Sisa, Amnistía y otras preguntas.

Almuerzo en la Taberna del Corcho con un amigo. Mientras disfrutamos de unos boletos y unos huevos con chorizo, mi amigo me cuenta su asombro por las grandes posibilidades que ofrece el dichoso ChatGPT. En su opinión, ese ingenio del demonio es capaz de escribir un artículo sobre cualquier cosa. 

Yo le expreso mi escepticismo y le planteo un desafío. Le cuento que acabo de escribir un articulillo para una revista en torno a la palabra “sisa”, su origen, su etimología (que para mí es muy distinta a la que propone Corominas o la RAE), la evolución de su significado desde el ámbito de lo fiscal hasta la picaresca, y sus referencias literarias que van desde numerosos versos jocosos de Quevedo hasta el libreto de La Verbena de la Paloma. 

Pues bien, la idea es pedirle a ChatGPT que genere 50 líneas sobre el mismo tema. 

Hacemos la prueba y el resultado es significativo. ChatGPT escribe, en un instante, un texto sobre el tema, ciertamente. Lo hace con un estilo gris y una pobre calidad expresiva, no mucho mejor que la que esperaríamos de un estudiante de enseñanza media. En ese texto no se menciona ninguna de las divertidas referencias literarias a las que da pie la castiza palabra “sisa”, obviando, por ejemplo, el genial tango de la Menegilda (“¡aprende a sisar, aprende a sisar”!). Tampoco añade la máquina ninguna pizca de complicidad al texto, pues sisa es término que bien podría considerarse de relevancia en relación con la vida pública del momento, cosa que yo sí hago en mi artículo. 

Chat GPT se limita a mencionar las diferentes acepciones de la palabra y, para colmo, se inventa una etimología totalmente falsa, ya que pretende que “sisa” proviene de un supuesto, pero inexistente, según he comprobado escrupulosamente, vocablo árabe (siss) que según el ingenio tiene el significado de “una décima parte”. Falso de toda falsedad.

Francamente, no se si lo que yo he escrito en torno a “sisa” es bueno o valioso, pero estoy seguro de que lo que escribe ChatGPT es sustancialmente peor.

Mi amigo sugiere que hagamos otra prueba. Busquemos otro tema. 

Pienso un poco sobre algo de actualidad y me acuerdo de que anoche, un informativo de la televisión hablaba de que muchos viandantes se están haciendo selfies en la calle madrileña de la Amnistía, esquina, para más inri, a la de la Independencia. Se fotografían para levantar jocosa acta de la coincidencia entre el nomenclator de la capital y el más candente presente político.

Así que le pregunto a ChatGPT cuál es el origen del nombre de la calle Amnistía. Y en unos segundos el ingenio responde que no tiene ni idea (dicho a su modo pedante, lógicamente).

Ay, hubiera sido interesante que la maquinita nos dijese al menos que el nombre de esa calle guarda relación con la amnistía decretada por María Cristina de Borbón (la damisela emperifollada del cuadro, con el Decreto en la mano) el 15 de Octubre de 1832, cuando ella era regente del Reino por estar su esposo, Fernando VII, gravemente enfermo. También estaría bien que ChatGPT nos informase de que aquella amnistía, al igual de la que ahora se negocia, tuvo un sentido meramente utilitario, pues fue un desesperado intento de la reina regente para evitar que un contingente de tropas francesas, que por entonces la protegían en esos tiempos tan turbulentos, abandonasen el país, ya que el gobierno francés exigía que España iniciase cuanto antes el camino hacia un régimen menos autocrático y reaccionario. Así que las “cadenas” del oprobioso absolutismo fernandino se rompieron (como sugiere la placa) tan solo para evitar que María Cristina tuviese que anticipar el viaje hacia el exilio que al final sí tuvo que hacer ocho años después.

Quizá, de paso, Chat GPT podría haber señalado que el debate actual sobre la posible ilegalidad de la amnistía, argumentando que la Constitución (art. 61) prohibe los indultos generales, es un debate falaz, porque los indultos son decisiones del ejecutivo, y es lógico que se limiten constitucionalmente, mientras que la amnistía es una prerrogativa del legislativo, en legítimo ejercicio de la soberanía (otra cosa es que pueda o no gustar la norma). 

Y ya puestos, ChatGPT podría añadir que aquella amnistía de María Cristina de Borbón, no sirvió de mucho, pues las fuerzas reaccionarias en el poder acrecentaron su rigor con el perdón de los liberales. Mientras los retornados del exilio publicaban panfletos pidiendo la muerte de Cea Bermúdez y su gobierno, los ultras hacían proclamas exigiendo el retorno de la Santa Inquisición. El país no tardó en convertirse en un baño de sangre que no se secaría durante todo el tristísimo siglo XIX. 

