Schopenhauer

Es extraño que no se hable más de Schopenhauer.

Intuyó, de forma asombrosa, las dos grandes crisis de la razón que definen el mundo contemporáneo. 

Tuvo la genialidad de cuestionar la racionalidad del mundo exterior y la racionalidad del mundo interior. 

Respecto a la razón física, Schopenhauer atisbó que el principio de la causalidad era también un a priori; y dejó dicho que tiempo y espacio debían concebirse como intrínsecamente unidos, formando una misma cosa. Con ello, se anticipó a los misterios de la física contemporánea, en la que a veces los efectos parecen preceder a las causas y el tiempo forma un continuum con el espacio.

Respecto a la razón mental, Schopenhauer intuyó la destructora noción del subconsciente, que luego Freud desarrollaría in extenso (sin, por cierto, hacer pública nunca su enorme deuda intelectual con el profesor prusiano).

Hacen de Nostradamus un portentoso vidente por no se qué abstrusos versos que apenas remotamente parecen evocar un puñado de acontecimientos de la Historia. 

Pero de Schopenhauer, que razonó poderosamente para anticipar casi milagrosamente las claves del mundo que ahora conocemos, se habla poco. 

De cara a ganar fama y reconocimiento, suele ser mejor ser charlatán que ser sabio.

El lugar de la memoria.

Amable lector, intenta por favor evocar un sentimiento, una sensación, un recuerdo de tu pasado, tal vez de tu infancia.

Hazlo ahora, antes de seguir leyendo…

¿Lo has hecho?

Pues lo más probable es que hayas recordado un lugar. O que al menos, hayas situado tu recuerdo en un lugar perfectamente reconocible por tu memoria. No tenías por qué haberlo hecho. Solo te pedí un recuerdo, no un lugar.

La memoria es territorial. Recordamos, por encima de todo, lugares y espacios. O al menos no podemos evitar situar nuestros recuerdos en esos lugares y espacios.

Tal vez esto explica la nemotecnia de los palacios de la memoria.  Asociar a un lugar una idea, un pensamiento o un dato, consigue que esa idea, pensamiento o dato, no naufrague en el olvido.

Me pregunto si esta territorialidad de la memoria tal vez tenga algo que ver con nuestro pasado ancestral como cazadores/recolectores. 

Quién sabe.

The body never lies.

¿Por qué los prebostes y prebostillos, cuando deciden bailar, lo hacen de una forma tan torpe y ridícula? No se salva ni uno.

En las cortes europeas del siglo XVIII, saber bailar bien era algo imprescindible entre los hombres públicos. En el París de 1700 había más de 200 academias de baile orientadas a convertir a los cortesanos en avezados danzarines.

Pero ahora, cada vez que un preboste decide lanzarse a dar unos pasos de baile,  comprobamos su total incapacidad para la tarea. Tan solo Obama, como podríamos esperar, lo ha hecho medianamente bien, en las dos o tres ocasiones en las que se animó a bailar ante las cámaras.  Lo de Trump ha sido para llorar, como también podríamos esperar. Y no digamos lo de nuestro plagiador preboste saliente, que ha dado contenido a un jocoso vídeo viral.

Yo creo que las razones son múltiples. 

Por un lado, el preboste y el prebostillo, en general,  presentan una sobrevaloración patológica de la imagen que proyectan o creen que deben proyectar. Esto tiende a bloquearles cuando se ven forzados a bailar en público.

Por otro lado, bailar es de alguna manera liberarse de máscaras, ser quien auténticamente se es. Bailar es decir con el cuerpo la verdad y nada más que la verdad (Martha Graham decía que el cuerpo no miente jamás), y todo esto no es plato de gusto para el político. Así que el preboste baila a regañadientes, rígido, con la cintura y la pelvis bloqueadas, con saltitos y gestos grotescos, temeroso de comunicar con sus movimientos lo que él está acostumbrado a ocultar con sus palabras.

Nietzsche, que consideraba un día perdido aquel en el que no hubiese bailado en algún momento, sostenía que el aprendizaje de la danza debía incluirse en todo curriculum educativo; consideraba que había que danzar en todas las formas, con los pies, con las ideas, con las palabras…Para Nietzsche, la incapacidad para el baile estaba en relación con la esclerosis de una era de falsa teología y conformismo. Veía el baile como la única forma aceptable de piedad. Y decía que solo creería en un Dios que supiese bailar. Con ese elogio de la ligereza, el genio teutón enlazaba con una de las ideas más arraigadas de la Humanidad: la relación del peso con el pecado y la muerte, lo que nos remonta a la balanza egipcia de Maat, que condenaba para siempre al difunto cuyo corazón, por estar cargado de culpa, pesaba más que una pluma, o simplemente a la expresión habitual de los funerales: sic tibi terra levis, es decir, que la tierra sea ligera para tí.

A veces, meditando en torno a Martha Graham, Nietzsche y la divina hija de Ra, me da por pensar que solo votaré a un político que me demuestre que sabe bailar. 

