Memoria

Compungido y somnoliento, me comenta un amigo que está durmiendo cada vez peor. Y no sabe por qué. 

Yo le digo que a menudo es el estrés lo que impide dormir bien, aunque no seamos conscientes de ello y creamos que nos acostamos en medio de la tranquilidad interior más absoluta. 

Pese a esa posible sensación de calma, las inquietudes que nos angustian bullen larvadas en lo profundo y perturban o acortan nuestro sueño. Así está hecho nuestro espíritu.

Le sugiero a mi amigo que pruebe mi truco para calmar las tormentas interiores y dormir plácidamente. Le explico que yo me adormezco siempre con un tipo muy específico de pensamientos. Lo que hago es cerrar el libro de turno, apagar la luz y tratar de evocar mi más remota infancia, tal como lo haría un periodista elaborando un reportaje. Intento  remontarme a los recuerdos más tempranos, cuando apenas tenía cuatro o cinco años. Y lo hago con suma minuciosidad, deteniéndome en los detalles y degustándolos…aquella pared un poco desconchada del pasillo de casa, aquel vendedor de chucherías, pipas y cigarrillos sueltos de la esquina, aquel olor a pan de la tahona, la película de vaqueros a la que mi madre me llevó un día de verano, la estilizada profesora de la clase de maternal del Decroly (mi primer amor sin duda)…

Esta técnica me permite dormirme profundamente en minutos. Y se la recomiendo encarecidamente a mi insomne amigo. 

Yo no se bien por qué funciona. 

Tal vez sea porque el estrés es, en cierto modo, otra forma de llamar a la alienación, al drama de estar fuera de nosotros, fatalmente perdidos en lo que en realidad nos es ajeno. Entonces, volver a nuestros recuerdos más tempranos y sumergirnos en lo que nos ha quedado de aquella infancia tan lejana, es acaso una forma de reencontrarnos con lo más propio de nosotros mismos y de ese modo, neutralizar el estrés para dar paso al sueño reparador.

Por otro lado, no es mala cosa esforzarse por activar la memoria de nuestra niñez. La famosa canción de Dylan nos aconsejaba cuidar de nuestros recuerdos, porque no los podemos revivir (you can not relive them). Pero eso es precisamente lo que sí podemos hacer: revivirlos.

Y adormecernos dulcemente con su evocación. 

Penas y bulos

El código penal italiano prevé una pena (artículo 661) para los que abusen de la credulidad de la gente (“Chiunque, pubblicamente, cerca con qualsiasi impostura, anche gratuitamente, di abusare della credulità popolare…”)

No estoy seguro de que allí se aplique debidamente este tipo penal. Pero nos vendría bien algo similar, en estos tiempos de burda propaganda, malditos bulos, noticias fake, leyendas urbanas y manipulación generalizada a través de las redes sociales.

Homo Appiens

En Buenos Aires, un repartidor de Glovo tiene un accidente mientras acude en bicicleta a entregar una pizza. Se levanta del asfalto y llama a la compañía. Y lo primero que le preguntan es cómo ha quedado la pizza…

El tema ha trascendido porque se ha judicializado y el juez ha escuchado la conversación. Con buen criterio, este juez ha ordenado la suspensión de todas las apps del tipo de Giovo hasta que las empresas no garanticen la seguridad de sus empleados. Con prioridad respecto a la de sus pizzas.

Redes

“Las redes sociales favorecen la indignación, lo que provoca cada vez más cólera. Y esto a su vez fragiliza los vínculos sociales”

Si digo yo esto, tal vez sea irrelevante. 

Pero lo ha dicho Tristan Harris, un ex ingeniero de Google, delante del Senado USA.

Lo Sublime.

Se ha publicado este verano una foto en la que se veía una multitud de alpinistas haciendo cola para llegar a la cumbre del Everest. Yo creo que es la foto del año. Porque en cierto modo, representa el comienzo del fin de lo sublime. Para colmo, ayer mismo hemos sabido que el gobierno de Nepal planea construir una carretera que permitirá llegar hasta el campo base cómodamente sentado en un automóvil (eso sí, tendrá que ser eléctrico, según han dicho).

Kant, contemporáneo y admirador de la primera ascensión al Montblanc, relacionaba la idea de lo sublime con la contemplación de las grandes montañas, que inicialmente nos espantan, pero que inmediatamente consiguen elevar nuestro alma, más allá del miedo o escalofrío inicial.  

