Непо́мнящий

El enfrentamiento por el cetro mundial de ajedrez comienza hoy viernes 26 de Noviembre, en Dubai. Mientras desayuno, leo un artículo en el periódico sobre los adversarios, esto es, el actual campeón islandés Carlsen y el retador, el ruso Niepomniatchi.

El articulista saca punta al desafío señalando que el candidato fue hasta no hace mucho amigo y personal y colaborador del actual campeón. Y que por ello, el gran reto del ruso será olvidar esa relación del pasado y evitar que influya en su juego. 

Me ha llamado mucho la atención este enfoque. Y también me ha entristecido lo que me ha evocado.

–¿Por qué te ha llamado la atención?

Porque no se si el periodista ha caído en la cuenta de que el apellido ruso Niemponiatchi significa justamente “el que no recuerda”. 

–Ah, qué casualidad. Y ¿por qué te ha entristecido?

–Pues porque ese apellido es un testimonio de la terrible opresión que sufrían los rusos en los tiempos de la esclavitud, que apenas terminó cuando alboreó el siglo XX.

–Ya me dirás.

–Cuando la policía zarista interrogaba a un vagabundo o a un siervo, y le preguntaba su nombre, era relativamente usual que este respondiese con un “yo no lo recuerdo”, es decir, “ia niepomniu”. Y lo tremendo es que ese olvido era creíble, hasta tal punto llegaba la mísera ignorancia de los siervos.

–Eran tan pobres que por no tener no tenían ni siquiera nombre…

–Así es. Y por ello la policía se limitaba a registrar al desdichado paisano como “el que no recuerda”, 

–Exacto: niepomniatchi, el que no recuerda, una expresión que con el tiempo se ha convertido en un apellido ruso más.

–Triste, estoy de acuerdo.

–Sí. A veces, explorar el origen de las palabras nos lleva a mundos oscuros. Pero también se puede ver algo luminoso en ese apellido, si te fijas bien.

–Explícate.

–Pues verás; nie-pomniatchi es un derivado del verbo ruso napominat que significa, en efecto, recordar. La partícula inicial nie es la que da el sentido negativo. Pero lo bonito, creo yo, es que a su vez, napominat está vinculado a mniti, que significa a la vez “recuerda” y “piensa”. Todo proviene de la raíz protoindoeuropea «men«, pensar, que es la que da vocablos como mantra, manía, amnesia, mentor, y, por supuesto, mente.

–¿A dónde quieres llegar? Siempre me acabas confundiendo con todos tus derivados y tus raíces protoindonosequé.

–Lo que quiero es resaltar que para el lenguaje ruso, de algún modo, el conocimiento es puro recuerdo. Y eso es muy sutil, muy platónico. Recuerda que ya hemos comentado alguna vez que para los antiguos griegos la verdad, la a-leteia, es aquello que se desvela, aquello que deja de estar escondido por el olvido, como el olvido que el lago Leteo produce en las almas de quienes pasan al otro lado para evitar que sufran recordando a los seres queridos.

–Uff, mejor lo dejamos aquí. Y ya me dirás quien gana la partida de hoy entre Carlsen y… ¿cómo es el nombre del otro?

–No me acuerdo.

Ni mu.

Me preguntan por qué escribo tan poco últimamente.

–No se. La verdad es que tengo bastante trabajo. Y el poco tiempo libre que tengo lo dedico a los amigos, a la bicicleta o al ajedrez.

–Qué lástima. Deberías dejar un poco de espacio en tu jornada para escribir.

–No se. He escrito diez mil publicaciones en el blog antiguo y varios miles más en este. Ya he contado bastantes cosas; supongo que alguna de ellas interesante.

–Pero ¿es que ya no se te ocurre nada que merezca la pena publicar?

–Mu.

–¿Cómo?

–He dicho que mu. Si quieres te lo repito.

–¿Y eso? ¿Me estás llamando rumiante o algo así?

