Amor y Pedagogía

Ahora que se habla un poco más de lo habitual de educación (y nunca será suficiente), se puede recordar el viejo proverbio, «la letra con sangre entra», que por sí solo bastaría para comprender por qué la llamada sabiduría popular no es frecuentemente sino estupidez popular. Porque la letra no entra jamás con sangre. Acaso sale, si el maestro no comprende que hacer sufrir es incompatible con enseñar nada, como no sea el miedo y el rechazo.
O tal vez la letra sí entra con sangre. Pero habrá de ser con la sangre, metafórica, del maestro, pues a tal punto es preciso esforzarse para encontrar el amoroso camino de la pedagogía efectiva.

95%

Le pregunto a Mercedes cómo se ha levantado esta mañana y me dice que al 95% feliz. Lo dice en obvia referencia las primeras vacunas contra el Covid, con ese 95% de eficacia que proclaman sus creadores (Pfizzer, por ejemplo). Podríamos pensar que la pandemia está llamada a desaparecer muy pronto, pues el 95% de las personas vacunadas no enfermarán de Covid. Será entonces un problema residual, me dice, pues el 95% de la gente estará protegida y el virus desaparecerá rápidamente, sin huésped en los que instalarse…
Yo me felicito de ese rayo de esperanza con el que las vacunas, ese extraordinario avance de la medicina moderna, empiezan a levantar ahora el ánimo de tanta gente. Hacía falta. Sin embargo, me permito matizar su observación, en aras de la precisión.
No es cierto, pese a que es común creencia, que el 95% de los vacunados queden libres de un posible contagio y de las enfermedades asociadas.
–¿No?
–En absoluto. La cifra real será muy inferior, dependiendo de diversos factores.
–Te doy cinco minutos para que me lo expliques…
–Me sobran dos. Pero hay que realizar dos consideraciones diferentes.
En primer lugar, las compañías farmacéuticas han escogido para sus tests a grupos de personas básicamente sanas, sin patologías serias. Es lógico que se haya hecho así pues de otro modo, sería casi imposible medir la eficacia de las vacunas ante la multiplicidad de factores involucrados. Sin embargo esos grupos de personas no son plenamente representativos de la población real. Sabemos bien que una buena parte de la población tiene diferentes puntos muy débiles en su estado físico. Y esto es relevante cuando estamos ante un virus que parece ser una amenaza multiorgánica, es decir, un patógeno que se diría busca y explota las debilidades de salud del huésped, dañando allí donde encuentra más facilidad para hacerlo, ya se trate del sistema cardiovascular, el corazón, los riñones o el cerebro. Por ello, la efectividad real de una vacuna anti covid solo la podremos conocer cuando dicha vacuna se aplique a un conjunto amplio y rigurosamente representativo de las personas, incluyendo todas las que sufren achaques y dolencias mayores. Esas personas, por desgracia, no son poco numerosas, especialmente en los grupos de edad más avanzada. Entonces, veremos que la eficacia de las vacunas estará claramente por debajo de ese 95% que proclaman las farmaceúticas. Esta es la primera razón para poner en tela de juicio esas cifras que nos están dando.
–¿Y la segunda? Te estás quedando sin tiempo.
En segundo lugar, las compañías que han creado las vacunas, solo pueden acreditar que, dentro del grupo de voluntarios que han participado en los estudios de eficacia, el subgrupo de personas que han desarrollado síntomas, habiendo sido vacunados, es mucho más pequeño que el subgrupo de personas con síntomas, pero sin vacunación. La relación de proporcionalidad entre ambos subgrupos es de 5 a 100 (4,93 exactamente en el caso de Pfizzer), y de aquí la famosa cifra del 95%.
–Lógico. Es justo lo que el sentido común indica.
–Sí. Pero el matiz es que estamos ante un resultado relacionado con síntomas, no con contagios: las pruebas de eficacia de estas vacunas no nos están indicando nada sobre la eficacia de las mismas respecto a contagiados asintomáticos.
–Bueno, pero eso da igual. Un contagio asintomático es como no estar contagiado. Podemos no tenerlo en cuenta. A todos los efectos es lo mismo que estar sano.
–No exactamente. Sabemos que los asintomáticos transmiten la enfermedad. Seguramente lo hacen de una forma mucho menos intensa que los sintomáticos. Pero la transmiten. Y siendo así que es casi seguro que el número de contagiados asintomáticos incrementará con mucho ese 5% que proclaman las farmacéuticas, podrá surgir en vida real un problema inesperado que no se ha apreciado en las pruebas con voluntarios: los asintomáticos vacunados «bajarán la guardia» por haber sido vacunados y, sin saberlo, estarán expandiendo la enfermedad de forma acelerada a todos los rincones de la sociedad.
–Será entonces un efecto paradójico negativo del programa de vacunación…
–Exacto: y es una razón más para pensar que no existe el menor fundamento para pensar que una vacunación generalizada protegerá al 95% de la población. Dependiendo de la cantidad de gente que se vacune, de la eficacia (y de los riesgos) de la vacuna en personas con graves dolencias y del comportamiento de los vacunados, la efectividad de la vacuna será menor, o incluso mucho menor que esa eficacia proclamada del 95%.
–O sea, que tenemos que distinguir entre eficacia en los tests y efectividad en la vida real.
–Exacto. Y viene muy bien distinguir entre eficacia y efectividad. Es un formato de análisis que se puede aplicar en muchos ámbitos.
–¿Y me estás contando todo esto para decirme que tú no te vas a vacunar?
–No. En principio, tendré que vacunarme. Porque seguramente será un acto moralmente obligatorio por ser absolutamente trascendental para la sociedad como un todo, aunque no exento de riesgos y contrapartidas para el individuo (hay muchos casos de comportamientos socialmente positivos que tienen estas características).
–Se te está acabando el tiempo.
Sí. Pero todo esto que acabo de comentarte lo he hecho para recordarte una vez más que estos tiempos son tiempos en los que resulta un tanto difícil distinguir la verdad de la propaganda, en todos los ámbitos.
–Claro, al igual que en las guerras, la primera víctima de una pandemia es la verdad y la lógica.
–Eso es exacto. Al 95% como mínimo…

