Almuerzo en la Taberna del Corcho con un amigo. Mientras disfrutamos de unos boletos y unos huevos con chorizo, mi amigo me cuenta su asombro por las grandes posibilidades que ofrece el dichoso ChatGPT. En su opinión, ese ingenio del demonio es capaz de escribir un artículo sobre cualquier cosa.
Yo le expreso mi escepticismo y le planteo un desafío. Le cuento que acabo de escribir un articulillo para una revista en torno a la palabra “sisa”, su origen, su etimología (que para mí es muy distinta a la que propone Corominas o la RAE), la evolución de su significado desde el ámbito de lo fiscal hasta la picaresca, y sus referencias literarias que van desde numerosos versos jocosos de Quevedo hasta el libreto de La Verbena de la Paloma.
Pues bien, la idea es pedirle a ChatGPT que genere 50 líneas sobre el mismo tema.
Hacemos la prueba y el resultado es significativo. ChatGPT escribe, en un instante, un texto sobre el tema, ciertamente. Lo hace con un estilo gris y una pobre calidad expresiva, no mucho mejor que la que esperaríamos de un estudiante de enseñanza media. En ese texto no se menciona ninguna de las divertidas referencias literarias a las que da pie la castiza palabra “sisa”, obviando, por ejemplo, el genial tango de la Menegilda (“¡aprende a sisar, aprende a sisar”!). Tampoco añade la máquina ninguna pizca de complicidad al texto, pues sisa es término que bien podría considerarse de relevancia en relación con la vida pública del momento, cosa que yo sí hago en mi artículo.
Chat GPT se limita a mencionar las diferentes acepciones de la palabra y, para colmo, se inventa una etimología totalmente falsa, ya que pretende que “sisa” proviene de un supuesto, pero inexistente, según he comprobado escrupulosamente, vocablo árabe (siss) que según el ingenio tiene el significado de “una décima parte”. Falso de toda falsedad.
Francamente, no se si lo que yo he escrito en torno a “sisa” es bueno o valioso, pero estoy seguro de que lo que escribe ChatGPT es sustancialmente peor.
Mi amigo sugiere que hagamos otra prueba. Busquemos otro tema.
Pienso un poco sobre algo de actualidad y me acuerdo de que anoche, un informativo de la televisión hablaba de que muchos viandantes se están haciendo selfies en la calle madrileña de la Amnistía, esquina, para más inri, a la de la Independencia. Se fotografían para levantar jocosa acta de la coincidencia entre el nomenclator de la capital y el más candente presente político.
Así que le pregunto a ChatGPT cuál es el origen del nombre de la calle Amnistía. Y en unos segundos el ingenio responde que no tiene ni idea (dicho a su modo pedante, lógicamente).
Ay, hubiera sido interesante que la maquinita nos dijese al menos que el nombre de esa calle guarda relación con la amnistía decretada por María Cristina de Borbón (la damisela emperifollada del cuadro, con el Decreto en la mano) el 15 de Octubre de 1832, cuando ella era regente del Reino por estar su esposo, Fernando VII, gravemente enfermo. También estaría bien que ChatGPT nos informase de que aquella amnistía, al igual de la que ahora se negocia, tuvo un sentido meramente utilitario, pues fue un desesperado intento de la reina regente para evitar que un contingente de tropas francesas, que por entonces la protegían en esos tiempos tan turbulentos, abandonasen el país, ya que el gobierno francés exigía que España iniciase cuanto antes el camino hacia un régimen menos autocrático y reaccionario. Así que las “cadenas” del oprobioso absolutismo fernandino se rompieron (como sugiere la placa) tan solo para evitar que María Cristina tuviese que anticipar el viaje hacia el exilio que al final sí tuvo que hacer ocho años después.
Quizá, de paso, Chat GPT podría haber señalado que el debate actual sobre la posible ilegalidad de la amnistía, argumentando que la Constitución (art. 61) prohibe los indultos generales, es un debate falaz, porque los indultos son decisiones del ejecutivo, y es lógico que se limiten constitucionalmente, mientras que la amnistía es una prerrogativa del legislativo, en legítimo ejercicio de la soberanía (otra cosa es que pueda o no gustar la norma).
Y ya puestos, ChatGPT podría añadir que aquella amnistía de María Cristina de Borbón, no sirvió de mucho, pues las fuerzas reaccionarias en el poder acrecentaron su rigor con el perdón de los liberales. Mientras los retornados del exilio publicaban panfletos pidiendo la muerte de Cea Bermúdez y su gobierno, los ultras hacían proclamas exigiendo el retorno de la Santa Inquisición. El país no tardó en convertirse en un baño de sangre que no se secaría durante todo el tristísimo siglo XIX.
En fin, como último esfuerzo, visto el paupérrimo resultado de las dos pruebas anteriores, le preguntamos a ChatGPT por el significado de la expresión “mercedes enriqueñas” y de la palabra “harraka”. En ambos casos, ChatGPT confiesa su ignorancia, siendo así que basta una sencilla consulta en Google para tener cumplida información al respecto. Doy fe de ello.
No me cabe duda de que la inteligencia artificial generativa, como la que desarrolla OpenAI, experimentará enormes progresos, que superaran sus actuales limitaciones.
Pero la pregunta clave es si esos progresos serán de utilidad para hacernos mejores, más libres, mejor informados y más felices, que es de lo que se trata.
Esa pregunta clave no se si conviene que se la planteemos al chat GPT…