Ágape.

“Esta noche salimos de fiesta”, me dice Marta anteayer.

Me parece muy bien. Pero yo me quedo pensando en la frase. 

“Salir de fiesta”. 

Se diría que hacer fiesta es necesariamente “salir”.

Salir de viaje. Salir a algún sitio. Salir de casa, en suma.

Sin embargo, etimológicamente, la fiesta es precisamente lo contrario. Fiesta es recibir a los amigos en casa. 

Cuando el griego antiguo usa la expresión “hemeron estiao” o “hemeron festiao” está diciendo: hoy recibo en casa a mis amigos; está usando un verbo–festiao– relacionado con el sánscrito fastya, es decir, casa, hogar.

Quizá uno de los problemas de nuestro mundo es esta obsesión por salir fuera, por no parar, por entender el ocio como el tonto afán de moverse a toda costa.

Quizá el hombrecito del tercer milenio necesita enajenarse, alienarse para soportar el desencanto existencial y el crepúsculo de las utopías.

Yo creo que la depresión y el vacío interior no se cura con viajes. Se cura, si acaso, con amigos. Y por eso mismo entiendo que la mejor fiesta es la que se hace en casa, acogiendo hospitalariamente a aquellos que nos quieren y a los que queremos. 

Festejemos al modo de los atenienses. Hagamos bien pensados “ágapes”, que es palabra griega que connota felizmente al mismo tiempo la idea de banquete casero y la noción de amor o amistad.

Incluso de amor a la verdad.

El Loro Estocástico.

Me pregunta un amigo por qué escribí el otro día que la llamada inteligencia artificial del Chat GPT no es ni inteligencia ni artificial.

Le confirmo que veo el término inteligencia artificial como una falacia . Como mucho entendería que el dichoso ChatGPT, en sus diversas versiones, se calificase de lenguaje artificial. 

No hay inteligencia en lo que produce el ingenio. Ni artificial ni “natural”. 

Hay lenguaje, eso es innegable. Pero no hay más inteligencia en ese sistema que en el loro que repite una y otra vez “lorito bonito” desde su jaula. 

La comparación con el ave parlanchina está bien traída y es bien conocida. Los loros, lo sabemos bien, emiten sonidos que son como nuestras palabras. Y tiene también sentido el adjetivo «estocástico» conjetural, que viene del griego stokhos, la diana sobre un pilar (stoa) a la que apuntaban los arqueros griegos, y connota la idea de evaluación probabilística, en referencia a la «habilidad» de estos ingenios informáticos para explorar la base de datos en segundos y encontrar la palabra que con más frecuencia sigue a la que la precede.

La primera en utilizar esta feliz metáfora de los «loros estocásticos» fue la científica etíope Timnit Gebru en su famoso “paper” sobre lenguaje artificial titulado “On the Dangers of Stochastic Parrots”, que, por cierto, le costó la pérdida de su puesto como investigadora en Google. Esta admirable ingeniera de computación, que después de haber sido a los 15 años una refugiada más de los horrores de la guerra de Eritrea, arribó a Estados Unidos y consiguió graduarse en Stanford, alertaba, junto a tres destacados colegas, sobre los riesgos de esta mal llamada inteligencia artificial.

Gebru nos daba la pista de que la inteligencia artificial, de no tomar medidas preventivas (y nunca se toman en este barco loco que es el mundo cuyo rumbo solo lo marca la avaricia y el afán de poder) estaba destinada a consolidar el pensamiento único, dar por bueno lo que solo es pensamiento convencional, sesgar ideológicamente el conocimiento, exterminar el sentido crítico del individuo, cuestionar la creación artística, desarmar progresivamente al ser humano de sus genuinas capacidades cognitivas y creativas, sabotear el sistema educativo y consolidar la hegemonía de los más poderosos social y económicamente.

Mucho de peligro y nada de inteligencia hay por el momento en estos loros estocásticos  que se limitan a colocar una palabra tras otra de acuerdo con algoritmos de inimaginable complejidad y bases de datos colosales. 

Aunque, pensándolo bien, la referencia de Gebru a las aves parlanchinas es un tanto injusta.

Porque se ha demostrado una y otra vez que los loros son mucho más inteligentes de lo que pensamos.

Anteayer, por ejemplo, tuve noticias de un divertido experimento (Rebecca Kleinberger, Northeastern University) en el que se ha demostrado que los loros son capaces de comunicarse perfectamente entre sí por videollamadas (Zoom, Meet, Teams…etc).

Algo que, por cierto, a mí me cuesta bastante.

Saxum Volutum

Está a punto de aparecer, si no lo ha hecho ya, el nuevo album de los Rolling. Uno se pregunta cuál puede ser el secreto de la longevidad de Jagger y su banda.

En realidad, nomen, omen…

Porque la idea misma de la expresión Rolling Stone sugiere el propósito de negarse a envejecer.

Es una idea que ya la encontramos en Erasmo: Saxum Volutum Non Obducitur Musco…

O sea, que las piedras que ruedan no crían musgo. Pues eso. Negarse a envejecer. Rodar.

Pensamiento Mecánico.

Uno de los errores habituales del pensamiento mecánico es creer que lo contrario de la discriminación injusta es la no discriminación. Estoy seguro de que si le preguntas al chatGPT ofrecerá te ofrecerá una respuesta similar.

Aclaremos.

Lo contrario de la discriminación injusta es, casi siempre, la discriminación justa.

He aquí bonito ejemplo de lo mucho que podremos cuestionar a esas llamadas inteligencias artificiales que no son ni inteligencia (pues no piensan) ni artificial (pues son un mero agregado de lo que los humanos naturalmente han pensado).

Publicidad.

