Escribí hace unas semanas sobre la escurridiza definición del arte. Mi posición al respecto era ver lo artístico como aquella creación humana que, a través de los sentidos, promueve la belleza y la paz interior en quien la percibe.
Ayer, alguien leyó lo que escribí y, conociendo mis aficiones, me ha puesto como contraejemplo el ajedrez, que a veces es calificado como una especie de arte, especialmente cuando lo practican los maestros, pese a que no queda nada clara su vinculación con la belleza o la pacificación.
En realidad, le contesto, el ajedrez, al igual que las matemáticas, puede ser bello. Y desde luego produce paz interior, como sin duda acreditamos los muchos que aprovechamos el ocio de esta cuarentena para jugar on line o resolver composiciones sobre el tablero.
Sin duda puede ser el ajedrez sumamente bello. Bello en el sentido que daba Hardy en su Apología de un Matemático a la belleza de la demostración correcta de un teorema, es decir, la combinación la máxima simplicidad posible, la decidida fatalidad o coherencia (en el sentido de lo opuesto a lo arbitrario o incoherente) y la sorpresa.
Una partida artística de ajedrez también nos muestra esos tres ingredientes que Hardy exigía a la belleza matemática. Una maniobra brillante o un problema del noble juego nos muestra la máxima economía de recursos, el inexorable encadenamiento de causas y efectos y el delicioso «efecto ajá» que siempre precede al quod erat demonstrandum o al punto final de una combinación de mate.
Matemáticas y ajedrez nos llevan al radiante mundo de la belleza, ciertamente, pero no sé si a la neblinosa esfera del arte. A no ser que ampliemos nuestra concepción de lo sensorial para incluir aquello que se siente en el interior del alma, aunque no haya sido nunca palpado, olido, visto, escuchado o saboreado. Tal vez debamos hacerlo. Tal vez sea arte aquello que es simple, coherente y gozosamente sorpresivo. Tal vez el cerebro sea el último y definitivo de los sentidos.
En ese sentido, en el ajedrez y en las matemáticas habría arte. Justo lo que sentimos, por ejemplo, cuando nos informamos sobre la actualidad, ese feo caos de complejidad, incoherencia y siempre más de lo mismo.
Por eso me gusta más cada día el ajedrez. Y las matemáticas. Y por eso me gusta cada vez menos leer los periódicos.

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