En fin, como último esfuerzo, visto el paupérrimo resultado de las dos pruebas anteriores, le preguntamos a ChatGPT por el significado de la expresión “mercedes enriqueñas” y de la palabra “harraka”. En ambos casos, ChatGPT confiesa su ignorancia, siendo así que basta una sencilla consulta en Google para tener cumplida información al respecto. Doy fe de ello.

No me cabe duda de que la inteligencia artificial generativa, como la que desarrolla OpenAI, experimentará enormes progresos, que superaran sus actuales limitaciones. 

Pero la pregunta clave es si esos progresos serán de utilidad para hacernos mejores, más libres, mejor informados y más felices, que es de lo que se trata. 

Esa pregunta clave no se si conviene que se la planteemos al chat GPT…

Three witty words.

Ese líder político que lucha ahora por la renovación de su mandato ha declarado, en relación con dicha renovación que “se puede, se debe y se hará”.

Esta frasecita me ha llamado la atención. Porque es un excelente ejemplo de retórica clásica. 

El sofista Gorgias, hace veinticinco siglos, enseñaba a sus alumnos a utilizar este tipo de efectistas expresiones compuestas por tres elementos, a las que él denominó τρίκωλον (tricolon), es decir, algo que tiene tres brazos o tres piernas o tres miembros. 

Los auténticos tricolons deben tener no solo tres elementos, sino un cierto rítmo poético (generalmente trocaico o yámbico), con un tercer miembro que normalmente es más largo fonéticamente (y por tanto más conclusivo) que los dos anteriores.

El tricolón funciona. Lleva milenios sirviendo de eficaz herramienta retórica.

Se suelen poner como muestra de tricolons el “Veni ,vidi, vici” de Julio César o el “Sangre sudor y lágrimas” de Churchill (que en realidad no era un tricolon porque lo que Churchill dijo fue distinto: “Blood, toil, tears an sweat”) o el “Liberté, Egalité, Fraternité” de la Revolución Francesa.

Pero hay muchísimos más. Cómo no mencionar el Por Tierra, Mar y Aire, del Ejército Español, que es, por cierto, la mera traducción de un verso… ¡del Satyricon de Petronio!: “Qua Mare, Qua Terra, Qua Sidus currit utrumque«…(me pregunto si son conscientes los militares hispanos de que su querido lema es un verso tomado de esa divertida novela más bien canalla y obscena que Fellini llevó al cine). Un tricolon muy famoso es el que debemos al Papa Pio VII, quien rechazó las exigencias de Napoleón con una frase lapidaria en plural mayestático que recuerda un poco, aunque en sentido negativo, a la que ha originado este post: «Non possumus, Non debemus, Non volumus.», o sea, que no podemos, no debemos, no queremos.…¡Contundente!

El tricolon también es muy usado en el ámbito de la publicidad; podríamos recordar el legendario “Busque, Compare y si encuentra algo mejor cómprelo” (un slogan que era un puro plagio de otro usado anteriormente por Lee Iacocca, para Ford). O el no menos legendario lema de Federal Express: “When it absolutely, positively, has to be there overnight.

En la prehistoria de la publicidad moderna, según contaba Bill Bernbach, allá por los años 50 del siglo pasado, la creación de un anuncio gráfico corría exclusivamente a cargo del Director de Arte quien, una vez abocetada la pieza, se limitaba a pedir a un redactor que le diese “three witty words” para el titular.

Por supuesto, también encontramos el tricolon en el mundo de la religión. Los cristianos se santiguan “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espiritu Santo”. Y los musulmanes pronuncian su estricto equivalente, que es la basmallah, cuando dicen “En el nombre de Dios, el Clemente, el Misericordioso”.

En fin, lo que a mí me parece interesante es anotar que son los dictadores los mejores aficionados al uso de tricolons. 

Por ejemplo, Mussolini acuño el famoso “Credere, obbedire, combattere…”

A Franco (o a alguno sus secuaces, tal vez Millán Astray) le debemos el ubicuo (hasta en las monedas figuraba) “Una, Grande y Libre” (el sufrido paisanaje apostillaba que necesariamente debía ser España una porque de haber dos… todo el mundo se habría ido a la otra…). 

Stalin insistía en que «la nuestra es una causa justa, el enemigo será derrotado, la victoria será nuestra» (Наше дело правое. Враг будет разбит. Победа будет за нами!)

Y, por supuesto, no podemos olvider el infausto lema nazi, que era aquello tan totalitario de “Ein Volk, ein Reich, ein Führer”.

Yo sugiero que nos pongamos en guardia cuando escuchemos a alguien usar en algún discurso o declaración una sucesión rítmica tres palabras o expresiones. 

Lo digo porque el tricolon es la más pura, esencial fórmula retórica.