Contradicciones.

Mientras paseamos con Mao y hablamos del virus, Marta se siente filósofa. Me dice que le parece un sin sentido que la Naturaleza otorgue tanto poder a una entidad increiblemente elemental como ese ese virus, cuyo único sentido parece ser destruir o devorar las células de su huésped, siendo así que por otro lado–me sigue diciendo Marta– la Naturaleza parece empujar a los seres hacia una perfección cada vez mayor, desde las arqueas a los mamíferos dotados de poderosos cerebros. Esta contradicción le produce inquietud.
En realidad, me permito contestarle, todo tiene una lógica profunda. Y las dos cosas que a ella le parecen contradictorias están, en cambio, íntimamente relacionadas. Y son causa una de otra.
La historia natural que parece (tal vez erróneamente) culminar en el cerebro humano, del que se dice sin mucho fundamento que es la cosa más compleja del Universo, empezó cuando a un microorganismo, en el océano primigenio, y hace unos 500 millones de años, se le ocurrió probar a deglutir a su vecino a fin de sobrevivir. En ese mismo instante comenzó la fascinante peripecia de los seres vivos y el ascenso por escalones cada vez mayores de complejidad y tal vez de perfección, producto de la competición incansable entre los seres para devorar sin ser devorados.
El cerebro, en definitiva, no es una máquina de pensar, sino un artilugio sofisticado para sobrevivir con recursos limitados, y para garantizar esos recursos. Es decir, para que el individuo pueda depredar sin ser depredado.
Por eso, la mayor parte del tiempo nuestro cerebro no se dedica a «pensar» sino a realizar las tareas automáticas que exige la supervivencia, esto es la llamada alóstasis. El cerebro gestiona de forma permanente nuestro «presupuesto vital» y nos da órdenes para administrarlo. Y la mayor parte de esta actividad alostática tiene relación con la destrucción de otros seres para nuestra propia supervivencia.
Los millones de años de evolución no han servido para que nuestro cerebro sea capaz de conceptualizar la fenomenología de Husserl, sino para que siga haciendo lo que igualmente hace, de una manera más básica, el dichoso coronavirus, esto es, sobrevivir a costa del prójimo.
Esta reflexión es acaso un tanto lúgubre. Pero disuelve en buena manera la contradicción que mencionaba Marta. Y ya se sabe que las contradicciones no resueltas, al igual que los deseos imposibles, acaban conduciendo al alma humana a la melancolía.