–No. Estoy diciendo que la pregunta sobre si se me ocurre o no algo que merezca la pena está mal planteada. No puedo responder ni afirmativa ni negativamente. Porque ignoro qué es lo que merece la pena publicar. Tal vez no merezca la pena publicar nada. Tal vez cualquier cosa es digna de ser compartida.

–Ya. Y que tiene que ver “mu” con eso que estás diciendo.

–Muy sencillo. En japonés para responder afirmativamente a una pregunta dicen “hai”. Y para responder negativamente dicen “iie”.

–¿Y?

–Pues que también tienen los nipones una expresión para no decir ni sí no, sino que la pregunta no está planteada de forma en que pueda ser respondida afirmativa o negativamente.

–Ah, ya lo pillo. Esa expresión es “mu”. 

–Exacto. Existe un koan zen en el que un estudiante le pregunta al maestro Zhaozhou si un perro podría conseguir la iluminación de Buda. El maestro se limita a responder “mu”, es decir, nada, respuesta ausente, silencio, cualquier cosa vale como respuesta…

–¡Qué interesante!

–Ya lo creo. Este “mu” es muy interesante porque pone de manifiesto algunas limitaciones estructurales de nuestra lógica binaria. Y viene al caso recordar que en los próximos ordenadores el “mu” será una tercera opción. Seguro que has oído hablar de esos llamados qubits que añaden al 0 y al 1 un tercer valor definido por el estado de indeterminación o superposición cuántica, lo que incrementa prodigiosamente el potencial de cálculo de las máquinas inteligentes.

–O sea, que en cierto modo, los japoneses, con su “mu”, se anticiparon a la nueva revolución informática que está en cambio.

–Podemos verlo así, si quieres. Aunque no son solo los japoneses, también existen otros lenguajes como el coreano o el tibetano en el que utilizan una particula parecida. Yo creo que mu es algo muy útil, dejando aparte el laberinto cuántico, porque muchas discusiones estúpidas quedarían neutralizadas si aprendiésemos a decir “mu”, es decir, a poner en cuestión la formulación misma de la cuestión. Frente a la tontería dialéctica no hay que decir ni mu, o más bien hay que decir exactamente mu.

–Oye, y ahora que lo pienso, ¿por qué no escribes hoy sobre la importancia de “mu”?

–Puede ser. Pero será cuando termine unas cosillas que tengo entre manos. Hasta entonces, ni mu.

¡Eia, eia, alalá!

Los populismos, en cualquiera de sus sabores y presentaciones, son muy eficaces en cambiar el nombre de las cosas, tal vez para compensar lo poco eficaces que son en cambiar las cosas.

Nombres de calles, pronombres, adjetivos, referencias históricas…todo ha de llamarse de la manera nueva y mejor…

Anteayer, los pulsateclas de la Carrera de San Jerónimo aprobaron que el Valle de los Caídos deje de llamarse Valle de los Caídos, por ser políticamente incorrecto. Mira por dónde a mí ese cambio no me parece mal. En cambio, tengo mis dudas sobre la nueva toponimia que proponen, pues nos mandan que llamemos a ese enclave como antaño, esto es, Cuelgamuros, que acaso también resulte políticamente incorrecto, si hacemos caso de lo que por ejemplo asevera Nicolas Sánchez Albornoz–jornalero forzoso durante seis años en el faraónico panteón que Franco se preparó–quien remite esta última toponimia a una derivación del muy feo  “Cuelga Moros”.

