
¡Cuánto he soñado esta noche! Creo que estaba mentalmente muy cansado después del torneo de ayer.
¡Y qué cosas tan raras y complejas he soñado!
Seguramente con no poca razón, Freud señaló el subconsciente como la imaginativa, caprichosa, enloquecida entidad que da su forma a nuestros sueños.
Pero, antes del doctor vienés, los antiguos griegos se preguntaban qué o quién daba a los sueños su extraña y compleja forma. Una forma rica y compleja, ciertamente, pues nos dicen ahora los neurocientíficos que nuestro cerebro trabaja incluso más cuando dormimos que cuando estamos despiertos…
La explicación solo podía ser, para ellos, un dios.
Era preciso concebir un dios que diese forma a lo mucho que soñamos.
Y coherentemente, le llamaron a ese dios Morfeo, es decir, etimológicamente «el Formador», el “Que Da Forma”.
Sin la intervención de esa divinidad formadora, el acto de soñar era para los griegos un misterio inexplicable.
Y, en realidad, ahora que hemos sustituido al dios Morfeo por eso a lo que llamamos subconsciente, el misterio, en cierto modo, subsiste.
Solo que con otro nombre.