Y, a mí me parece que la retórica, ese cáncer de las democracias (como la palabrería vacua, como las neolinguas), no es sino el arte de ocultar, con palabras, la verdad. 

Parafraseando a Talleyrand, habría que divulgar la formación en retórica…aunque solo sea para prevenirse frente a ella. 

Sugiero que se incluyan cuanto antes las técnicas retóricas en los curriculums escolares. 

Esto es algo que se puede, conviene, y se deberá hacer…

Pourquoi donc souffrons-nous sous un maître équitable?

Escucho en la radio una breve entrevista a un joven superviviente de la catástrofe de Derna. El chico dice que estos desastres, en realidad, son culpa de los hombres, “que no respetan la ley divina y realizan acciones malas, como la mentira y el robo”.

El pensamiento religioso, al menos en su estrato más primario, tiende a encontrar respuestas de aparente coherencia formal frente al misterio del mal. No podía ser de otro modo, en la medida en que ese pensamiento religioso primario ha conseguido resistir el paso de los siglos, sin que haya estado nunca ausente el mal y la injusticia cotidiana, en todos los órdenes de la vida humana. Sorprendentemente, el mal cotidiano reafirma a menudo la fe, en lugar de hacerla tambalear.

Sin embargo, cuando la dimensión del desastre es inconcebible, como es el caso de lo que ha ocurrido en Libia, o en Marruecos, o lo que ocurre cada día en las aguas del Mediterráneo, no es infrecuente que la fe sea cuestionada. Ese cuestionamiento, al menos en Occidente, se manifiesta especialmente a partir de la crisis de la religiosidad ciega que sobreviene con el amanecer del pensamiento ilustrado, allá por mediados del siglo XVIII. En concreto, se podría fijar un punto de partida en el terrible terremoto de Lisboa de 1755, que hizo reflexionar a Voltaire y otros pensadores sobre el misterio de la hipotética intervención divina en los asuntos humanos. 

Al tener noticias de las circunstancias y consecuencias del seismo, seguido de tsunami, que tuvo lugar aquel infausto día de Todos los Santos en Lisboa–más de 100.000 víctimas, en un desastre agravado por el incendio que ocasionaron las velas encendidas en honor de los difuntos–Voltaire comenzó a dudar. Y de hecho, son esas dudas, y ese cuestionamiento racional, lo que está detrás de Candide, que puede verse como un sarcasmo novelado frente a las tesis providencialistas de Leibniz–“vivimos en el mejor de los mundos posibles”– o las de Pope–“todo está bien”–. También son esas dudas las que se expresan, con descarnada lucidez, en el demoledor Poème sur le Désastre de Lisbonne, que compuso Voltaire al hilo de la catástrofe, y cuyos versos debieron servir de estruendosa señal de partida para el enfrentamiento entre fe y razón que caracterizó a la Ilustración:

Date prisa, contempla estas espantosas ruinas,

Estos escombros, estos niños, uno encima del otro,

Debajo de estos mármoles rotos, estos miembros dispersos;

Cien mil desventurados a quienes devora la tierra,

(…)

¿Dirás, viendo esa masa de víctimas:

“Dios se vengó, la muerte es el precio de sus crímenes”?

¿Qué crimen, qué error han cometido estos niños,

En el pecho de la madre aplastados y ensangrentados?

(…)

¿No nos pudo arrojar a estos tristes lugares,

Sin plantar volcanes que se enciendan bajo nuestros pies?

(…)

¿Por qué hemos de sufrir a manos de un amo que es justo?

Las grandes tragedias naturales refutan más que ninguna otra cosa la idea de la divina providencia. Y esto es así porque esas tragedias colectivas, además de su colosal dimensión, no discriminan, sino que torturan y destruyen a todo ser humano sin distinción posible: buenos y malos, justos e injustos, santos y pecadores, adultos y niños…Eso hace muy complicado encajar la fe con la razón.

Más aún, en ciertos casos, la discriminación sí que se produce, pero en sentido inverso al esperado por el creyente en un dios que es bueno y a la vez omnipotente.

Porque, precisamente, con ocasión del seismo de Lisboa, argumentaban falazmente los teólogos, como el jesuita Gabriel Malagrida, prominente consejero del rey de Portugal, que intentaba explotar la superstición popular, contradiciendo los esfuerzos racionales de su archienemigo, el Marqués de Pombal (quien distribuía folletos para explicar el carácter puramente natural de la tragedia). Malagrida insistía en que el desastre no era sino el castigo divino por los pecados de los portugueses y sus gobernantes, que a la luz de la tragedia debían reformarse (más o menos lo mismo que nos dice ese joven superviviente del infierno de Derna al que aludí más arriba). 

