Mercedes acaba de recibir unos zapatos de escalada, comprados por internet. Se queja de que le quedan “un pelín” pequeños.

¿Un pelín? ¿Qué es un pelín? Nadie lo sabe. Y todos lo saben. De hecho, yo he entendido perfectamente el problema que me transmitía Mercedes. Era irrelevante el dato exacto expresado en milímetros o centímetros.

Un pelín significa lo que quiere que signifique el emisor del mensaje, en combinación con lo que es capaz de intuir el receptor del mensaje. Fascinante. 

Creo que en España somos muy dados a usar este tipo de parámetros de medida que yo llamaría no objetivos. A lo mejor tiene esto algo que ver con nuestro estigma de individualistas patológicos. La verdad es que no usamos solo el pelín, sino también, dependiendo las zonas geográficas, manejamos mucho la miaja, la miajica (de miga o migaja de pan) la chispa o la chispitica, el peaso, la jartá…Y cada de ellas con un potencial diferente de significado.

Lo gracioso es que el uso de este tipo de medidas “gelatinosas”, que se encogen y estiran y al mismo tiempo y que pueden tomar un valor u otro, puede ser algo que tenga más “miga” de la que parece. Quién sabe, tal vez son una forma más perfeccionada de utilizar el lenguaje que con el frío y riguroso, y me atrevería a decir maniqueo, léxico de la física clásica.

No es broma lo que digo. Heisenberg, en su “Manuscript of 1942”, indicaba que la ciencia traduce la realidad en pensamientos, siendo así que los humanos necesitamos el lenguaje para operar con esos pensamientos. Ahora bien, pensaba Heisenberg, el lenguaje habitual sufre de una limitación fundamental y (para entender bien la mecánica cuántica) sería preciso un lenguaje que debería poder significar diferentes cosas en función de cómo lo usemos.

Según lo que explicaba Heisenberg en el citado Manuscript, el lenguaje tiene dos naturalezas, una estática y otra dinámica. Los científicos usan el lenguaje en su naturaleza estática, mientras que los poetas lo hacen en su naturaleza dinámica. Los científicos se basan en la cualidad estática de los vocablos, para definir así con precisión lo que es objeto de su estudio. Pero esto tiene un coste pues deja de lado la «infinitamente compleja asociación entre palabras y conceptos» (sic) que se deriva de la infinita abundancia de la realidad. En otras palabras, percibir y pensar el mundo al que accedemos mediante la física cuántica dependerá, según Heisenberg, de la capacidad de coordinar ambas naturalezas del lenguaje, la dinámica y la estática. Sin ello, una completa y exacta descripción de la realidad nunca será alcanzada.

Ya ves, querido lector. Lenguaje y ciencia pueden tener un “peaso” de relación. Más de lo que podríamos pensar. Y no es solo Heisenberg quien nos lo sugiere. Angelo Bassi, destacado físico teórico de la Universidad de Trieste, cree que la mecánica cuántica solo puede ser comprendida como explicación de la realidad si cambiamos nuestro lenguaje. Bassi dice, por ejemplo, que deberíamos dejar de hablar de “partículas” para referirnos a entes como los electrones, que parecen estar aquí y allá al mismo tiempo, o no estar en ningún lado. Deberíamos más bien, dice este científico, pensar en términos de “gelatina”, como el verdadero substrato de la realidad, es decir de algo que se puede estirar y encoger, “como un pulpo cuando lo tocas”.

Así que ya lo ves. Un respeto por el peaso, por la miaja, por la chispica…porque a lo mejor representan una forma de pensar y comunicarnos que quizá contiene toda una lección para comprender algo mejor este extraño mundo al que nos ha conducido la física no newtoniana.

Y dicho esto, ya pongo punto final, porque releo lo escrito y me parece que ha quedado una jartá de espeso. 

O una chispitica por lo menos.

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