Comentamos algunos aspectos de la distopía de Huxley (cuyo torpe título en español traiciona el significado de la cita sarcástica de Shakespeare a la que el autor recurre ingeniosamente para titular su novela, evocando la ingenua exclamación de Miranda en La Tempestad).
A Marta le indigna en particular la idea de que un gobierno pueda asignar en un futuro diferentes funciones laborales a los ciudadanos, clasificándolos sin piedad desde la más tierna infancia.
En realidad, le aclaro que esto es así desde el principio de los tiempos, no hace falta imaginarlo en el futuro.
Tan pronto como el ser humano abandonó el nomadismo y la supervivencia basada en la caza y la recolección, surgieron las ciudades, la ganadería y la agricultura, las fortalezas, las masas laborales, el poder político y el religioso…y con todo ello, se instauró sin remedio la estructuración y jerarquización de la sociedad en clases y castas.
–¿Le interesó siempre al poder mantener grupos sociales fuera del acceso a la educación?
–Sí. A fin de facilitar la asignación a esos grupos de las tareas más básicas (y penosas) que sustentan el edificio económico.
Le pongo como ejemplo a Marta algo que no es muy lejano en el tiempo. Le hablo de la famosa Pragmática de 26 de Abril de 1623, promulgada por el rey Felipe IV. Esta norma intentaba evitar que los niños de las aldeas y pueblos pequeños pudiesen proseguir la enseñanza primaria más allá de la formación básica en lectura y escritura, que normalmente concluía a los 9 años, cuando pasaban a incorporarse a las llamadas «Escuelas de Gramática»; en las que esencialmente comenzaban a aprender latín. La justificación es que esos niños del campo, pertenecientes a familias humildes de agricultores, deberían orientarse al trabajo manual, tan necesario para el Reino, y no desviarse hacia la formación más avanzada, pretendiendo ser letrados.
Esta Pragmática fue ley aplicable durante siglos. Lo podemos comprobar consultando la Novísima Recopilación, en la se integra el derecho civil y penal vigente en España hasta la codificación realizada en el último tercio del XIX.
Lo que leemos en la Novísima (Libro VII, Título XXII) es explicativo por sí mismo:
«74. Todos los niños han de ir a las escuelas de Primeras letras, debiendo haber una en cada concejo para los lugares de él, situándose cerca de la Iglesia, para que puedan aprender también la doctrina y la lengua española a un tiempo. 75. No habrá estudios de Gramática en todas estas nuevas poblaciones, y mucho menos de otras Facultades mayores, en observancia de lo dispuesto en la ley del Reyno, que con razón las prohibe en lugares de esta naturaleza (Ley I, tit.2. lib. 8.), cuyos moradores deben estar destinados a la labranza, cria de ganados y a las artes mecánicas, como nervio de la fuerza de un Estado.«
Lo fascinante es que estos dos artículos transcritos de la Novísima, son perfectos para seguir la pista del larguísimo proceso de decadencia de España y la dinámica disgregadora que nunca termina en estas tierras.
–¿En qué sentido?–me pregunta Marta, ya con un cierto tono displicente, y mientras veo que comienza a echar mano del móvil.
En primer lugar, le digo, fíjate en que estas normas, que se remiten a la Pragmática del año 1623, deben contextualizarse en la fortísima crisis económica de la segunda y tercera década del siglo XVII, cuando la Guerra de los Treinta años vaciaba las arcas de la monarquía hispánica y las continuadas exacciones y levas soliviantaban sin remedio los innumerables territorios de la Corona. No pasaron veinte años desde esa Pragmática de Felipe IV cuando los segadores catalanes se decidieron a propugnar severos golpes de hoz contra el «malgobierno» de Olivares y cuando Portugal consiguió liberarse del yugo de los Felipes. El colosal caos económico y fiscal derivado de un Imperio inmanejable por su tamaño y de la «maldición de los recursos», comenzó justamente en aquellos años de principios del XVII, y la prohibición de las Escuelas de Gramática en las aldeas es solo la expresión de un patético esfuerzo del gobierno para reorientar la formación profesional y ampliar la base de braceros, que se juzgaba pilar de la riqueza.
En segundo lugar, estas normas nos dan la pista sobre las limitaciones de la formación secundaria en España y, sobre todo, sobre la hegemonía de la Iglesia española en el ámbito de la educación (trasunto de la excepcional primacía clerical en nuestro país durante siglos, sin rival en Europa, salvo acaso en Italia y Portugal, y que está en relación con la obsesión de Carlos V y su hijo por articular un nuevo Imperio sacro europeo, en lugar de centrarse en fortalecer el Estado en la península ibérica). Esa primacía eclesial ha sido sin duda la causa del terrible retraso español en ciencias, que a su vez ocasionó nuestro retraso de casi cien años en la incorporación a la Revolución Industrial que tuvo lugar en Europa y Estados Unidos
En tercer lugar, y por último, hay que fijarse en que la Pragmática en cuestión es promulgada por un triste epígono de la poderosísima dinastía de los Austrias («abúlico y degenerado«, le llamaban a Felipe IV en mis libros del bachillerato), quien, junto con su enfermizo hijo Carlos, baja el telón del Imperio en el que nunca se puso el sol. Ese cambio de dinastía, que llegaría sin remedio al término de aquel siglo, y que sentó en el trono de España a un joven rey francés–y forzosamente francófilo– supuso una tragedia duradera para la autoestima colectiva española, y una subordinación de nuestra intelectualidad y pensamiento al país vecino. Y esto ocurrió durante los cruciales tiempos de la Ilustración y la Revolución Industrial. Tan interesante fenómeno ha sido destacado por un controvertido, discutible e ideológicamente sesgado, pero en esto muy acertado, ensayo histórico reciente.
Pero, terminando esta frase, compruebo que Marta ya está un poco aburrida de mi perorata. Echa vistazos a su móvil. Y casi me está rogando con la mirada que demos por terminado mi sesudo análisis histórico.
Después de todo, me dice, nos hemos desviado en demasía del tema inicial, que era el poco feliz mundo feliz de Huxley y sus espantosas técnicas de eugenesia y disgenesia al servicio de una organización social clasista.
No hay por qué enrollarse con viejas leyes y sus enjundias. Mejor pensar el nuevo mundo que viene que darle vueltas al viejo mundo que pasó.
Pues tal vez tiene razón. Aunque para mí tengo que los viejos y los nuevos mundos no son tan distintos

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