Pero esos canallas de la más negra teodicea, se las tuvieron que ver en aquella ocasión ver con un detalle clave: el terremoto del día de Todos los Santos no dejó una sola iglesia de Lisboa en pie, pues todas ellas estaban situadas en la parte más baja y más vulnerable de la capital portuguesa.

Sin embargo, aquel seismo que conmovió al mundo–mira por donde– preservó la totalidad de los burdeles lisboetas.

Por la simple razón de que todas las casas de lenocinio estaban debidamente establecidas en los barrios altos y pobres de la ciudad donde el movimiento de tierra se sintió mucho menos…

Paripé.

Escucho la radio mientras desayuno y constato que palabra del día es “paripé”, con el sentido de teatrillo, fingimiento, simulación…

Se está usando “paripé” para calificar el encuentro de dos políticos de formaciones rivales.

Paripé es palabra derivada del romaní, que ha adquirido en español el significado de simulación.

Sin embargo, originalmente, paripé significa regateo, que posiblemente sea un sustantivo más apropiado para definir lo que caracteriza a los muchos movimientos de los prebostes y prebostillos en estos tiempos post-electorales.

Paripé es una deformación del romaní parivarti que significa, cambio o trueque. Parivarti se puede relacionar, como tantas palabras de la lengua romaní, con el sánscrito parivrt  (परिवृत्त) que tiene el sentido de cambiar o devolver).  

En la medida en que toda negociación de trueque implica regateo y sobrevaloración de lo propio, el paripé caló adquirió cierto sentido de engaño. Y con este sentido es como entró la palabra paripé en nuestro léxico.

No niego que haya simulación en esta inminente reunión de los dos profesionales de la tramoya. Pero creo que el mencionado significado original de paripé, con la connotación de negociación o chalaneo (a modo de los chalanes, tratantes de ganado) , resulta aún más apropiado. Ya nos enteraremos.

Siempre que se reúnen dos especialistas de la farsa, ya sean prebostes o chalanes, hay regateo e intercambio. Además, por supuesto, de simulación. Es decir, hay paripé.

Bonita palabra. Sintetiza mucho.

La Reina Mab.

Me pide Marta que le escriba un breve artículo para su proyecto de revista orientada al arte y el diseño.

El tema que me sugiere es atractivo. Me propone que sea algo en torno a lo que ella llama “el peaje del artista”, es decir, la contrapartida de la creatividad en términos de ansiedad y malestar interior. No me puedo negar.

Porque tal vez sea cierto que el artista paga generalmente un alto precio en forma de psicosis por su dedicación al arte. Todo parece confirmar esta hipótesis. Es muy extensa la nómina de artistas y creadores célebres con problemas mentales de todo tipo, desde la simple melancolía o el trastorno bipolar hasta la depresión aguda o incluso la esquizofrenia. Bastaría, para confirmarlo, mencionar unos pocos entre centenares de artistas con diferentes grados de psicosis: Durero, Miguel Angel, Caravaggio, Leopardi, Hölderlin, Dickens,  Schumann, Balzac, Degas, Tolstoy, Nietzsche, Kafka, Herman Hesse, Virginia Wolf, Munch, Strindberg, Nijinsky, Rothko…

La vinculación científica entre psicosis y creación artística ya la entrevió Karl Jaspers, médico y filósofo, que allá por 1922 publicó el trabajo seminal titulado Genio y Locura en el Arte. Desde entonces, las investigaciones que vinculan el arte y los desarreglos mentales son incontables. Incluso se habla del “Síndrome de Sylvia Plath”, en referencia a la notable escritora y sus padecimientos depresivos.

Constatada la correlación estadística entre desequilibrios mentales y creatividad, el problema que subsiste es saber si existe algún nexo causal.

Algunos neurocientíficos se limitan a señalar, como hace Damasio, que el sufrimiento interior puede ser un estímulo para las iniciativas creadoras. En un nivel más profundo, otros investigadores se han atrevido a plantear la existencia de características genéticas asociadas a la psicosis que a su vez favorecen el pensamiento creativo. Folley y Doop creyeron encontrar una anomalía genética relacionada con el metabolismo de los fosfolípidos que facilita el pensamiento “divergente” y la irregularidad de la atención, vinculando estos factores tanto a los desequilibrios psíquicos como a la facilidad para concebir ideas alternativas.

Hace algunos años apareció un interesante trabajo de un instituto sueco de neurociencia según el cual el cerebro de las personas muy creativas tiene estructuras similares al de los pacientes de esquizofrenia, en especial en cuanto al elevado número de receptores de dopamina2. El director de ese trabajo, el Dr. Fredrik Ullen sintetizaba el hallazgo diciendo que si pensar fuera de los moldes es la clave de la creación, puede ser que eso resulte más factible si se tiene un molde algo menos perfecto o cerrado de lo normal.