Pero si incluso en la cima del Everest se forma una cola como la que sufres en la caja del hipermercado o en la taquilla del cine, esa sublime elevación del espíritu desaparece.

Pensando en el significado profundo de esa desoladora foto de la cola en el Everest, me decidí a subir desde Bourg Saint Maurice hasta la Rosière, y llegar a lo alto del sarcásticamente llamado Petit San Bernardo, por el camino infernal de 31 kilómetros que al parecer abrió Anibal hace siglos. Mereció la pena. No conviene desaprovechar las últimas posibilidades de atisbar lo sublime.

La Práctica Populista

El populista lo tiene fácil para conseguir el poder. Le suele bastar mentir, prometer y erigirse en portavoz del “pueblo”, frente al odiado establishment, culpable indiscutible de toda opresión sobre “la gente” (ojo, siempre “establishment” o “casta”, nunca élite, pues a menudo el populista proviene de las élites, ya sean económicas, sociales o intelectuales…)

Eso sí, para mantenerse en la parcela de poder conquistada, el populista lo tiene algo más difícil. Debe preservar la ficción de que no pertenece a la casta o al establishment. Y eso le obliga a tener una presencia pública continuada, con un discurso de permanente campaña electoral, y con un lenguaje muy popular, incluso vulgar. El epítome de esto es Trump, por supuesto, que se pasa el día tuiteando majaderías. O Salvini, que no vive sino para hacerse ridículos selfies en todas partes, especialmente en las playas, y preferiblemente con el torso desnudo. Ambos siguen estrictamente y con aprovechamiento las reglas del buen populista. Los dos consiguen estar siempre en primer plano. Y provocando.

Al rebufo del 15M, en España, un grupo de intelectuales supo conquistar eficazmente una no poco importante parcela de poder, siguiendo para ello al dedillo las directrices de Laclau, el lamentable teórico del populismo de izquierdas. Pero este grupo no ha sabido después cumplir con las obligaciones de todo populista. Ha descuidado la obligación de mantenerse en permanente campaña electoral, sin concesiones. Y para colmo, sus líderes han tenido gestos y actitudes que los han asimilado a la misma casta a la que denostaron para lograr su porción de poder. En cuanto a su lenguaje y forma de comunicar, tampoco se puede decir que haya encajado mucho con el modelo de vulgar populista de éxito que hoy representan tan bien los canallas brutales como Orbán, Trump o el propio Salvini. Craso error.

Laclau describió muy bien los pasos para acercarse al poder utilizando la bazofia del populismo como instrumento. Pero me parece que se olvidó de explicar cómo mantenerse en el poder o en su proximidad una vez el poder se conquista.

Le faltó a Laclau escribir el segundo volumen de La Razón Populista, que bien podría haberse titulado, La Práctica Populista.

El árbol de la vida.

Escribí hace unos días un texto evocado por los espléndidos cipreses del Garda, compañeros de los olivos, viñedos y limoneros de ese paraíso mediterráneo que descubrimos, asombrados, a las faldas del Tirol, tras el largo viaje familiar de este verano. Son los mismos cipreses que también fascinaron a Goethe, cuando inició por allí su célebre viaje a Italia huyendo del frío teutón.

Me refería en ese texto a la simbología del ciprés, que en muchas culturas (incluyendo a los antiguos egipcios y a los antiguos persas) se vincula a la permanencia de la vida y el cuidado de los muertos, sin que esté demasiado claro el por qué. Mencioné algunas hipótesis, pero se me olvidó indicar la que podría ser más fascinante de todas.

El ciprés sobrevive al fuego. O al menos sobrevive a las llamas en mucha mayor medida que otros árboles. Esto es así, y se ha comprobado en diferentes incendios, algunos de ellos en tierras valencianas (en el año 2012 los agentes forestales descubrieron y constataron por primera vez este extraño fenómeno). La explicación es asombrosa. Al parecer, el ciprés percibe la proximidad de las llamas cuando la temperatura a su alrededor supera los 60 grados centígrados. En ese momento, el árbol libera a la atmósfera todo lo que contiene que pueda ser combustible: terpenos, toluenos, alcoholes…Una vez que estos hidrocarburos han sido evacuados, el ciprés no es más que un saco de agua que difícilmente puede arder. Cuando los cipreses vecinos reciben estas emisiones de elementos volátiles combustibles, ellos mismos empiezan a hacer lo propio, incluso antes de que perciban el aumento de temperatura. 

Puede que cueste creer esto, pero ha sido cuidadosamente demostrado.