Propongo que en los próximos debates electorales, los candidatos bailen para nosotros. Será divertido. E iluminador.

Porque, en efecto, “the body never lies”.

El Muro.

Me llega anoche un vídeo de esos “virales”, en el que se ve a alguien insertando algo así como unos carnets de identidad, que va sacando de un mazo, en los escaños de los parlamentarios. El texto que acompaña al vídeo nos aclara que se trata de alguien fichando por los diputados ausentes, a fin de que cobren sus dietas. “¡Es indignante!”, se nos dice. Y se nos anima con el consabido “pásalo” a divulgar tamaño testimonio de desverguenza por parte de nuestros parlamentarios.

En realidad, bastan unos segundos para sospechar que el vídeo no es lo que se dice que es. Y es fácil comprobar que no está grabado en nuestro parlamento, sino en el muy turbulento de Ucrania, hace ya bastantes años. Quien me lo ha enviado, como quizá tantos otros, no se ha tomado la molestia de verificar lo que sin más se ha permitido transmitirme inmediatamente.

Y es así como las falsas noticias se van construyendo.

Es muy triste, pero en general, tendemos a creer a pies juntillas aquello que confirma nuestros arraigados perjuicios (prejuicios que con la creencia adicional se arraigan un poco más).

Solo consultamos medios o fuentes que nos son afines.

Solo escuchamos a quienes nos dicen lo que nos gusta oir…

Y así, a rítmo de tuits y mensajes en redes, vamos radicalizándonos cada vez más, cegándonos, haciéndonos sectarios, y levantando muros de incomprensión cada vez más altos entre nosotros.

Jueces.

Tiempos difíciles para los togados. El esperado juicio del “procés” parece que se está convirtiendo más bien en el proceso al juicio (y por añadidura a los jueces). El alguacil resulta alguacilado, en cierto modo.

Un amigo mío se lamenta de esta crisis profunda de la fé en quienes imparten justicia. 

Pero yo le digo que ha habido tiempos peores. O más bien que casi siempre ha sido aquí lo mismo, que ya es fatalidad.  O quizá es algo que tiene explicación, si pensamos en el histórico descuido del Estado en relación con la administración judicial, con recursos que nunca fueron ni de lejos suficientes, ni siquiera en nuestros días.

En este sentido, le menciono un delicioso y malvado soneto de Quevedo, que no es muy conocido, y en el que se hace referencia mordaz a la figura del juez venal en los tiempos de nuestro Siglo de Oro. Una obra de arte e ingenio, como tantas creaciones de Don Francisco, aquel en quien Borges veía el interprete genial de una España apicarada y el fustigador implacable de lechuzos, alguaciles y leguleyos…

“Las leyes con que juzgas, ¡oh Batino!,

menos bien las estudias que las vendes;

lo que te compran solamente entiendes;

más que Jasón te agrada el Vellocino.

El humano derecho y el divino,

cuando los interpretas, los ofendes,

y al compás que la encoges o la extiendes,

tu mano para el fallo se previno.

No sabes escuchar ruegos baratos,

y sólo quien te da te quita dudas;

no te gobiernan textos, sino tratos.

Pues que de intento y de interés no mudas,

o lávate las manos con Pilatos,

o, con la bolsa, ahórcate con Judas.»

Gatomaquia.

El monarca declaró hace unos días que “no es admisible apelar a una supuesta democracia por encima del Derecho”.

Esto es una torpeza. Y provoca una respuesta retórica muy eficaz como la que se ha escuchado esta mañana en el Tribunal Supremo, en boca de uno de los procesados, a saber, que el Estado franquista era un Estado de Derecho y sin embargo no era demócrata.

Pero ¿quién asesora al monarca en sus discursos?

Naturalmente que la democracia, supuesta o no, resulta un concepto supremo, contrariamente a lo que parece haber sugerido el monarca.

Y en el plano puramente teórico, la democracia, sí, debe estar por encima del llamado estado de derecho (asumiendo que tenga sentido concebir un estado plenamente de derecho que no sea de algún modo demócrata).

Pero es que eso no es lo que se debate. Lo que se debate es quien tiene la legitimidad para erigirse en guardián o promotor exclusivo de la democracia y si alguien puede arrogarse dicha legitimidad por su cuenta y riesgo, violando o despreciando el ordenamiento jurídico de un Estado que, en principio y según diferentes criterios, parece ser democrático y de derecho.

Aceptar la gatomaquia de las palabras, discutir como Marramaquiz y Micifuz sobre la primacía de este o aquel concepto, es precisamente dar pábulo y entrar al trapo de quienes de forma puramente retórica y falaz vienen sosteniendo la primacía de su concepto particular y personal de “democracia”. Pasando por encima del Estado de Derecho.

Post it

Me pregunta Marta por el misterio de los post it. ¿Cómo es posible que se adhieran una y otra vez? 

Tiene una explicación sencilla. La superficie del post it está cubierta de microesferas rellenas de adhesivo, que se rompen al contacto. Pero la clave es que esas esferas son de diferentes tamaños: grandes, medianas, pequeñas, aún más pequeñas…Con el primer uso, se rompen las grandes. Con el segundo, se rompen las menores que ellas. Y así sucesivamente. La adherencia persiste.