Pero todos estos estudios dejan abierta la gran cuestión. Porque, en principio, los problemas mentales tienden a ser incapacitantes (pensemos en el devastador impacto de la depresión en la actividad de quien la sufre), sin embargo, lo que caracteriza al artista es, esencialmente, su fertilidad en la producción de resultados…¿cómo resolver esta contradicción?

Yo intuyo que acaso la respuesta sea comprender que los desequilibrios mentales–ese aparente peaje que la naturaleza se cobra de los artistas–no son necesariamente permanentes. 

El artista oscila a menudo entre la depresión y la euforia. Y es posible que justo en el curso de ese fascinante viaje desde el “de profundis” anímico, desde la noche oscura del alma hasta el éxtasis creador, el orgullo y la autoestima, se produzca el estallido de la chispa creativa, esa chispa a la que somos ajenos la mayoría de los mortales. El artista habrá pagado un riguroso peaje en términos de ansiedad, de dudas, de tortura interior…pero tras el pago de ese peaje, se habrá abierto para él la anchurosa autopista de la creación. 

Y, en fin, tal vez también cuenta el llamado Velo de la Reina Mab, del que nos habla Rubén, en su delicioso poema en prosa del mismo título. En esa narración nos presenta el poeta a cuatro artistas (un músico, un escritor, un pintor y un escultor) que, desde la miserable buhardilla en la que viven, se están lamentando de sus ansiedades, de sus frustraciones, de sus tristezas por no ser comprendidos ni valorados…

Pero, a esa buhardilla donde se encuentran los dolientes creadores, flacos, barbudos e impertinentes, se cuela por la ventana la reina Mab, soberana entre las hadas, en su carro hecho de una sola perla, tirado por cuatro coleópteros de petos dorados y alas de pedrería, avanzando sobre un rayo de sol,…Y entonces la benevolente reina extiende ante ellos su velo para hacer que vean la vida de color de rosa, para que cesen de estar melancólicos y para que penetre en su pecho la esperanza, y en su cabeza el sol alegre, con el diablillo de la vanidad, que consuela en sus profundas decepciones a los pobres artistas…


Tal vez ese velo de los sueños de la Reina Mab es el que hace posible que los artistas acepten pagar un costoso peaje siempre que eso les permita elevarse, de vez en cuando, desde las tinieblas del alma hasta el límpido cielo de la creación artística.

Savage Africa.

Destacado aventurero y autor de libros de viajes, William Window pasó largas temporadas en Africa, a mediados del siglo XIX, como explorador y estudioso de las costumbres. Contaba con el patrocinio de la Royal Society. Se carteaba a menudo con Darwin, cuyas tesis apoyaba con firmeza.

En una de sus obras más conocidas, “Savage Africa”, Window nos cuenta cómo en cierta ocasión, se enamoró de una belleza de ébano. Se trataba de la hermosa Ananga, hija de Quenqueza, rey de Remo, en el país de los Commi, allá por Africa Ecuatorial Occidental…

Window nos cuenta que su romance con Quenqueza comenzó de un modo, digamos, chusco. Escuchemos sus propias palabras:

Ananga y yo estábamos sentados uno junto al otro en la entrada de mi casa. El sol se estaba sumergiendo en un océano de vegetación; la tierra, liberada de los abrasadores rayos solares, exhalaba dulces aromas y sutiles armonías. El río azul se deslizaba suavemente y besaba las palmeras de la ribera y las hojas caídas que flotaban. Los loros volaban en torno al poblado buscando árboles en los que acomodarse

A medida que llegaba la oscuridad aparecían las hogueras, una tras otra. 

Fuegos en la tierra, estrellas en el cielo, lucíernagas en el aire…Desde una lejana cabaña nos llegaba la voz de una joven, que cantaba y tañía el arpa junto a su amante.

Fue uno de esos momentos en los que el corazón se le sube a uno hasta los labios y le empuja a hacer toda clase de cosas tontas. Así que besé a Ananga, la hija del rey…

Ella gritó, y huyó de la casa como un cervatillo asustado

Ocurre que este modo de saludo (sic) es absolutamente desconocido en Africa Occidental. Ella sabía que las serpientes humedecen con sus labios a sus víctimas antes de devorarlas. Todas las historias sobre hombres blancos caníbales que ella había escuchado en su infancia retornaron a su mente en ese instante. La pobre chica había pensado que yo la iba a convertir en mi cena, y saló corriendo para salvar su vida

Relaté este divertido fragmento de “Savage Africa, The Narrative of a Tour”, en la cena de ayer, cuando (dándole vueltas una vez más al notorio asunto del infeliz ósculo del prebostillo) se planteó la cuestión de si el beso erótico es o no un universal antropológico. No lo es. O mejor dicho no lo era hasta que Occidente, con el turismo, el cine, los medios de comunicación, internet…ha conseguido, también en este ámbito, imponer propios usos y costumbres en la mayor parte del planeta, incluyendo–seguramente– las remotas y románticas tierras del rey Quenqueza y su bella hija Ananga…

En todo caso, pienso yo, la narración de Window es un ejemplo más de que antes de lanzarse a dar un beso en la boca, conviene estar razonablemente seguro de que el gesto no tendrá infaustas consecuencias.

