Un rocín con tercianas.

No seré yo quien participe esta noche en esa libación ritual que forma parte ineludible de los ritos propiciatorios impuestos por Jano cada fin de año. 

Yo odio el champagne y aborrezco igualmente cualquiera de sus sucedáneos burbujeantes. 

Me produce dispepsia y me repugna su gusto acético.

El vino es sin burbujas. Las burbujas son para el agua de Vichy.

Sin embargo, me interesa el champagne como fenómeno. 

Porque este brebaje infame epitomiza el poder del márketing. Permíteme que te cuente.

El champagne era el vino que se producía en la región homónima del norte de Francia. Una región que nadie imaginaba que pudiese dar buenos caldos. 

Los vinos de la zona eran tan ácidos que se echaban a perder en las cubas. 

Pero alguien tuvo la idea de conservarlos en recipientes de cristal, por ver si eso mejoraba el resultado y suavizaba el sabor. Esto fue lo que ocasionó la incorporación de gas carbónico al vino, que disimulaba al menos la intolerable acidez. 

Y así es como nació el champagne que conocemos. Un vino infecto, pero con burbujitas.

Pero esa región era en cambio famosa por la calidad de las lanas. Y, de hecho, los comerciantes de la zona incentivaban sus ventas regalando con las balas de lana algunas botellas del vil vino espumoso del terruño. ¿Qué otro fin darle a un líquido tan imbebible? Con esto empezó a divulgarse por doquier, especialmente en Inglaterra, este brebaje al que indebidamente llamamos vino. Al parecer los comerciantes ingleses que volvían con lana y vino de Francia, no le hacían ascos al líquido incentivo, lo cual dice bastante del criterio enológico de los habitantes de Albión.

Además, en la región de Champagne había también muchos monasterios benedictinos. Eran enclaves en los que se cultivaba masivamente la vid y se producía abundante vino carbonatado. Aquellos monjes se las arreglaron para extender aún mas el conocimiento de este mal vino, quién sabe con qué creativos subterfugios, pero con indudable provecho económico.

Ahora bien, aquel vino de Champagne no era sólo diferente por las burbujas, sino por la consecuencia necesaria de esas mismas burbujas, a saber, el envase y transporte en botellas… El champagne solo puede transportarse en botellas (de hecho, una ley de tiempos de Luis XV autorizaba, qué remedio, el transporte de champagne en botellas, algo prohibido para cualquier otro vino).

¿Y qué tiene la botella de especial? ¿Cuál puede ser su ventaja? 

Muy sencillo: la botella permite la etiqueta o el grabado en el cristal. Algo que no puede aplicarse a las cubas o barricas.

Con la botella nace el márketing del vino.

Los vinos de champagne fueron los primeros en beneficiarse de ideas de venta incorporadas a la etiqueta. Las botellas de champagne se llenaron de mensajes más o menos atractivos, y generalmente de tono patriótico: imágenes de Juana de Arco (en el Titanic, por cierto, se bebía un champagne con esta marca), ilustraciones que evocaban grandes gestas militares francesas…

Luego vinieron las grandes firmas, claro: Möet, Veuve Clicquot…Y así fue como el champagne inicio su improbable camino hasta convertirse en un artículo de lujo.

Un camino en el que jugó un papel clave el chauvinismo de esos inventores del nacionalismo que fueron los franceses. Voltaire dejó dicho que el vino espumoso era el «brillante reflejo del alma de la nación» (añadamos por cierto, que esos malos vinos de champagne se habían bebido tradicionalmente en las ceremonias de coronación de los monarcas galos, que necesariamente debían tener lugar en la catedral de Reims, capital de la región champenoise, lo que de algún modo vinculaba un mal vino a una buena celebración).

El resto es historia.

La Revolución francesa se apropió del champagne como símbolo supremo de la conquista por parte de los citoyens de lo que otrora era privilegio de los señores. 

Napoleón recurrió al champagne como símbolo de la emergencia de una nueva y pujante clase burguesa. 

