
Escribí el otro día sobre el olfato, aludiendo a mi intución de que este sentido tiene algo de profundamente primordial en nuestra naturaleza y nuestra identidad. Olvidé mencionar un dato fascinante al respecto.
A veces, cuando a un enfermo en coma se le acerca un poco de agua de colonia o perfume, su respiración cambia; respira más profundamente. Esto, para los intensivistas, suele ser el seguro preludio de un despertar inminente.
Posiblemente, nacemos al mundo con el olfato. Pero también renacemos, en cierto modo, cada vez que respiramos para captar el olor de la vida. Como yo lo haré esta mañana ventosa y fría, al salir a pasear con Mao por la dehesa. Un renacer cotidiano.