Anticipación

Mercedes se acaba de tomar un café y me dice que ya se encuentra mucho mejor, después de haber dormido mal la pasada noche (parece que hay una verdadera pandemia de insomnio en el mundo). Lo curioso es que me dice que se siente mucho mejor apenas un minuto después de tomar el café, y esto no deja de ser extraño puesto que la cafeína solo puede hacer su efecto químico en las neuronas al cabo de 20 minutos.
¿Placebo? No exactamente.
Ocurre que el cerebro de Mercedes (y el mío), tras muchas experiencias de consumo de café, ya sabe que la cafeína acabará inhibiendo al cabo de unos minutos la adenosina, que a su vez es la que está impidiendo que la dopamina se acople a sus receptores (esto último es lo que implica somnolencia o cansancio). Por lo tanto, ese cerebro «experto», actúa anticipadamente sobre la sensación de sueño tan pronto percibe la ingesta de café. No necesita que el efecto químico se produzca al cabo de unos minutos. Pasa lo mismo cuando bebemos un vaso de agua en un momento de intensa sed. Esa sed desaparece mucho antes de que el agua ingerida llegue a las células.
El cerebro humano es ante todo una máquina de anticipación. Anticipa sistemáticamente en todos los ámbitos. Y si lo piensas bien, eso es la esencia de la buena gestión y lo que garantiza la supervivencia. Justo lo que parece que echamos de menos en el gobierno de nuestras sociedades. Un gobierno que apenas parece capaz de anticipar nada. Un gobierno, en más de un sentido, descerebrado. Con poca aptitud para garantizar la supervivencia. Excepto la suya.

Agua bendita.