En los incontables banquetes del Congreso de Viena corrían ríos de este vino, como perfecta expresión de la sumisión de Francia a los poderes aliados. 

En el Segundo Imperio, los trenes que circulaban por los railes recién tendidos llevaban miles de botellas de champagne a todos los rincones de Europa. 

Los militares prusianos que ocuparon París saquearon las bodegas y llevaron a Alemania la pasión por el champagne. 

Algo parecido ocurrió cuando los nazis invadieron Francia. En el Reichstag, en Berchtesgaden, en la Guarida del Lobo, jamás faltaron cajas y cajas de Veuve Clicqot

Y esta es la magia del champagne. 

Quien lo bebe, en realidad no bebe vino, sino que bebe una etiqueta, bebe un símbolo, bebe una imaginería, bebe márketing…

Bebe humo, en suma. 

Pues que sea a su salud…

Pero aparten de mí ese caliz,

Porque, si se me permite usar palabras de Lope… «con mejores ganas/ tomara una purga yo / pues pienso que lo orinó/ algún rocín con tercianas».

Avatar

Mientras las chicas y Kenny parecen entretenidas viendo la película, yo me distraigo meditando sobre el milagro de las palabras y sobre el mensaje de unidad que nos transmiten.

Avatar es un perfecto ejemplo de esta idea de profunda unidad. Para nosotros, avatar significa vicisitud o, más precisamente, y en relación con el uso actual, identidad virtual en el mundo de los videojuegos.

Pero es bien sabido que avatar deriva del gerundio sánscrito avatarati con el significado de «descender atravesando«. Esta palabra sánscrita es la usada por la religión hinduista para referirse a cualquiera de los múltiples episodios de reencarnación del dios Vishnu (el último sería el de Buda Siddharta). Un avatar es cualquiera de esos episodios en los que la deidad hindú cambia su aspecto aparente, atravesando su identidad previa, por así decirlo, y haciéndolo mediante un descenso desde lo alto.

Ahora bien, en esa palabra de la lengua sagrada del Indostán, aprecian dos elementos.

Por un lado, ava, o aua, con el sentido en sánscrito de algo que está fuera, en otro lado. Esto nos conduce a la raíz indoeuropea «au», con ese mismo significado, que resulta ser el antepasado etimológico de palabras como away en inglés («fuera»), autem en latín («por otro lado») o öde en alemán («desolado», «aislado»…), por citar solo unos pocos ejemplos…

Y en cuanto al otro elemento de avatar, nos lleva al sánscrito तरति, tarati, con el sentido de atravesar. Un sentido que, a partir de la raíz protoindoeuropea *terə, también encontramos en numerosas palabras de nuestro idioma, como atravesar, tránsito, transponer…(incluso tarot, como creo haber comentado en otro lugar, pues los primeros naipes de tarot estaban artesanalmente “taladrados»). Por supuesto, esta raíz *terə también tiene descendientes en otros muchos idiomas de nuestro entorno, baste citar por ejemplo, la preposición inglesa «through«, con el sentido de atravesar, cruzar…

Precisamente, focalizando en el inglés moderno, el término avatar podría traducirse muy literalmente por algo así como «awaythrough», que suena muy parecido a avatar, ¿no es cierto?. Por eso me resulta fascinante esta curiosa conexión entre el idioma que hablaban los sacerdotes hindúes de hace miles de años, con el habla actual de una buena parte de los habitantes del planeta.

–Pero, ¿de verdad te has pasado dando vueltas a todo ese lío lingüístico durante las tres horas que ha durado la película?–me pregunta Mercedes cuando comento por encima estas reflexiones, mientras tomamos unos tacos a la salida del cine.

–Qué remedio–respondo–eso o dormir una siesta; la película me parecía insoportable, infumable, inaceptable y todos los demás términos derogatorios terminados en able que se os puedan ocurrir.

–¿En serio?

–En serio. Este nuevo «Avatar», es una chapuza de tres interminables horas. Ciertamente es un despliegue sorprendente de tecnología audiovisual, eso es innegable. Pero el relato parece la obra de un alumno de un curso de escritura cinematográfica, y no de los más aventajados de la clase.