Ajoblanco y fotogramas.

Con la proximidad de Poppea, el súbito alivio del asfixiante clima nos permite por fin cenar al fresco. Mao, como es habitual, permanece inmóvil junto a a nuestra mesa. Está expectante, a la espera de la habitual gratificación que sin duda tampoco faltará esta noche. Le miramos con ternura y hablamos de su muy digna forma de envejecer. A sus catorce años, camina ya muy despacio, renqueando, no oye nada, pero sigue teniendo un olfato prodigioso y a diario juega conmigo a recoger el juguete que le lanzo, trotando por el césped, en busca de ese disco rojo de silicona que solo me devuelve si le compenso-previamente- con pequeñas galletas. Creo que su sordera le ha hecho desarrollar una intuición especial para entender mis gestos y prever lo que me propongo hacer. Me asombro cada día.

La conversación sobre Mao, y estos últimos años suyos que la vida nos está regalando, nos lleva a hablar de la vejez. 

–Entre los humanos, ¿cuándo se empieza de verdad a ser viejo?–pregunta Mercedes.

–Creo que debe haber un conjunto más bien amplio de indicadores–respondo–pero a mí me gusta pensar que empezamos a envejecer cuando notamos que el tiempo se escurre entre nuestras manos; cuando los días, los meses, los años empiezan a pasar ridículamente rápido.

–Pues entonces yo ya estoy envejeciendo–interviene Daniela, recién llegada de Londres–porque yo ya noto exactamente eso. 

–Sí. A mí también me pasa–interviene Mercedes–¿Y cuál puede ser la explicación? Dínoslo tú, que seguro que también lo sabes.

–Psshh…Lo cierto es que la aceleración del tiempo subjetivo a medida que envejecemos es un hecho bien probado. No se conoce bien la causa, pero yo tengo mi propia explicación

–Me lo temía–dice Marta.

–Pues sí. Y la pista me la ha dado el mundo del cine.

–¿El mundo del cine? ¿Es que te lo han explicado en alguna película?

–No, no–replico sonriendo–es un asunto meramente técnico. 

–Explícate, pero sin enrollarte, por favor–me pide Marta.

–Verás, tú, que eres ya una experta en vídeo, sabrás muy bien por qué en las películas antiguas, las del cine mudo, los personajes se mueven con anormal rapidez.

–Claro. Eso es porque se rodaba a solo 16 fotogramas por segundo…

–Exacto, y del mismo modo, cuando tú quieres hacer un vídeo a cámara lenta, programas tu cámara para grabar a 120 frames por segundo. O mucho más, si tu equipamiento lo permite y quieres una “cámara lenta” realmente espectacular.

–Así es. Pero qué diablos tiene todo esto que ver con lo que nos ibas a explicar sobre la percepción del paso del tiempo.

–Todo. A medida que nos hacemos mayores, en nuestro cerebro se va produciendo un enriquecimiento: más recuerdos, más datos, más interrelaciones…Eso implica que el procesamiento de todo aquello que percibimos tenderá a ser más lento, dada la mayor complejidad de la red neuronal.

–¿Y?

–Pues que esa mayor lentitud en el procesamiento es algo equivalente a la grabación de vídeo con pocos fotogramas. Cuando grabamos a 16 fotogramas por segundo (como en el cine mudo), somos “lentos”, porque estamos dedicando en torno a una décima de segundo para captar una imagen; pero si grabamos a 100 fotogramas por segundo, solo dedicamos una centésima de segundo para cada imagen; somos mucho más rápidos.

–¿A dónde quieres llegar?

–Pues que a medida que envejecemos, procesamos cada vez más despacio cada sensación, cada elemento de información, y esto puede ser debido a la sobrecarga neuronal. Eso hace que nos parezca que el tiempo fluye muy rápido. En un año, el cerebro de un niño ha procesado una infinidad de datos, muchos más de los que el anciano ha podido procesar en el mismo período. Por eso la percepción subjetiva del niño es que el tiempo pasa muy lentamente. Lo contrario para el anciano cuyo mundo, ay, se asemeja a una película de Buster Keaton.

–Bueno, tal vez tenga sentido, si bien habría que probarlo–concede Mercedes, con el escepticismo propio de su profesión de psicóloga–pero al menos es una forma de explicar algo esa curiosa diferencia en la percepción del paso del tiempo, que tú consideras uno de los índices del envejecimiento. Puede ser.

