
Un amigo me llama por teléfono y se extraña de que yo no haya acudido esta mañana a la manifestación del No a la Guerra. Me recuerda que sí acudí, con él, a la manifestación similar que tuvo lugar hace ya unos cuantos años. Me pregunta si no me he hecho, con el tiempo, un poco islamófobo.
No le puedo responder con precisión.
Lo que sí puedo decir es que soy thriskiáfobo o pistófobo (estas serían las dos formas distintas posibles de definir a partir del griego la aversión a toda religión “institucionalizada” e instrumentalizada, como lo es sin duda el Islam; thriskiáfobo hace referencia a la repugnancia por las ceremonias de veneración, la thriskia, y pistófobo pone el énfasis en el rechazo a todo intento de poner encima de la razón la fé, la pistis).
Soy thriskiáfobo porque creo que las grandes religiones del mundo, en particular las del Libro, han sido utilizadas e instrumentadas institucionalmente por los poderosos a lo largo de la Historia, con resultados nefastos para la libertad y la dignidad humana. Y en esto es difícil señalar cuál de las tres religiones del Libro puede llevarse la palma. En realidad, la intrínseca ambigüedad y potencial interpretativo amplísimo de los textos sagrados (ya sea la Torah, la Biblia o el Corán) es lo que ha facilitado, en cada momento histórico, los abusos, las inquisiciones, los degollamientos, las guerras religiosas…Aunque también, por esa misma ambigüedad y potencial interpretativo, debemos reconocer a la religión un papel clave en el desarrollo de la cultura y la civilización y, ocasionalmente, en el camino de la paz. Es todo muy contradictorio, porque la ambigüedad de los textos sagrados lo permite todo.
En la Biblia, por ejemplo, no hace falta recordar que podemos hallar toda la brutalidad y crueldad que deseemos encontrar (en realidad podemos toparnos con cualquier cosa en ese libro fascinante y atroz a la vez). “Si una joven se casa sin ser virgen deberá morir apedreada” (Deuteronomio). “Si un esclavo está contento contigo, tomarás un punzón y le horadarás la oreja apoyándola en la puerta, así te servirá para siempre, lo mismo harás con una esclava” (Deuteronomio). “Si alguien tiene un hijo rebelde, lo sacarán de la ciudad y todo el puenblo lo apedreará hasta que muera” (Deuteronomio). “Al que ofrezca sacrificios a otros dioses fuera de Yahvéh, lo mataréis” (Deuteronomio). “Si se sorprende a un hombre acostado con una mujer casada, ambos morirán” (Deuteronomio). “Cuando ataquéis una ciudad, primeramente ofreced la paz. Si aceptan y os abren las puertas, tomáis como siervos a todos. Pero si rehusan la paz y se preparan para defenderse, atacadlos. Cuando el Señor les ponga en vuestars manos, matad a todos los hombres de la ciudad. Pero quedaros con las mujeres, niños, ganado y otros utensilios. Podréis disfrutar de los despojos de vuestros enemigos que el Señor os ha otorgado” (Deuteronomio). «Si un hombre yace con otro hombre, que los dos mueran» (Levítico) Y así sucesivamente.
Y lo mismo podemos encontrar en el Corán, por supuesto. Es bastante conocida la sura 47, versículo 4, que sintetiza otros muchos pasajes de inusitada crueldad coránica hacia los infieles: “Cuando os encontréis con los que no creen, cortadles el cuello”
Naturalmente, se podrá decir que estos textos “sagrados” deben ser interpretados correctamente, en su contexto, con los matices adecuados, etc, etc…
Y a partir de esta necesidad interpretativa, que es cierta, se tiende a decir, en relación a la crisis internacional que vivimos, que una cosa el Islam moderado, que aspira a la paz, y otra el Islam fundamentalista, que es minoritario y que es el que nos amenaza.
Puede ser que haya diferencias. No lo niego. Pero pienso que si zanjamos el asunto tan solo afirmando esta diferenciación, quizá cometemos un trágico error.
Mi opinión es que el Islam tiene una cierta componente de amenaza para la civilización y la racionalidad tal como la entendemos. Una componente mucho mayor que el cristianismo (que también la tiene, como lo demuestra la Historia). Sirva de pista una comparación entre un personaje fundacional como Jesús de Nazaret, que propugnaba la oferta de la otra mejilla (aunque el Papa por lo visto prefiera el puño, en los casos en los que la ofensa afecte a la progenitora…), y Mahoma, que según la tradición musulmana mató en vida con sus propias manos a 700 infieles (o a 900, esto no está claro).