–Ja, ja. Tú siempre tan maximalista y tan dogmático.

–Puede ser. Pero es que hay que ser radical cuando un tipo como este director, consigue (o le dejan) quemar dos mil quinientos millones de dólares para contarnos una historia que no es sino un vulgar refrito de narrativa barata. Su guionista-dios lo confunda-se ha limitado a preparar un chopsuey mediante el vulgar expediente de meter sin más en la olla una película de cowboys o de indios, la mala conciencia de la sociedad norteamericana por Vietnam, Irán o Wounded Knee, la ambivalente mitología y los discutibes usos de los «marines» (watch your six!, dice todo el rato el malo de la peli–de nombre Miles, es decir, soldado–para reclamar atención en la retaguardia), la preocupación colectiva por la ecología y la sostenibilidad del planeta, el feminismo más elemental (es la madre la que furiosamente pelea y salva la situación), el miedo abstracto a la tecnología, la dialéctica primaria entre primitivismo y civilización, el conflicto entre padres e hijos, el capitalismo extractivo, la consabida voracidad empresarial, la sacrosanta unidad de la familia tradicional (pero solo la basada en la sangre, claro está), la inteligencia artificial y sus desafíos, la memez de la singularidad y el no envejecimiento, las identidades virtuales, el metaverso, las evocaciones de Titanic y su naufragio y qué se yo cuantos topicazos y estereotipos más.

–Vaya, pues sí que parece que te ha fastidiado la peli. El caso es que a nosotras nos ha gustado bastante…Y a Kenny también.

–Puedo entenderlo, pues el espectáculo visual es soberbio. Pero ahí no hay nada más que tecnología. Pura y fría tecnología. Desde el punto de vista artístico no es mejor esa película que un frigorífico. No hay nada de todo aquello que debe caracterizar a una obra artística, esto es, la capacidad para conmovernos, para elevarnos, para emocionarnos, para hacernos llorar o reir o soñar, para admirar la creatividad del autor. Para sentirnos mejores después de ver la obra. Nada.

–Pero la película tiene un mensaje ¿no? Al menos nos dice que debemos deshacer el camino que nos ha alejado de la Naturaleza…

–Tampoco lo veo claro. Y ciertamente yo no quiero estar en un mundo como ese Club Mediterranée de los «navis» pasados por agua, en el que no hay nada de lo que a mí me hace algo más soportable la existencia, es decir, pensamiento, filosofía, arte, música, literatura, historia, ciencia…

–Ni ajedrez, ja, ja…

-¡En efecto! Si acaso hubiese ajedrez…

En fin, este soporífero film solo me parece que es un juguete carísimo de James Cameron, que se lo habrá pasado de maravilla creando su fantasía particular y consumiendo para ello una ingente cantidad de dinero que supera el producto nacional bruto en todo un año de un país como Somalia, por poner un ejemplo. Esta película es una versión moderna de las pirámides de Egipto o los jardínes colgantes de Babilonia; es el delirante capricho de un faraón, un Nerón o un sultán loco…Y lo malo es que incluso tendrá cierto éxito comercial (aunque tengo mis dudas).

–Bueno, la película ha tenido al menos la ventaja de hacerte meditar sobre palabras y etimologías, como nos decías antes. 

–Cierto. Lo interesante de Avatar es, como mucho, el título. Todo lo demás es prescindible. Volvamos a ese asunto…Os iba diciendo que la palabra avatar nos evoca la profunda unidad de nuestra especie…

–Mejor no. Que ya es muy tarde y hay que sacar a Mao a dar un paseo…

Injusticia Poética

La semana pasada, en un cuartel de Infantería situado en Barcelona, los militares organizaron un sorteo o concurso cuyo premio era un encuentro pagado con una hetaira.…Han hablado de esto los periódicos.

Lo curioso es que ese evento tuvo lugar en el mismísimo día en el que este país, teóricamente no confesional, celebraba la fiesta religiosa nacional de la “Inmaculada Concepción”, patrona, para más inri, del Arma de Infantería.