–En realidad, hay también una forma más poética de ver este asunto de los marcadores de la vejez–tercia Daniela–yo pienso que la vejez es solo el estado que ya nos hace incapaces capaces de sentir amor.

–Interesante punto de vista, Daniela…pero yo discrepo. A lo sumo es exactamente al revés. 

No es que la vejez produzca incapacidad de amar, sino más bien que el día en que dejamos de amar…¡ese es justo el momento en que empezamos a envejecer!. No es la vejez la que nos imposibilita para el amor, sino que es la falta de amor lo que produce y marca la llegada de la vejez. No es viejo quien ama. Quien no ama envejece. 

Creo que voy a escribir sobre esto mañana en el blog.

–¡Ah, pero si eso ya mismo ya lo escribiste hace tiempo! ¡Lo recuerdo perfectamente! ¡Anda que no te repites!–protesta Marta.

–Mmm…es cierto, ahora que lo pienso. Escribí sobre esa idea hace años. Y no debería repetirla ahora. Pero mira por donde ya tenemos otro criterio más para indicar el envejecimiento: repetimos una y otra vez las mismas cosas…

Y dicho esto nos quedamos los cinco en silencio, disfrutando del ajoblanco, el cual, combinado con las uvas recién cogidas de la parra, es un manjar supremo capaz de hacer pasar a segundo plano cualquier árida disquisición sobre el inexorable paso del tiempo.

Mao sigue expectante.

Not guilty.

Donald Trump, que ayer tuvo que hacer doloroso acto de presencia en una cárcel de Georgia, se declara siempre “no culpable” de sus diferentes cargos.

–¿No culpable? ¿Y por qué no «inocente”, que sería más claro y más contundente?–me pregunta mientras cenamos Mercedes, que acaba de llegar de Berlín.

–Pues ya ves, Mer, es un tema curioso. Y no es obvia la explicación.

Habría que empezar señalando que una cosa es la culpabilidad moral y otra la culpabilidad penal. La culpabilidad moral es una instancia mucho más amplia que la penal. Uno puede ser considerado culpable moralmente, pero solo adquirirá la condición de culpable criminal si encaja su conducta en el estricto tipo penal. En el mundo del derecho penal se aplica un apotegma jurídico en latín (que quizá debemos al Marqués de Beccaria) que sintetiza el llamado principio de legalidad: nulla poena sine lege. Es decir, no hay delito si no hay ley (ley que en nuestro derecho, además, debe ser «praevia», «scripta», «certa» y «stricta»).

–Lo entiendo.

–El Derecho Penal no debe ser un reflejo de todo el conjunto de valores morales más o menos generalmente aceptados. La misión de las leyes penales no es sancionar la moralidad o inmoralidad de las conductas, sino estrictamente reprimir los actos socialmente dañinos o contrarios a los fines del Estado.

–Muy bien. ¿Y qué?

–Pues que la palabra “inocente”, se diría que tiene un rango de significados muy amplio, ya que se refiere, en sentido negativo, a la totalidad de lo inmoral-ya sea o no sancionable- además de a todo lo que es contrario a la ley.  Una persona es, en sentido usual, inocente, si, y solo si, no ha violado la ley ni tampoco ha incurrido en transgresiones morales.

–Mmm…entiendo. Si consideramos que una persona ha incurrido en una transgresión estrictamente moral, sugieres que ya no deberíamos llamarla “inocente”. 

–Eso es. Al menos no en el sentido habitual que damos a la palabra inocente. Por lo tanto, ante un tribunal, el que, erróneamente, se declare “inocente”, estará abriendo un frente demasiado amplio, un frente que será no solo penal sino también moral. Si, por contra, se limita a autocalificarse de “no culpable”, lo que está diciendo es que, independientemente de cualquier juicio moral contra él, su conducta no encaja con el tipo penal del que se le acusa

–O sea que lo de “not guilty” es meramente un tecnicismo que parece proteger al inculpado.

–Esencialmente. Al declararse “no culpable”, se manifiesta que el acusado está exigiendo–de forma enfática– que se deje de lado cualquier consideración moral, cosa que no ocurriría si hubiese usado la palabra “inocente” que es de más amplio espectro, por decirlo así.

–Ajá, lo voy pillando.

–Este matiz es especialmente importante en un mundo jurídico como el norteamericano en el que se aplica sistemáticamente la institución del jurado popular.

–¿En qué sentido?

–Bien puede ocurrir que, tras el juicio, los miembros de un jurado estén interiormente convencidos de la no inocencia de un acusado, pero siendo así que su conducta probada no acaba de encajar con el tipo penal del que se le acusa, se le ha de absolver. Imperativamente. Es decir, puede que no se considere al acusado totalmente inocente, pero será forzoso declararlo no culpable. 

