez nos lleva al griego gennatos, con la connotación de raza u origen, y que nos remonta al protoindoeuropeo gen, con el significado de parir o dar a luz.
Y en cuanto al res, con el significado latino de cosa, descendiente del protoindoeuropeo re (dotar, otorgar) nos evoca el sánscrito rai, con el significado de propiedad o bien, y a otras palabras más familiares, como realidad, real o incluso república o res como cabeza de ganado (que nos evoca también la vinculación entre cabeza, capital, riqueza…).
Así que, repito, nulla res nata signficaba en latín, algo así como no hay nada de nada. No hay nada real. No hay criatura que valga. No ha surgido nada.
Por medio de una elipsis, el catalán se queda con el res, dejando el nulla y el nata. Y por medio de otra elipsis diferente, el castellano se queda con el nata, que después se convierte en nada.
En el francés del Román de la Rose vemos muy clara esta idea: “L’avoit plus aimé que rien née”, es decir, “la había querido más que a ninguna cosa nacida”. Y de hecho, ese “rien” de los gabachos, pudiera ser una simple deformación del res nata.
También en castellano antiguo usábamos “ren”, quizá por igual razón que en Francés. Por ejemplo, en Berceo encontramos el verso “non le tollieron nada, nin l’avien ren robado”, o sea, “no le quitaron nada ni le hubieron nada robado”.
Lo interesante del tema es que comprobamos cómo una mirada más o menos profunda, ve siempre elementos comunes, si no idénticos, donde la superficialidad suele ver grandes diferencias. Este es el encanto de la etimología comparativa. Y del conocimiento en general. Porque el conocimiento superficial divide. El conocimiento más profundo une. Y el conocimiento total identifica.
Se podrían mencionar muchos más casos. Recordemos el chiste aquel del paleto que se asombraba al oir hablar en francés y decía “vale que llamen al pan pain y al vino vin…¡pero que llamen fromage al queso cuando se está viendo mismamente que es queso…!”.
Pues bien, a este paisano deberíamos decirle que no debe extrañarse lo más mínimo. El origen común de queso y fromage es caseus formatus.
La palabra latina caseus es un derivado de carere suerum, es decir, lo que queda cuando hemos dejado escurrir o caer el suero. Si a esa masa que nos queda al retirar el suero, es decir, al caseus, la dejamos fermentar en un molde con cierta forma, tenemos el caseus formatus, es decir, el queso.
Los legionarios romanos, para los que el queso era alimento básico, abreviaron y dejaron el caseus formatus en forrmaticum. De esta palabra nacieron el frances fromage, el toscano formaggio, el catalán fromatge…
En cambio, para referirse a la leche escurrida, fermentada y moldeada, los primitivos hablantes del castellano optaron por focalizar en el caseus, y por eso tenemos la palabra queso.
O sea, que no tiene nada de particular que los franceses llamen fromage a lo que nosotros llamamos queso.
Hay muchísimos ejemplos más, como los que da, referidos al ámbito familiar, un simpático periodista y filólogo balear que escribe en un blog de una revista en catalán. Uno de sus posts trata precisamente de etimología comparativa. Lo he leído con mucho agrado. Animado, luego he leído otro post del mismo autor. En este habla de la noción de llibertat y de su antepasado remoto sumerio que, en su opinión sería “ama-gi”, es decir, “volver a la madre”. Tras justificar esta interesante hipótesis, el autor aprovecha, cómo no, para hablar de la actual situación política en Catalunya (un tema indudablemente vinculado al mundo sumerio). Nos dice entonces que también Catalunya quiere “volver a la madre”, comenzar desde cero y librarse de una relación tóxica (sic) con España. Reconoce que hay corrupción en todas partes pero se apresura a aclarar que lo que cuenta es que España es esclava de su pasado imperialista (sic) y que podrá más la ilusión “per una societat millor que no pas l’immobilisme improductiu i castrador de Castella”.