En el medievo, cuando llegaba la epidemia, el virus o la bacteria encontraba en la religión un gran aliado. Las iglesias se llenaban para las oportunas rogativas. Las calles de procesiones. Los penitentes desfilaban descalzos y semidesnudos por las ciudades, abriendo sus carnes con las disciplinas y salpicando de sangre a los vecinos. Los fieles que acudían a misa mojaban al entrar y salir, uno tras otro, sus manos en la pila de agua bendita…
Pero ahora es distinto. Los gobiernos han obligado a clausurar iglesias y proscribir o limitar, toda manifestación pública o colectiva de religiosidad, como las procesiones, las novenas, los peregrinajes, la visitas a santuarios o cementerios…
Pero la creatividad humana no tiene límites. Por ejemplo, en el pasado mes de Julio, en la parroquia de San Maurizio, un lugar de la Lombardía atormentada por el virus, el párroco, Don Bruno, hizo instalar un sofisticado ingenio que ofrecía agua bendita sin contacto, mediante un pequeño surtidor accionado por una célula fotoeléctrica. Toda una genialidad muy propia del talento de los lombardos, que son, junto a los japoneses, los mayores expertos en máquinas de vending y expendedoras de toda cosa imaginable.
Y esta tecnología sacra se ha perfeccionado aún más: una empresa del Véneto, Penta Systems, en colaboración el párroco Don Darío de Badia Calavena, ha patentado una máquina que no solo permite que el devoto reciba una aspersión apropiada de agua bendecida sino que garantiza la total eliminación de gérmenes del líquido elemento mediante una luz ultravioleta germicida. Esta máquina ya se esta intentando vender en toda Italia al contenido precio de lanzamiento de 690 euros.
Pero aún hay más. En Seveso han desarrollado otra máquina expendedora de agua bendita que en lugar de dispensar simple agua santificada, ofrece al creyente una solución alcoholica bendecida con perfume de bergamota, al tiempo que mide mediante un sensor la temperatura del fiel que entra en la iglesia y usa el artefacto, avisando así al párroco, en tiempo real del estado de salud de su grey. Esta máquina ya está instalada en al menos una parroquia de Varese.
A la luz de todo esto, se puede pensar que esta sorprendente sofisticación del suministro agua bendita es una anomalía de nuestro tiempo, tan dominado por la técnica. Nada más lejos de la realidad. Ya en el siglo I d.c, Herón de Alejandría, el genial ingeniero egipcio, desarrolló una máquina expendedora de agua sagrada. Funcionaba con monedas de 5 dracmas, el equivalente a 2 euros de hoy. Su mecanismo está perfectamente explicado en uno de los libros escritos por Herón, Pneumátika.
El agua bendita ofrecida a cambio de limosnas podría considerarse el primer gran story case de márketing (bajo coste de materia prima, altísimo margen, poderosa promesa al consumidor, alta rotación, recurrencia, prescripción cualificada, distribución capilar…). Debería estudiarse en las Escuelas de Negocios. Así que no tiene nada de raro que ante las barreras que ha traído la pandemia, la creatividad humana se haya apresurado a hacer posible un agua bendita…a prueba de Covid.

Hilari Vulto

Es evidente que los nuevos hábitos forzados por la crisis sanitaria (mascarillas, distancia social, teletrabajo…) han de tener consecuencias graves e incalculables en términos de salud psicológica, creatividad, eficiencia económica…Pensar que el teletrabajo puede sustituir a las formas clásicas de colaboración in situ es de una ingenuidad pasmosa. Si no hay presencia física, la capacidad para interrelacionarnos creativa y operativamente disminuye dramáticamente. No es fácil dar forma a un proyecto mediante videoconferencias (¿te imaginas montar un grupo de rock mediante sesiones de zoom o team?). Ni es sencillo comprometerse de verdad con los acuerdos y decisiones que solo aparecen o se debaten en la pantalla del ordenador.
En cuanto a la salud psicológica, ya es una montaña el conjunto de estudios que señalan el grave daño que está produciendo la limitación del contacto físico. O nos convertimos en una especie distinta o reemprendemos de nuevo y cuanto antes el camino del abrazo, del apretón de manos, de la caricia.
A mí, en particular, me preocupa también algo que no he visto que se haya comentado. Me refiero a la sonrisa.
Las mascarillas impiden mostrar nuestra sonrisa. Y por ello, quizá, a la larga, están afectando a algo tan esencial en nuestra vida como es el humor, ya bastante afectado por la distancia social (pues no puede haber comicidad ni risa en soledad).
No es posible concebir una sociedad sin humor. Ni siquiera el cristianismo primitivo pudo hacerlo. Los primeros cristianos (sobre todo en el ámbito monástico) consideraban que la risa era solo un modo obsceno de romper la taciturnitas, esto es, el silencio del devoto. Después de todo, en los Evangelios no existe ningún pasaje en el que se vea a Jesucristo riendo o sonriendo. Ninguno (si en el Antiguo Testamento, por ejemplo, toda la historia sobre la concepción de Isaac, cuando Abraham es decididamente senil, se presenta como una broma; incluso el propio nombre de Isaac evoca en hebreo la idea de comicidad).
Pero, durante el medioevo, el buen humor se fue abriendo camino incluso entre la adusta cristiandad. En aquellos monasterios tan serios, comenzaban a aparecer los joca monachorum, es decir, los chistes de monjes. Los teólogos y lógicos medievales discutían cada vez más sobre la bondad o maldad del humor (este era uno de los quodlibet preferidos de los escolásticos, es decir, uno de los temas libres favoritos para debatir entre ellos). Hasta los reyes querían ser graciosos, como es el caso de Carlomagno, del que se decía que contaba bromas feudales–gabs–a sus pares, o San Luis de Francia, conocido como el Rex Facetus, rey bromista.
Y en esto llegó Francisco de Asís, que aconsejaba ir siempre, en cualquier situación, hilari vulto, es decir, con el rostro risueño, una práctica adoptada con gran éxito por los vendedores de aspiradoras y por los políticos de toda variedad.
Es imposible ir hilari vulto con las mascarillas. Es difícil reirse en soledad.
La crisis del humor tendrá consecuencias más graves que simplemente disminuir la venta de aspiradoras y seguros, o despojar a los políticos y a los ejecutivos superficiales de su arma de seducción favorita, esa sonrisa permanente e inexplicable que parecen llevar siempre puesta, de la mañana a la noche.
Habrá que hacer algo para preservar la risa y la sonrisa en medio de esta crisis sanitaria. El verdadero anticuerpo de la tiranía, la barbarie y la brutalidad, no es otro que el humor.

