
Se ha divulgado estos días esa foto que nos muestra una planta emergiendo entre el pavimento de la Piazza del Plebiscito, en Nápoles. La imagen invita a pensar en cómo sería el mundo sin el hombre. Este es un tema muy popular en la literatura y el ensayo y ha sido tratado por numerosos autores, desde Leopardi o Guido Morselli a los recientes Alan Weisman y David Farrier. Un tema muy popular y ahora además muy actual.
También la ciencia ha analizado el asunto. Y concienzudos científicos han tratado de vislumbrar cómo sería exactamente el mundo sin nosotros. Han concluido que en poco más de unos meses, los edificios, las construcciones y las calzadas empezarían a deteriorarse gravemente y la vegetación empezaría a ocupar los espacios urbanos. El proceso proseguiría hasta llegar a los 300.000 años, cuando incluso el calentamiento global hasta ahora producido por el hombre habría ya desaparecido y recomenzarían las glaciaciones. Por entonces, casi los únicos restos nuestros serían, con suerte, algunas latas de refrescos y pedazos de bolsas de plástico. Tal vez también huesos de pollo, muchos huesos de pollo, según sugiere Farrier en «Footprints: in Search of Future Fossils.»
Al cabo de un millón de años, con el planeta de nuevo cubierto de hielo, los paleontólogos del futuro tendrían enormes dificultades para encontrar restos de la civilización humana. A lo sumo les sorprendería la enorme cantidad de microplásticos y polímeros distribuidos por la Tierra y los Océanos, todos ellos derivados finales de nuestros actuales plásticos y que ellos no sabrían atribuir a causas naturales.
Pero al entrar en juego el rango de las eras geológicas, dentro de diez o veinte o cincuenta millones de años, ya resultaría virtualmente imposible encontrar ecos del ser humano y su cultura.
Eso es lo que los científicos han determinado. Cincuenta millones de años, aproximadamente es lo que da la absoluta seguridad de que la huella del hombre habrá desaparecido por completo.
¿O tal vez no?
En realidad, esos científicos olvidaron algo muy importante, a saber, la enorme cantidad de datos que hemos lanzado al espacio en forma de ondas de radio, de televisión, de telefonía móvil..
Toda esa inmensa bola de frecuencias electromagnéticas seguirá viajando por el espacio durante cientos de millones de años, hasta debilitarse y difuminarse por completo en un horizonte temporal tan distante que cuesta trabajo imaginarlo.
Por lo tanto, cuando ya no quede nada de nosotros en el planeta..cuando ese proceso que parece augurar la plantita frente al Palazzo Reale napolitano llegue a su fin…aún subsistirán, por ejemplo, las imágenes de la telebasura vagando por el espacio. Resulta que esa es una clase de basura que ni siquiera decenas de millones de años pueden conseguir reciclar.
Así que, quien sabe, si alguna inteligencia detecta esas imágenes, se plantearán cómo llamar a nuestra cultura y, del mismo modo que nosotros nos apoyamos en unos simples cuencos de cerámica para referirnos a la cultura neolítica del vaso campaniforme, esas inteligencias cósmicas tal vez acaben llamando a nuestra civilización algo así como la Cultura de Belén Esteban…
No somos nada.