He tenido el placer, estos días de asueto, de acompañar a una docena de turistas bajitos, llegados de los Estados Unidos, en su visita a Madrid. 

Uno de los días, llevé a los chicos a ver la procesión de Jesús de Medinacelli. 

Mientras esperábamos que llegase el paso, me dio por explicarles el origen de estas taumatúrgicas y muy extrañas tradiciones. Les aclaré antes de nada, que no había ninguna relación con el Ku Klux Klan, sino que muy posiblemente, los creadores de esa espantosa institución se inspiraron en la blanca vestimenta de la cofradía de los negritos, de Málaga, cuyo sentido es exactamente el opuesto al del círculo o club racista (kuklux, círculo en griego).

Empecé díciéndoles que esto de las procesiones iba de propaganda, de publicidad…

–¿You mean advertising?–preguntó extrañado Ethan, sentado como los demás en el suelo de la plaza de Las Cortes.

–Exactamente. En realidad–proseguí–siempre hubo algo parecido a las procesiones o las paradas militares. En el Imperio Romano, los generales que retornaban victoriosos a la metrópoli eran llevados en andas, delante de una comitiva, del mismo modo que en las procesiones religiosas se transportan las tallas, acompañadas de soldados desfilando con solemnidad. También, durante toda la Edad Media, en la Europa unánimemente cristiana, se sacaban de los templos las estatuas e imágenes, para propiciar la ayuda de los santos o el socorro del divinidad, siempre que las cosas iban mal dadas, ya se tratase de una sequía o de la amenaza de los sarracenos.

–Vale, pero eso no es publicidad.

–De acuerdo. Pero avancemos. ¿Alguien recuerda qué es lo que se inventó cuando la Edad Media estaba terminando? Algo realmente importante…

–¡Printing press!-respondió Liam, muy seguro de su respuesta.

–Exacto. La imprenta. ¿Y alguien me puede decir cuál fue el primer libro impreso por su inventor, el Sr. Gutenberg?

–Mmm ¿The Bible?, balbulceó Lena, que es de familia mormona.

–Así es. La Biblia. Y ocurre que la impresión de cientos, de miles de Biblias pudo ser el factor principal para que la secular uniformidad del cristianismo en Europa se rompiese. Con el paso de las décadas y con la divulgación de los textos bíblicos, hasta entonces reservados a los clérigos, comenzaron las disidencias. Apenas un siglo después de la aparición de los tipos móviles, el continente cristiano ya estaba en llamas, luchando de un lado los partidarios de la ortodoxia católica romana, y de otro los llamados protestantes.

–Vale, nos has hablado de los generales romanos, de las sequías, de las guerras, de la imprenta…¿a dónde quieres llegar? ¿Qué tiene todo eso que ver con las procesiones y la publicidad?

–Ya voy. El hecho es que durante el siglo siguiente al de la invención de la imprenta, el Imperio Español adoptó (imprudentemente) la tarea de erigirse en defensor de la fé católica. Y, más allá del uso de las armas imperiales, un poderoso rey hispano, Felipe II, promovió una especie de convención o concilio de todos los capitostes católicos en Italia, para darle vueltas a las medidas a tomar a fin de reprimir la expansión del protestantismo en Europa Central.

–Ajá, ¿entonces, una de esas medidas fueron las procesiones?

–En efecto. A partir del Concilio de Trento, en toda la Europa Católica y Romana, florecieron las procesiones religiosas. La idea era conmover al personal, con espectaculares tallas llevadas a hombros de sufridos voluntarios, con el estruendo de los tambores, con el desfile de los militares, con la música, hasta con canciones…Algo especialmente impactante en un tiempo en el que no había revistas, ni radio, ni cine, ni televisión…La verdadera religión era sin duda la que era capaz de emocionar de esa manera hasta hacer llorar a los espectadores…

–O sea, que una procesión es como un spot publicitario…

–Sí. Pero a lo grande y en plan “happening”, como se dice en vuestro lenguaje. Propaganda, pura propaganda…Hábil propaganda.

Y aquí interrumpí mi perorata porque la música ya anunciaba que salía de la Basílica el paso del Jesús de Medinacelli, esa talla rescatada y traída a Madrid por aquellos trinitarios que viajaron a Mehdia, gracias al presunto milagro de que su peso en oro resultase asombrosamente pequeño y asequible para los frailes, lo que ocasionó no poco disgusto del avaricioso Sultán…

Creo que los chicos se quedaron un tanto pensativos…Tal vez me enrollé demasiado. O tal vez les hice meditar.

Al día siguiente, quincuagenario de Picasso, me tocó llevarlos a ver el Guernica. Y naturalmente, les expliqué las vicisitudes del siniestro pero genial lienzo, del encargo de la República para la exposición de París, de su rol como icono del antibelicismo y del antifascismo (y por tanto su absoluta  actualidad)…

–¡Es un cuadro feísimo!

Estoy de acuerdo, respondí. Uno de los cuadros más feos que uno se puede encontrar en los museos. Pero su autor–aclaré– dejó dicho no haber querido hacer algo bello sino algo que combatiese contra los que se habían alzado en armas.

–¿Va a ser que también este cuadro es publicidad?

–Ejem, pues me temo que sí…Sí. Este cuadro es publicidad. En la misma medida en que es arte.

En fin, me preocupa que cuando vuelvan a California, estos chicos y chicas de 12 años digan que todo lo que vieron en su visita a España fue publicidad…

Pero es que todo es publicidad y propaganda. El homo sapiens es, en esencia, el mamífero que comunica, que promociona, que manipula, que miente, que inventa y que cuenta historias. Esa es su grandeza y su miseria.

Respiramos oxígeno, nitrógeno y…publicidad. Esto creo que lo dijo alguien. Precisamente un norteamericano, pero de su nombre no consigo acordarme.