Efecto Diocleciano

Marta celebra que los precios máximos de los alquileres se vayan a regular por ley.
Le digo que yo hubiera preferido que el esfuerzo gubernamental se hubiese centrado en la creación de vivienda pública, y no tanto en cargar con el peso económico de esta medida social a los propietarios, que en su mayoría (75%) no son precisamente fondos buitre o grandes corporaciones sin alma, sino gentes de clases medias cuyo medio de vida está vinculado a los ingresos por el alquiler.
–Pues yo lo veo muy bien, la verdad.
–El problema es el efecto Diocleciano.
–¿Y eso que es?
–Verás. En tiempos del emperador Diocleciano, las arcas públicas de Roma estaban cada vez mas vacías. Así que se este emperador hizo alterar las monedas de curso legal hasta reducir hasta en un 90% su contenido previo en metal precioso, sin modificar su valor facial. La consecuencia es que los comerciantes de dejaron progresivamente de aceptar esa moneda alterada en pago de su mercancía y se produjo la consiguiente inflación. Se produjeron revueltas y manifestaciones de las clases populares. Y ya podemos imaginarlo: las masas achacaban el problema a la avaricia irreprimible de los comerciantes, que desangraban al pueblo…
–¿Y bien?
–Pues Diocleciano enfureció ante esa inflación que ni siquiera con todo su poder él era capaz de controlar. Además, siendo como era un emperador decididamente «populista» que se autodeclaraba «protector del pueblo», este emperador no podía tolerar esa locura monetaria que estaba llevando a la ruina y la miseria a muchos ciudadanos romanos.
–¿Y qué es lo que hizo para arreglarlo?
–Pues, prohibir, que es lo que esencialmente suelen hacer los que mandan cuando se encuentran con un problema y no se les ocurre la manera de llegar al fondo de la cuestión. Diocleciano creó una larga lista de mercancías y estableció que esos productos no se podrían vender por encima de ciertos precios. Cualquier comerciante que violase esa prohibición sería ejecutado. Y también habría pena de muerte para el comerciante que, a la vista del edicto imperial retirase de la circulación sus mercancías. Estaba todo fijado. Productos y servicios. Desde las alubias (que no podían ser vendidas por más de 100 denarios la libra, hasta el servicio del amanuense, que no podía superar los 20 denarios por 100 líneas (si bien un amanuense de calidad superior podía cobrar hasta 25).
–¿Y en qué quedó todo?
–Pues en lo que podríamos esperar. Ocurrió lo contrario de lo que el Emperador pretendía. Tan pronto el Edicto se promulgó, la calidad de vida se derrumbó, debido a la súbita escasez de mercancías. Largas colas para comprar. Una oferta ridícula. El desastre social fue tan grande que el todopoderoso Diocleciano no tardó en acaptar su impotencia frente a las fuerzas del mercado y optó por anular su propia ley. Hecho esto, en pocos años, exactametne en 307 d.c. la dinámica monetaria del Imperio ya había revertido hacia la normalidad.
Sí. Este es el llamado Efecto Diocleciano. En realidad, no es ni mucho menos el único caso de catástrofe ocasionada por el intento incompetente de dar forma de ley a la demagogia. Es una historia interminable. El Código de Hammurabi era en buena parte una lista de precios máximos legales. Carlomagno promulgó en 806 d.c detalladas tablas de precios máximos que ningún comerciante honesto debería osar superar. Lo mismo hizo Eduardo III de Inglaterra en 1364. Y lo mismo hacían los monarcas españoles del XVI y XVII que intentaban desesperadamente fijar una y otra vez precios máximos para el grano y la harina. O los soviets. O el Wholesale Price Index de los años 70 en Estados Unidos. O los recientes intentos en España de fijar precios mínimos para los próductos agrícolas. El mercado es una fiera implacable que no se deja domesticar fácilmente, y cuando un gobernante, impulsado por la demagogia, intenta hacerlo, el resultado final suele ser el opuesto al que se presumía.
–Todo esto tal vez nos recuerda aquello de que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones…
–En economía y en política…desde luego.

