
He tenido el placer, estos días de asueto, de acompañar a una docena de turistas bajitos, llegados de los Estados Unidos, en su visita a Madrid.
Uno de los días, llevé a los chicos a ver la procesión de Jesús de Medinacelli.
Mientras esperábamos que llegase el paso, me dio por explicarles el origen de estas taumatúrgicas y muy extrañas tradiciones. Les aclaré antes de nada, que no había ninguna relación con el Ku Klux Klan, sino que muy posiblemente, los creadores de esa espantosa institución se inspiraron en la blanca vestimenta de la cofradía de los negritos, de Málaga, cuyo sentido es exactamente el opuesto al del círculo o club racista (kuklux, círculo en griego).
Empecé díciéndoles que esto de las procesiones iba de propaganda, de publicidad…
–¿You mean advertising?–preguntó extrañado Ethan, sentado como los demás en el suelo de la plaza de Las Cortes.
–Exactamente. En realidad–proseguí–siempre hubo algo parecido a las procesiones o las paradas militares. En el Imperio Romano, los generales que retornaban victoriosos a la metrópoli eran llevados en andas, delante de una comitiva, del mismo modo que en las procesiones religiosas se transportan las tallas, acompañadas de soldados desfilando con solemnidad. También, durante toda la Edad Media, en la Europa unánimemente cristiana, se sacaban de los templos las estatuas e imágenes, para propiciar la ayuda de los santos o el socorro del divinidad, siempre que las cosas iban mal dadas, ya se tratase de una sequía o de la amenaza de los sarracenos.
–Vale, pero eso no es publicidad.
–De acuerdo. Pero avancemos. ¿Alguien recuerda qué es lo que se inventó cuando la Edad Media estaba terminando? Algo realmente importante…
–¡Printing press!-respondió Liam, muy seguro de su respuesta.
–Exacto. La imprenta. ¿Y alguien me puede decir cuál fue el primer libro impreso por su inventor, el Sr. Gutenberg?
–Mmm ¿The Bible?, balbulceó Lena, que es de familia mormona.
–Así es. La Biblia. Y ocurre que la impresión de cientos, de miles de Biblias pudo ser el factor principal para que la secular uniformidad del cristianismo en Europa se rompiese. Con el paso de las décadas y con la divulgación de los textos bíblicos, hasta entonces reservados a los clérigos, comenzaron las disidencias. Apenas un siglo después de la aparición de los tipos móviles, el continente cristiano ya estaba en llamas, luchando de un lado los partidarios de la ortodoxia católica romana, y de otro los llamados protestantes.
–Vale, nos has hablado de los generales romanos, de las sequías, de las guerras, de la imprenta…¿a dónde quieres llegar? ¿Qué tiene todo eso que ver con las procesiones y la publicidad?
–Ya voy. El hecho es que durante el siglo siguiente al de la invención de la imprenta, el Imperio Español adoptó (imprudentemente) la tarea de erigirse en defensor de la fé católica. Y, más allá del uso de las armas imperiales, un poderoso rey hispano, Felipe II, promovió una especie de convención o concilio de todos los capitostes católicos en Italia, para darle vueltas a las medidas a tomar a fin de reprimir la expansión del protestantismo en Europa Central.
–Ajá, ¿entonces, una de esas medidas fueron las procesiones?
–En efecto. A partir del Concilio de Trento, en toda la Europa Católica y Romana, florecieron las procesiones religiosas. La idea era conmover al personal, con espectaculares tallas llevadas a hombros de sufridos voluntarios, con el estruendo de los tambores, con el desfile de los militares, con la música, hasta con canciones…Algo especialmente impactante en un tiempo en el que no había revistas, ni radio, ni cine, ni televisión…La verdadera religión era sin duda la que era capaz de emocionar de esa manera hasta hacer llorar a los espectadores…
–O sea, que una procesión es como un spot publicitario…
–Sí. Pero a lo grande y en plan “happening”, como se dice en vuestro lenguaje. Propaganda, pura propaganda…Hábil propaganda.
Y aquí interrumpí mi perorata porque la música ya anunciaba que salía de la Basílica el paso del Jesús de Medinacelli, esa talla rescatada y traída a Madrid por aquellos trinitarios que viajaron a Mehdia, gracias al presunto milagro de que su peso en oro resultase asombrosamente pequeño y asequible para los frailes, lo que ocasionó no poco disgusto del avaricioso Sultán…
Creo que los chicos se quedaron un tanto pensativos…Tal vez me enrollé demasiado. O tal vez les hice meditar.
Al día siguiente, quincuagenario de Picasso, me tocó llevarlos a ver el Guernica. Y naturalmente, les expliqué las vicisitudes del siniestro pero genial lienzo, del encargo de la República para la exposición de París, de su rol como icono del antibelicismo y del antifascismo (y por tanto su absoluta actualidad)…
–¡Es un cuadro feísimo!
Estoy de acuerdo, respondí. Uno de los cuadros más feos que uno se puede encontrar en los museos. Pero su autor–aclaré– dejó dicho no haber querido hacer algo bello sino algo que combatiese contra los que se habían alzado en armas.
–¿Va a ser que también este cuadro es publicidad?
–Ejem, pues me temo que sí…Sí. Este cuadro es publicidad. En la misma medida en que es arte.
En fin, me preocupa que cuando vuelvan a California, estos chicos y chicas de 12 años digan que todo lo que vieron en su visita a España fue publicidad…
Pero es que todo es publicidad y propaganda. El homo sapiens es, en esencia, el mamífero que comunica, que promociona, que manipula, que miente, que inventa y que cuenta historias. Esa es su grandeza y su miseria.
Respiramos oxígeno, nitrógeno y…publicidad. Esto creo que lo dijo alguien. Precisamente un norteamericano, pero de su nombre no consigo acordarme.