
A un personaje periférico le preguntan por su postura en relación a una espinosa cuestión territorial. Responde que tomaría una decisión el corazón, pero bien distinta con la cartera. Y que seguramente mandaría la cartera.
Pues esta es una estupidez que define nuestra barbarie moral.
El corazón se tiene o no se tiene. Y si se tiene, no se puede desconectar a voluntad.
Quien cínicamente afirma tener el corazón a la izquierda pero la billetera al otro lado, en realidad ya no tiene el corazón en ningún sitio.