Trigo y bueyes.

Me inquieta pensar que el mayor avance de la civilización humana se relaciona con la idea de bloquear la capacidad de procreación de otras criaturas.
Por un lado tenemos el trigo. Solo cuando el hombre consiguió unas espigas cuyo grano no se lo llevase el viento, el trigo se convirtió en la fuente de alimentación que hizo posible la vida urbana y el progreso (si se puede llamar así) de la civilización.
Y por otro lado están los bueyes de tiro, sin los cuales el trabajo de arar los campos de cereal sería casi imposible (quizá por ello los bueyes han sido en tantas culturas objeto de divinización, dado su celibato y su rol benefactor).
Estas cosas, sobre las que no creo recordar que haya reflexionado el admirable Hariri, me hacen meditar sobre la historia del sapiens y su relación con otras criaturas. No sin cierta melancolía.

In Tensio

Leo que el Gobierno tiene intención de hacer no se qué. Pero, ¿qué es exactamente tener la intención de hacer algo? Es curvar el arco tanto como sea posible, sin dispararlo. Es sentir el drama de querer sin actuar. Es vivir esa dramática tensión interior que evoca la etimología de la palabra. Intención es intus tensio, es decir, tensión interior. No hay intención si no hay intensidad. Quien dice que tiene intención de hacer algo miente, no ser que su arco del deseo esté de verdad tenso. Y no son muchas las veces que somos en verdad capaces de tensar ese arco.

Gambito de Dama.