Es fascinante que todo lo que significa España y los españoles del siglo XXI, en tantas cosas razonablemente destacados en el ámbito mundial, desde la paleontología o la biología molecular a la ingeniería de obras públicas, las telecomunicaciones o la distribución de moda, pasando por la literatura, el pensamiento o el arte…es fascinante, digo, que todo eso pueda sintetizarse en simples nociones como “relación tóxica”, “esclavitud de un pasado imperialista” e inmovilismo improductivo y castrador”. Toma ya finura analítica.
Y que esta simplificación la haga persona con estudios universitarios no deja de ser inquietante. Que probablemente la comparta con muchas más personas, lo es aún más.
Pero yo no tengo ganas de escribir hoy de política, en esta su acepción más baja, que se me antoja mero subproducto de la propaganda y la manipulación mediática continuada. Me quedo con la etimología. Porque si la etimología es, propiamente hablando, la ciencia de la verdad, me parece que esta clase de política es, por su parte, la ciencia de la mentira..
Así que, con respecto al dichoso asunto, que tantas energías materiales y morales está consumiendo por estos lares desde hace siglos (y lo que te rondaré morena, témome), lo que es yo, non tinc res més a dir…Res de res.
Báculo.
Javier Marías acaba de decir que internet ha organizado por primera vez la imbecilidad (sic).
Decir algo así, tan snob, puede quedar muy bien, porque te sitúa automáticamente por encima de todo y de todos.
Pero me temo que es una afirmación poco fundada. Habrá organizado Internet la imbecilidad en la misma medida, al menos, que la inteligencia.
Y además, lo que más me llama la atención es que esto que dice Marías tiene todo el aire de un plagio.
Umberto Eco ya vinculó por primera vez, con más gracia que Marías, la imbecilidad y la red. En el pasado mes de Junio, Eco dijo eso de “I social media danno diritto di parola a legioni di imbecilli che prima parlavano solo al bar dopo un bicchiere di vino, senza danneggiare la collettività. Venivano subito messi a tacere, mentre ora hanno lo stesso diritto di parola di un Premio Nobel. È l’invasione degli imbecilli”.
Puede que internet sea la imbecilidad organizada, o la invasión de los imbéciles, pero al menos, reconozcamos que Internet hace difícil el plagio.
Y el plagio, esa debilidad de quien necesita apoyarse en una autoridad, sin confesarlo, pienso yo, es también una forma de imbecilidad.
Imbecilidad en un sentido muy etimológico, ya que el vocablo viene de in bacillum…es decir, necesitado de báculo, necesitado de un bastón en el que apoyarse.
La verdadera nacionalidad.
What is it?
La Semilla.
La palabra nación (natio) se utilizaba en la antigüedad clásica tan solo como sinónimo de lugar de nacimiento o de estirpe (en efecto, el elemento racial está en el DNA de la palabra). Entre los romanos, la palabra natio remite esencialmente al nacimiento, el cual origina vínculos jurídicos de pertenencia (ius sanguinis).
En el medievo, esa palabra que usaban los romanos para referirse a poblaciones determinadas (extranjeras, aliadas o somtidas a Roma, individualizadas por sus sus carácterísticas tribales, en sentido sociológico o jurídico) se hizo popular en el mundo universitario. Los estudiantes de los centros de estudio europeos se organizaban también, como los antiguos vecinos de la Urbe, en “naciones”, en función de su particular origen geográfico. Un origen geográfico entendido de una manera poco precisa y mal definida.