Y entonces cabe pensar que los antiguos ya constataron esta mágica capacidad de los cipreses para defenderse frente a las llamas. Acaso eso les sugirió que, plantados en los cementerios, también los cipreses ayudarían a las almas a eludir los fuegos infernales. Quién sabe.

Dioses y Pucheros

Parece ser que vuelve al mercado ese robot de cocina al que encontraron un micrófono oculto: un micro capaz de espiar lo que hacemos mientras guisamos. 

Pero ahora, al parecer el cacharro ese que vuelve ya no trae el micro espía. 

Una lástima porque ese micrófono implicaba la entrada simbólica (como ya escribí) del dios internet en el mundo de las cazuelas, uno de los últimos reductos todavía a salvo del Gran Hermano. 

Daba pleno sentido ese micro a lo que decía Santa Teresa cuando avisaba de que Dios también puede andar entre los pucheros, lo que a su vez sugería que acaso la de Avila conocía la famosa anécdota de Heráclito (que nos cuenta Aristóteles en Partes de los Animales) según la cual unos discípulos del presocrático se detuvieron a la puerta de su casa al ver que estaba horneando pan y entonces Heráclito les animó a entrar diciendo que también había dioses y diosas junto a su horno…(ειναι γαρ και ενταυθα θεουσ…). 

Debe ser cierto esto, porque hasta existe un dios de los fogones en la mitología china. Es, ciertamente, un dios menor creado por la Divinidad de Jade (Yuhuang Dadi) a partir de una chusca historieta en la que un amante se esconde del marido de su amada en el horno de la casa, y acaba convertido en cenizas. A partir de ese accidente, la amada cada día enciende ritualmente incienso ante el horno y ante la extrañeza del marido, ella se justifica diciendo que el horno es quien nos nutre cada día y que por ello merece un culto, lo que convenció al Emperador de Jade a convertir el horno en deidad…(la historia tiene más gracia, porque en realidad, el amante chamuscado era el previo marido de la mujer, que se había visto obligado a ceder a su esposa a un usurero a fin de pagar deudas de juego).

Que repongan por favor el micro en el robopuchero low cost. Con ello ya habremos llegado a la plenitud del escarnio y entonces podremos tal vez soñar con una rebelión cívica. Y planificarla bien mientras preparamos los últimos salmorejos del verano y mandamos saludos al Big Brother.

Sin odio ni rencor.

Han encontrado ayer en Barcelona una bomba de la Guerra Civil sumergida en el mar, apenas a unos metros de la playa, hasta arriba de bañistas.

Debe ser una de las incontables bombas que arrojó sobre Barcelona la aviación de Mussolini, que operaba incansable, a las ordenes del General Velardi, desde la base de operaciones de Mallorca, la isla en la que los italianos eran plenamente hegemónicos y gestionaban a su antojo, ya desde los primeros días de inicio de la guerra, cuando el brutal fascista Rossi lanzó allí su campaña de terror.

Los primeros bombardeos sobre la población civil de Barcelona comenzaron en Febrero de 1937. Luego siguieron intermitentemente y se intensificaron el 29 de Mayo y el 1 de Octubre. Esos bombardeos sobre la Ciudad Condal fueron una de los primeros casos en la Historia en los que se cometió la barbarie de usar la aviación para lanzar bombas no sobre objetivos militares o estratégicos sino sobre simples casas y edificios de viviendas, sin distinción de las bajas que se producirían, ya fuesen mujeres, ancianos o niños. Esta brutalidad previamente impensable, que convertía de facto a los militares que ordenaban las operaciones en genuinos criminales de guerra, proseguiría después con Guernica, y se extendería hasta el infinito durante la Segunda Guerra Mundial, con casos tan destacados como los ataques aéreos de los nazis sobre Londres, el bombardeo de alfombra sobre Coventry o Dresde o las bombas de Hiroshima y Nagasaki. 

Tras una pausa de algunos meses, los bombardeos italianos se reanudaron en Enero de 1938. Esos días, los aviadores de Mussolini destruyeron sistemáticamente el puerto y los barrios aledaños, especialmente la Barceloneta, que es justamente donde ha aparecido la bomba sumergida. Las acciones de castigo fueron tan crueles que el propio Ciano escribió en su diario, cuando le pasaron el informe, que “non ho mai letto un documento cosí realisticamente terrorizzante (…) Palazzi polverizzati, traffico interrottto, panico che diveniva follia: 500 morti, 1500 feriti. È una buona lezione para il futuro”.