Al parecer, la serie televisiva del año va a ser Gambito de Dama. Yo he disfrutado viéndola, no solo por el tema, sino por la espectacular calidad de producción. Espléndida, realmente.
La serie ha traído a la actualidad un asunto peliagudo, a saber, la razón por las que las mujeres tienen mucho menor nivel que los hombres en ajedrez.
En la medida en la que el ajedrez es el juego intelectual por excelencia y dado que en este juego existe un sistema preciso de evaluación del nivel de cada competidor (el sistema ELO), el debate sobre esa presunta inferioridad femenina tiene un gran alcance.
¿Ellas juegan peor? Entonces ellas piensan peor, como sugerían alegre e indocumentadamente Fischer o Kasparov. O al menos piensan «diferente«, como han especulado otras personas mucho más autorizadas que esos dos campeones del mundo, incluyendo a Steven Pinker, por ejemplo.
En fin, la cuestión es sencilla ¿por qué solo hay en la actualidad una jugadora entre los cien mejores ajedrecistas masculinos del mundo?
La razón es mucho más simple de lo que parece y no tiene mucho que ver con presuntas diferencias o inferioridades cognitivas del género femenino. Es un asunto estrictamente estadístico.
Asumamos como premisa que hay muchas menos jugadoras de ajedrez que jugadores. Esto un hecho. Por las razones que sean. Luego volveré sobre este punto.
Si esto es así, debemos tener en cuenta lo que podríamos llamar Ley de la Tasa de Participación, según la cual, si tenemos dos distribuciones con una misma media y una misma desviación estándar, la distribución mayor tenderá a mostrar más valores extremos que la menor. Dicho de otro modo, y con un sencillo ejemplo, entre los alumnos de una clase de un colegio existirá una cierta posibilidad de encontrar un superdotado, pero esa posibilidad será mucho mayor si analizamos el colegio en su totalidad (esto también se aplica para el caso contrario, es decir, a la posibilidad de encontrarnos con alumnos seriamente infradotados). Y esto no contradice que los valores medios sean similares entre la clase en particular y el colegio como un todo.
La expresión estadística que reproduzco arriba describe matemáticamente esta Ley de la Tasa de Participación y cuantifica la creciente expectativa de encontrar jugadores fuera de serie a medida que crece el número de participantes en el juego (de hecho esa expectativa crece linealmente respecto al logaritmo neperiano del número de participantes).
Debemos la elaboración de la expresión a Merim Bilalic de la Universidad de Oxford, el matemático que estudió en detalle el enigma de la aparente superioridad masculina en ajedrez. No es difícil acceder en internet al «paper» en el que se detallan sus conclusiones; está en The Royal Society Publishing Proceedings.
En definitiva, dada la enorme cantidad de practicantes de ajedrez masculinos en el mundo es mucho más fácil que surjan en ese grupo jugadores fuera de serie que entre el relativamente pequeño grupo de jugadoras. Y esto es perfectamente compatible con el hecho de que la media de nivel de juego entre grupos de jugadores masculinos y femeninos escogidos al azar, pueda ser sensiblemente similar, siendo precisamente esa media de nivel lo que nos podría confirmar o no la existencia de diferencias cognitivas, y no el hecho de que haya muchos más grandes maestros masculinos que femeninos.
Ahora bien, uno se podría preguntar entonces, para refutar la argumentación estadística de Bilalic, por qué las mujeres juegan menos al ajedrez que los hombres, que era la premisa de la que hemos partido. Y esto es lo que nos llevaría de nuevo al espinoso asunto del debate diferencial sobre el cerebro masculino y el femenino.
Pues puede que estemos ante una cuestión circular.
Las mujeres juegan menos al ajedrez porque…no hay grandes campeonas.
Y no hay grandes campeonas…porque las mujeres juegan menos al ajedrez.
A lo mejor este circulo vicioso se empieza a romper con esta estupenda serie de televisión (que ha contado con asesores rigurosos y superexpertos como Kasparov o Pandolfini; este último incluso ha aparecido en un cameo como Director del Campeonato de Kentucky).
Tal vez muy pronto surjan jugadoras que sigan el camino de la china Yifan Hou, quien, con su astronómico Elo de 2658 puntos estuvo por ejemplo a punto de humillar a Magnus Carlsen en una legendaria partida del Grenke Chess Classic (se salvó de milagro el campeón del mundo, forzando tablas con su rival femenino in extremis).
Yifan Hou habría podido inspirar al autor del libro que sirve de base a la serie, de no ser porque cuando se escribió dicho libro (1983) faltaban todavía 11 años para que Yifan Hou, la gran maestra más joven de la historia con solo 14 años, naciese.
En suma, concluir que el cerebro femenino es inferior al masculino simplemente por el mero hecho de que hay menos grandes maestras de ajedrez que grandes maestros, es ponerle una zancadilla a la lógica.
Y, por cierto, zancadilla es el significado etimológico de gambito, derivado del italiano gambétto, que se define en esa lengua como el modo diestro de atravesar un pie o una pierna para hacer caer al otro o, figuradamente, poner una trampa al prójimo para obtener ventaja frente a él.