Esto podría verse como un caso de injusticia poética…si no fuese porque la poesía solo puede asociarse, si acaso, con la noción de justicia y verdad.

Se trata a lo sumo de una paradoja. Y es, por otra parte, muy posible, que esos militares promotores del sexo pagado ni siquiera supiesen que la celebración religiosa del día tenía que ver con el dogma católico sobre el nacimiento sin pecado de la Virgen. 

Y si acaso lo sabían, me malicio que ignoraban que ese nacimiento sin pecado, según nos dicen los teólogos, esos maestros de la literatura fantástica, no tuvo que ver con el sexo, sino con la idea según la cual el pecado original con el que Adán y Eva condenaron a sus descendientes no pudo afectar a la Theotokos, pues no podría aceptarse que el Dios encarnado naciese en cuerpo pecador…Antes del sacrificio del Redentor, todos los humanos anteriores nacieron mancillados con el pecado…todos menos uno. O una, más bien. Pura lógica ¿no?

También dudo que supieran esos militares que ese dogma sobre la concepción inmaculada de la María es algo muy vinculado al país cuya bandera solemnemente juraron. Es algo que se relaciona con el llamado Milagro de Empel, según el cual unos soldados españoles del Tercio de Flandes, en el siglo XVI, salvaron su pellejo gracias al portentoso hecho de que un lago se heló de repente, y esto se atribuyó fuera de toda duda a la intervención de María siempre virgen, sobre todo porque al parecer se encontró por esos fríos andurriales una tabla con su imagen.

A partir de ahí, durante los siglos siguientes, en las luchas intestinas por el poder en la Iglesia Católica, los clérigos españoles se alinearon para reclamar la elevación a dogma la convicción sobre la concepción inmaculada de la Virgen. Siempre viene muy bien este tipo de articulaciones en forma de “discurso” de lo que en realidad no es sino una lucha por la hegemonía. Pasa en muchos ámbitos, y muy especialmente en los jaleos políticos.

Y el hecho es que los clérigos y políticos españoles al final lo consiguieron. A mediados del siglo XIX, quien sabe si seducido también por los sublimes lienzos del español Murillo, el Papa Pío Nono, reaccionario e integrista como pocos pontífices, proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción, para alborozo de las fuerzas vivas hispanas (hasta se popularizaron pastelitos en honor del Santo Padre: los llamados “piononos” que hoy se pueden degustar en Granada y algún otro lugar de la península y cuya forma evoca una tiara papal).

Este Pío IX, archienemigo de los placeres de la carne, fue precisamente el Papa que ordenó la llamada “Gran Castración Vaticana”, haciendo que todos los genitales masculinos de las incontables obras de arte de la ciudad papal fueran brutalmente eliminados, a golpe de brochazos, escoplos y mazos. Así fueron fatalmente mutiladas obras de Miguel Angel, de Bramante, de Bernini…lo que hiciera falta con tal de reprimir la lujuria y el deseo pecaminoso…

En fin, todo esto de los soldados de El Bruc, el premio en sexo, la festividad del día, la patrona del Arma de Infantería, la Gran Castración, el Santo Padre Pionono y el dogma de la Purísima, como digo, podría ser visto en conjunto como “injusticia poética”. Pero no es así.

Estamos simplemente ante la miserable estupidez humana, lo mires como lo mires.

La poesía es otra cosa.

La Camiseta.

Le envío la infografía que reproduzco a una amiga. Me dice que le parece muy interesante. 

A mí lo que me parece es que es muy perturbador.

Se deduce de esos datos que la mano de obra apenas se queda con una pizca del valor de su trabajo.

Por contra, el grueso del valor se lo apropian las marcas, es decir, los dueños del capital productivo.

También se deduce que en nuestro sistema, no apreciamos realmente las cosas, sino más bien todo aquello se nos dice sobre las cosas.

No nos importa la camiseta sino más bien el logo que lleva la camiseta.