La verdadera concreción del término nación se la debemos a la Iglesia. Fue con ocasión del Concilio de Constanza, en 1414. Era un Concilio en el que se pretendía dar solución a cruciales problemas que afectaban a la Iglesia, y a la organización política europea como un todo, en genuino caos desde el Gran Cisma de Occidente y el comienzo de la Guerra de los Cien Años. Era por tanto necesario convocar y proponer el voto a representantes de todo el continente. Así que se empezó convocando a cuatro “nationes”: la nación Gallicana (más o menos la actual Francia), la nación Italica, la nación Anglicana y la nación Germánica. Este método de recurrir al concepto indeterminado de nación era oportuno en un momento histórico en el que las principales coronas europeas estaban enfrentadas entre sí o al menos condicionadas por su pertenencia a los bloques bélicos de la Guerra de los 100 años.
La convocatoria eclesiástica a las “naciones” de Europa no era una novedad. Ya se había realizado en el Segundo Concilio de Lyon, de 1274, a partir de la nomenclatura utilizada por entonces en el mundo universitario. Ahora bien, las naciones de Lyon eran poco más que otra denominación de las provincias religiosas, mientras que en Constanza, el concepto de nación adquiere por primera vez una naturaleza política. La nación se convierte por primera vez en sujeto político, en sujeto de voto y elección.
¿Y qué pasó con la nación hispánica? Pues que no fue mencionada inicialmente por la autoridades del Concilo, entre otras cosas porque el concepto de nación hispánica no se había asentado por el momento en el ámbito universitario. Sin embargo, el Concilio sí abrió sus puertas a los representantes religiosos de los reyes de Portugal, Castilla, Navarra y Aragón, los cuales exigieron, como un todo, que también ellos fueran reconocidos como nación, en paridad con las otras. Y así fue como se acuñó y se dió carta de naturaleza en Constanza, por parte de la Iglesia, y por primera vez, a la “nación hispánica”.
En Constanza se puso la semilla del nacionalismo que asolaría Europa siglos después (si bien la palabra habría de atravesar antes otras variadas vicisitudes semánticas, sirviendo más tarde para definir entidades de tipo corporativo dentro de un mismo Reino, hasta que el abate Sieyes le da a la palabra el sentido casi definitivo del conjunto de burgueses y productores del Tercer Estado, fuente única de la nueva legitimidad política que hace caer al Antiguo Régimen).
Lo que es indudable es que en el Concilio de Constanza fue cuando la idea de nación demostró que tenía suficiente energía interna como para solaparse o incluso sobreponerse a la vieja legitimidad política. Cuando el Emperador Segismundo de Hungría, en el curso de las deliberaciones conciliares, quiso asistir a una reunión de la nación Gallicana (que también cubría territorios de soberanía imperial), los prelados de dicha nación rechazaron enérgicamente la presencia del Emperador y lo forzaron a aceptar que su ámbito de poder debía ser restringido a una sola “natio”. La natio Germánica, para ser precisos. Incluso hubo asistentes al Concilio, como el polaco Wlodkowic que se atrevieron a teorizar jurídicamente, y también por vez primera, en torno al derecho de autogobierno de esas “naciones”, a las que el Concilio había dado, quizá sin saberlo, carta política de naturaleza.
Nunca pudieron imaginar esos prelados y teólogos de Constanza, verdaderos nacionalistas de primerísima hora, que estaban esbozando la idea-fuerza más transformadora, generadora de conflictos y destructora, que ha conocido la Historia de Europa.
Tal vez alguno de ellos lo sospechó, mientras veía al rector de la Universidad de Praga, el sacerdote Jan Hus, revolverse en la hoguera, como parte de las ejecuciones de herejes promovidas por el Concilio.
Un tema–las ejecuciones de herejes–en el que también, mira por dónde, ese Concilio fue pionero. Pero, en fin ¿cuál es la idea básica detrás de todo lo que acabo de escribir? Muy simple. El nacionalismo emerge como legitimidad alternativa, cuando la legitimidad vigente se revela como incapaz de solucionar los problemas de la gente. El nacionalismo emerge en el caos. Hitler surge cuando Weimar se hunde. Esto es lo que sabemos sobre el nacionalismo y su origen. Quizá todo lo que necesitamos saber.