“Esta noche salimos de fiesta”, me dice Marta anteayer.

Me parece muy bien. Pero yo me quedo pensando en la frase. 

“Salir de fiesta”. 

Se diría que hacer fiesta es necesariamente “salir”.

Salir de viaje. Salir a algún sitio. Salir de casa, en suma.

Sin embargo, etimológicamente, la fiesta es precisamente lo contrario. Fiesta es recibir a los amigos en casa. 

Cuando el griego antiguo usa la expresión “hemeron estiao” o “hemeron festiao” está diciendo: hoy recibo en casa a mis amigos; está usando un verbo–festiao– relacionado con el sánscrito fastya, es decir, casa, hogar.

Quizá uno de los problemas de nuestro mundo es esta obsesión por salir fuera, por no parar, por entender el ocio como el tonto afán de moverse a toda costa.

Quizá el hombrecito del tercer milenio necesita enajenarse, alienarse para soportar el desencanto existencial y el crepúsculo de las utopías.

Yo creo que la depresión y el vacío interior no se cura con viajes. Se cura, si acaso, con amigos. Y por eso mismo entiendo que la mejor fiesta es la que se hace en casa, acogiendo hospitalariamente a aquellos que nos quieren y a los que queremos. 

Festejemos al modo de los atenienses. Hagamos bien pensados “ágapes”, que es palabra griega que connota felizmente al mismo tiempo la idea de banquete casero y la noción de amor o amistad.

Incluso de amor a la verdad.

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