Ante la existencia, que nos va rompiendo las ilusiones, deberíamos ser como los post its: asegurarnos de estar recubiertos de esferas de diferentes tamaños. Cuando se rompen unas, que entren en juego otras, y luego los otras…El caso es que no perdamos jamás la adherencia a la vida.

Ketchup

Agitamos el frasco de ketchup porque las moléculas de la salsa son de tal naturaleza que se desacoplan unas de otras con el movimiento y, fluidificándose, salen al exterior más fácilmente.

Ocurre lo contrario con la mucosidad líquida de los bronquios, que tiene una naturaleza química opuesta a la del ketchup . Para expulsar esa incómoda mucosidad al exterior necesitamos una vibración enérgica que la densifique y permita que la arrastremos fuera. Conseguimos ambas cosas con el carraspeo y la tos.

La pura agitación, también en la vida social, unas veces fluidifica y otras densifica. En unas ocasiones estimula el desarrollo. En otras, hace más espesos los problemas.

¿A qué tipo de proceso corresponden los chalecos amarillos que agitan la sociedad francesa?

Yo no lo tengo claro.

La tiranía de la leche.

El fenómeno del voto útil, en virtud del cual la gente no vota en función de sus aspiraciones sino en función de sus miedos es un ejemplo más de las muchas distorsiones que presentan estos sistemas electorales que consideramos democráticos.

Ya Kenneth Arrow demostró hace más de medio siglo, en su tesis doctoral, que cuando los votantes tienen tres o más opciones, ningún sistema de voto puede acabar representando adecuadamente las preferencias reales de los electores. Algo parecido ya había sugerido Condorcet, nada menos que en 1785.

En nuestros días, el matemático Donald Saari, abunda en la misma idea y proporciona un ejemplo muy ilustrativo.

Supongamos que pedimos a 15 personas que clasifiquen por su preferencia tres bebidas: leche (L), cerveza (C) y vino (V).

Ahora imaginemos que 6 de esas personas votan LCV, 5 de ellas votan CVL y 4 VCL.

En un sistema electoral tradicional, donde lo que cuenta es lo primero que elegimos, está claro que quien gana es la leche (con un 40% de los votos, esto es, 6 votos de un total de 15). Después iría la cerveza y finalmente el vino. Es decir, el resultado ha sido LCV.

Lo justo sería darle todo el poder a la leche ¿no? Eso es la democracia, después de todo, podríamos pensar.

Pues conviene darle una vuelta antes de decidir. En realidad, tenemos a 9 votantes que prefieren la cerveza a la leche.  Y también hay 9 votantes que prefieren el vino a la leche. Es decir, la mayoría absoluta de los votantes se van a sentir profundamente frustrados con la designación de la leche como ganador de las elecciones.  En realidad, si tuviésemos en cuenta las verdaderas preferencias de los electores, el resultado del voto no sería LCV sino más bien VCL…¡justo lo contrario!

Este tipo de paradojas no son meramente teóricas. Baste recordar, como un ejemplo entre cientos, el caso de las elecciones presidenciales del 2002 en Francia, cuando había tantos candidatos de izquierda en la primera vuelta que todos resultaron eliminados, dejando para la segunda tan solo a dos candidatos de la derecha, Chirac y Le Pen.

La reforma más urgente que tiene nuestra sociedad (dejando aparte por un momento la del sistema judicial, que clama al cielo) es la del sistema electoral, que sigue siendo, en esencia, tan imperfecto y primitivo como lo era hace dos tres siglos, cuando emergieron las primeras democracias modernas.

Un sistema de determinación de la voluntad popular mucho más preciso, con el concurso de las tecnologías de la información, el uso de los modelos matemáticos más rigurosos y las garantías de blockchain, ayudará a reducir el malestar ciudadano generalizado, que no solo no se está aliviando con las elecciones presuntamente democráticas, sino que, a menudo, empeora con cada una de ellas.

Nosotros lavamos más blanco.

La comunicación política se parece cada vez más, por lo falaz y lo pueril, a la de los detergentes. Cada candidato se limita a garantizar que su opción será más eficaz, más beneficiosa para todos…

O sea, que él “lavará más blanco”.

Curiosamente, ese “lava más blanco” de los detergentes es esencialmente mendaz. La blancura de los detergentes no sobreviene por efecto de su poder de limpieza, sino porque contienen partículas orgánicas que absorben la luz ultravioleta y emiten una luz azulada. Al exponer al sol la ropa lavada (como nos muestran sistemáticamente los anuncios), percibimos una blancura deslumbrante. 

Pero esa blanca limpieza es solo una ilusión óptica.

Lo mismo ocurre con lo que nos dicen los candidatos. 

Ilusión óptica como mucho.

Y candidato es por cierto palabra relacionada con la blancura (por la cándida-blanca-vestimenta tradicional de los aspirantes a magistrados en la antigua Roma).

Todo encaja.