–Curioso.

–Sí. Al declararse “no culpable” en lugar de “inocente” el acusado está enviando un mensaje a los miembros del jurado: “ojo, miembros del jurado, sea cual sea su opinión sobre mí, sobre sí soy o no inocente, limítense ustedes a comprobar si hay pruebas concretas de que mi conducta ha sido punible conforme a la ley, y eso, más allá de cualquier duda razonable”.

–Lo comprendo, pero me cuesta aceptar que ese tipo salga de rositas si no aparecen suficientes pruebas…

–Es lo que hay. Y puede que nos indigne esta posibilidad. Pero es el menor de los males. Hay que defender que una cosa sean los valores morales (o las convicciones personales), y otra cosa la ley penal. Si se mezclan ambas instancias, el camino hacia la tiranía se ensancha.

Porque la tiranía no es otra cosa que la conversión en leyes de los valores morales, opiniones o meros intereses de aquel que ha conseguido ejercer el poder.

El Guaperas.

Hablamos del “accidente” que parece haber acabado con ese jefe de mercenarios y ex empresario de restauración, al servicio (se supone) de Putin. Marta me muestra la fotografía de quien parece que sucederá al difunto caudillo. Es una faz igual de siniestra que la de Prigoshin. O más. Da miedo en verdad.

Lo curioso es que, en ruso, Prigoshin significa precisamente guapo. 

Hay que fastidiarse.

Prigoshin (Пригожин) es un derivado de prigoshi, atractivo. Prigoshi, a su vez, está compuesto del prefijo semántico pri, que en este caso podría tener un sentido de atenuación, y de goshii (го́жий), con el significado de bien, bueno, bello (goshii tiene el mismo antecedente protoindoeuropeo que el inglés good, por ejemplo).

O sea, que el desaparecido señor de la guerra, tan igualito al condottiero dibujado por Leonardo (tan igualito que no me resisto a reproducir por segunda vez el grabado aquí) tenía (o sigue teniendo, vaya usted a saber) un apellido que significaba “guaperas” o “guapetón”.

Sostengo a menudo que la etimología es sabia, pues a veces revela el alma profunda de las palabras. En otras ocasiones, debo reconocerlo, la etimología es meramente aquello que llamamos sarcasmo, que no es sino la forma de desgarrar la carne ajena (sarko, carne) para hacer presa en lo que es cierto

Reacción en Cadena.

Por fin he visto Oppenheimer, en formato Imax, con una calidad de imagen y de sonido insuperables. Pero, en realidad, creo que ambas cosas, calidad de imagen y sonido atronador, son casi lo único que merece la pena de una película que se ha convertido en un éxito de taquilla acaso por el puro Zeitgeist que vivimos, dada la preocupación generalizada ante el riesgo de conflicto nuclear.

Sí. Me ha parecido decepcionante el film de Nolan. Se supone que debería mostrarnos el fascinante perfil de Oppenheimer, a saber a) un coloso de la ciencia y el conocimiento b) un gestor brillantísimo, y c) una personalidad torturada y contradictoria. Pero en la película solo se aprecia el punto c); y realmente no merece la pena tanto despliegue audiovisual para mostrarnos algo de lo que participamos casi cada hijo de vecino.

He leído el libro que inspira la película. Y allí se nos muestra un verdadero genio, no solo en el ámbito puramente científico. Recuerdo un pasaje de American Prometheus en el que se cuenta cómo el adolescente Oppenheimer proponía a su interlocutor que le plantease preguntas en latín, para él responderlas en griego antiguo. Sus hazañas intelectuales eran continuas, desde su niñez. Pero en la película apenas se ve algo más que un pobre hombrecillo desquiciado por los problemas de conciencia…

A pesar de todo, hay algo en la película que me impresionó. Es una idea-fuerza que a mi juicio debería haber sido mejor explotada por el guión. Me refiero a la duda palpitante entre los científicos de Los Alamos sobre si estarían haciendo posible una reacción en cadena que no se detuviese y acabara destruyendo el mundo. Tras la explosión de prueba el 16 de Julio en Los Alamos, parecía que esos temores quedaban despejados. Pero Oppenheimer comprendió, y lo manifiesta en la película, que en realidad, la reacción en cadena ya se acababa de producir…

En estos tiempos de escalada bélica y estupidez encadenada entre los bloques, es fácil comprender aquella convicción apocalíptica de Oppenheimer. 

Salí del cine pensando en la lucidez del científico al entrever una reacción en cadena diferente pero tal vez igual de apocalíptica. Una reacción en cadena ocasionada no por neutrones desatados, sino por imbéciles desenfrenados.

Y está muy bien que una película te haga salir del cine pensando.

Dudo que me ocurra lo mismo cuando vea Barbie.