La barbarie y brutalidad sobre Barcelona fue de tal calibre que incluso se produjo un movimiento de repulsa a escala internacional. El premier británico, Anthony Eden, se comprometió a intervenir ante el General Franco para detener el horror, lo que en principio se consiguió. 

Sin embargo, a mediados de marzo, y sin previa consulta a Franco, Mussolini ordenó al General Velardi que bombardease Barcelona con un “martellamento” progresivo «para causar la mayor sensación de angustia en la población». 

Y así se hizo. Durante las noches del 16, 17 y 18 de Marzo de 1938, los bombarderos Savoia-Marchetti de la Aviazione Legionaria italiana castigaron sin piedad a Barcelona, produciendo un espanto desconocido en la población y llenando de ruido, sangre, fuego y muerte las calles. Fue algo tan horrible que incluso se movilizaron los principales líderes del mundo para detener la carnicería. Levantaron su voz para salvar Barcelona un gran número de personalidades, como Einstein, Nehru, H.G.Wells…Incluso trató de mediar en defensa de los barceloneses el Vaticano y la Casa Blanca. Al parecer, fue esa movilización internacional la que impulsó a Franco a atenuar la voracidad sanguinaria de Mussolini, que tal vez deseaba experimentar el poder letal de sus aviones y no quedarse atrás con respecto a la Legión Cóndor. Pese a todo, entre el 21 y 25 de Enero de 1939, cuando ya la República había perdido virtualmente la guerra, La Aviazione Legionaria volvió a bombardear Barcelona, hasta un total de 40 incursiones durante los mencionados días.

Hoy, cuando los periódicos hablan de la bomba encontrada en la Barceloneta, también se ha publicado la opinión de un intelectual y escritor que se queja de que hablamos demasiado de la Guerra Civil. Piensa que ha llegado la hora de empezar a olvidarla.

Yo no creo que se haya hablado demasiado de ese conflicto. En realidad creo que no se ha hablado suficientemente de su infinito horror y su barbarie. 

Y si nos empeñamos en olvidarla, habrá noticias, como la de ayer, que nos inviten a no olvidar, y a cumplir con la obligación, parafraseando a Azaña, de, sin odio ni rencor, recordar a los muertos y aprender su lección.

Los Cipreses.

A Marta le llama la atención que hayamos visto tantos cipreses a lo largo de los 2000 kms del viaje. Cipreses en las medianeras de las autopistas del Ampurdán. Cipreses en las idílicas casas rurales del Languedoc o la Provenza. Cipreses en las señoriales villas de Como. Y hasta inesperados cipreses en Saló o en San Felice del Becano, flanqueando este inmenso lago de Garda, el milagroso enclave mediterráneo a las faldas del Tirol al que nos hemos venido los cuatro, junto con Mao y el gatito.

A Marta le extraña que el ciprés se asocie a lo mejor de la vida–estas mansiones, estos paisajes bucólicos…–pero también a la muerte. ¿No es eso contradictorio?

No se cómo responderla. No sirve con ella el socorrido recurso de decirle que la muerte y la vida van siempre entrelazadas. Me limito a decirle lo obvio, esto es, que la vinculación del ciprés con la muerte ha de estar relacionada con su perenne verdor (cupressus sempervirens es su nombre taxonómico, que significa precisamente eso, que está permanentemente brotando (virere), siempre verde ). 

También debe influir su perfil estilizado, que parece alzarse hacia el cielo, como el surtidor de sombra y sueño, que inspiró a Gerardo Diego en Silos. 

Lo cierto es que desde el tiempo de los antiguos griegos y romanos, los cipreses tienen un sentido funerario. 

Pero al mismo tiempo, también en la antigüedad clásica, las hileras de cipreses se plantaban en las entradas de las mansiones como símbolo de hospitalidad. 

¿Y por qué precisamente cipreses? 

Pues yo creo que porque el ciprés es un ejemplo de lo que Veblen llamaba consumo conspicuo; el ciprés es un árbol inútil en sí mismo: no da fruto ni sombra. Así que un ciprés bien cuidado viene a ser un perfecto testimonio de abundancia y bienestar. Un ciprés es la versión aristocrática del humilde y popular alamo (esto es, del populous nigra o tremulo, mira por dónde).

A mi no me molestan los cipreses. Y de hecho tengo arizónicas en el jardín de mi casa. Pero yo prefiero con mucho los olivos y las viñas, como estos que vemos aquí mirando el Benaco, en San Felice. Si en un lugar hay muchos olivos y muchas viñas…merece la pena vivir allí.