El Cristianismo, por lo menos hasta el siglo IV, fue un movimiento de humildad y estricto pacifismo. El Islam, apenas fue fundado, sirvió de motor ideológico a oleadas de hombres que en pocas décadas conquistaron a sangre y fuego medio mundo.
Es verdad que hubo un tiempo en que el Islam, en su época de gran esplendor, era sinónimo de tolerancia y cultura. Y lo era precisamente cuando el cristianismo mostraba su cara más terrible. En ese sentido es posible aceptar que el Islam esté viviendo en estos momentos una enfermedad. E incluso también es posible aceptar que esa enfermedad tenga mucha relación con los errores de las grandes potencias occidentales durante los períodos de colonización y descolonización de los territorios musulmanes. Existe una obra excelente, La Maladie de L’Islam, de Abdelwahab Meddeb, que apoya esta tesis con argumentos que cualquier mente racional podría suscribir. La recomiendo encarecidamente.
Pero todo esto no impide que distinguir entre islam moderado e islam fundamentalista pueda ser una confortable (y peligrosa) falacia. Habría que aceptar que debe haber algo inherentemente “fundamentalista” en el islamismo. Porque precisamente sus características intrínsecas parecen ser las que generan oleadas de fanatismo siglo tras siglo, desde los almohades o los almorávides hasta los hashishin, los wahabis, al Qaeda, el Dais, Boko Haram…
Por lo tanto, sí. Yo soy en cierta medida, receloso del Islam. Y si eso significa ser islamófobo, pues entonces lo soy. Y si eso significa que creo que Occidente debe protegerse activamente de la expansión del Islam como enemigo interno, y también debe hacerlo en el plano ideológico, pues entonces lo soy.
En cuanto a la guerra, a esa guerra frente a la que se han manifestado hoy tanta gente en diversos lugares de España…mi posición es matizada. Hoy por hoy no veo muy claro que sea procedente enviar tropas a enfrentarse sobre el terreno a las fuerzas del Dais. Ese enemigo es una hidra de cien cabezas. Celebrará la posiblidad de crear bajas in situ entre nuestros soldados y renacerá donde menos lo esperemos una vez lo hayamos creído exterminar en el territorio donde ahora opera. Sin embargo, tampoco creo que haya que dar un no sistemático a la posibilidad de una acción bélica. No creo que sea coherente que quienes consideran que la raza humana es una e indivisible a la hora de tomar partido por los refugiados, no piensen exactamente lo mismo a la hora de defender con armas a quienes se están convirtiendo en refugiados (o en algo peor) precisamente por la agresión violenta y armada de las fuerzas del Dais.
Sentado todo esto, y dejando claro que ni me parece bien el No apriorístico a la Guerra ni el Sí apriorístico a la Guerra, creo que caben dos opciones sensatas. La primera sería intentar resolver la raíz del problema, neutralizando sin contemplaciones las fuentes de financiación del Dais (las poderosas redes wahabistas extendidas por todo el mundo árabe, sobre todo), promoviendo un gran consenso político en Siria, habilitando programas de ayuda económica masiva a Oriente Medio, y, last but no least, afrontando de una vez por todas con rigor el problema palestino…La segunda vía sería insistir en una erosión militar progresiva de las fuerzas del Dais, esto es, continuar o intensificar los bombardeos selectivos estratégicos en Irak y la Siria ocupada. Quizá una combinación de las dos opciones sería lo ideal.
Lo que no vale, me parece, es limitarse a un pacifismo genérico, de salón. El pacifismo no es la opción cuando lo que se tiene enfrente es la violencia brutal y el exterminio ciego y masivo. Negarse, por principio, a tomar las armas contra el tirano y el genocida es indignidad. Y la Historia del siglo XX demuestra que cuando se acepta ese tipo de indignidad para evitar la guerra, se acaba teniendo la indignidad…y la guerra.
Por eso no he ido hoy a la manifestación que dice no sin más. Aunque, francamente, tampoco iré a una que diga sí sin más. Palabra de thriskiáfobo.