En realidad, el profesor Sánchez Albornoz se equivoca: ese “muros” o “moros” está relacionado con uno de los lexemas toponímicos más populares en la península ibérica, sin la menor relación con los mahometanos o con las paredes. Se trata de “murr” o “mor”, que es partícula prerrománica y que significa montón de piedras o colina pedregosa, y que está presente en incontables topónimos de nuestros pagos: Moron, Mora, Morella, Moretón, Morilla, Morra, Morral, Morales, Morata…

Sobre el orígen prerrománico de estos topónimos no hay la menor duda. Solo se discute si el lexema prerromano en cuestión proviene del substrato mediterráneo (Menéndez Pidal) o del alpino-cántabro-pirenaico (Hubschmid). De hecho, hay referencias en los textos griegos y latinos a estos viejos topónimos relacionados con mor. Estrabón hace referencia a un Morón cerca de Lisboa, en lo alto de un cerro, y Ptolomeo a un cierto Moroika, por ejemplo.

O sea, que me parece muy bien y me da que es políticamente impecable, que el Valle de los Caídos se vuelva a llamar Cuelgamuros, sin que dicha modificación tenga por qué ofender a los musulmanes, si se entiende bien (aunque alguno habrá que clame en este sentido).

Pero, me inquieta, después de todo, que este cambio, por más que bienvenido, sea otra manifestación de la funesta propensión populista para cambiar los nombres y no las cosas, como dije arriba. Precisamente estos días estoy releyendo a Primo Levi y me troncho con sus sarcasmos sobre la “italianizzacione delle parole” que promovió el fascismo en los años 30 del pasado siglo. Mussolini decidió que habría que prohibir el uso de todo vocablo que no fuese de estricto carácter italiano, so pena de multa y 6 meses de cárcel. Así, los sufridos italianos tuvieron que acostumbrarse a cambiar de nombre a más de 500 palabras: el croissant pasó a llamarse cornetto, el hotel, albergo, un panorama se convertía en tuttochesivede (todoloqueseve), el sandwich pasaba a ser un traidue (entredos), el gangster ya no era un gangster sino un malfattore (malhechor), nada de records sino primatos, y prohibido mencionar el color burdeos, pues debía decirse color barolo (como ese caldo tan sobrevalorado del Piamonte). Y que no se le ocurriese a nadie decir “insalata russa”, existiendo el muy fascista término de “insalata tricolore”. Ni de broma hablar del zar o la zarina, sino del cesar y la cesarina. No se podía jugar al tenis, sino a la pallacorda. Y había normas aún más hilarantes: por ejemplo, que no se debía mencionar a Louis Armstrong sino con su nombre italianizado, esto es Luigi Braccioforte. O que no se podía exclamar “hip, hip, hurra!”, sino “eia, eia, alalá!, que era el grito de guerra de los hoplitas de la Hélade, tal como sabemos por Esquilo y Platón.

Casi ninguno de estos cambios promovidos por el fascio redentor italiano ha subsistido, salvo acaso el tramezzino para sandwich o el calcio para fúbol. Poco más.

En fin, lo que he dicho al principio, que lo fácil en este mundo es pretender cambiar los nombres de las cosas. Y lo difícil, cambiar las cosas mismas.

De aquí que los populistas se centren siempre en lo primero, para disimular su impotencia en lo segundo.

Recelemos, entonces, de los manipuladores del lenguaje. Esconden siempre a los manipuladores de personas.

Humanidad.

Parece ser que los mandamases del mundo se deciden a tomar ciertas medidas para frenar el calentamiento global. ¡A buenas horas!

Es sorprendente la falta de reflejos que tiene el ser humano como conjunto en relación a los problemas que también afectan al ser humano globalmente.

Pondré un ejemplo quizá no muy conocido. 

En el discurso de recepción del Nobel, Alexander Fleming dejó dicho que un mal uso de los antibióticos podría generar resistencia, y que eso representaba un peligro (“The time may come when penicillin can be bought by anyone in the shops. Then there is the danger that the ignorant man may easily underdose himself and by exposing his microbes to non-lethal quantities of the drug make them resistant”).

Y eso se dijo, fijémonos bien, en 1945.

Da la impresión de que pasaron muchas décadas hasta que se empezó a hacer frente al problema con cierta seriedad. Y parece haber ocurrido lo mismo con el cambio climático.

¡Oh, la Humanidad!