
Unos dicen que debemos pedir perdón por los horrores de la colonización de América. ¡Cómo no!
Otros dicen que es imperdonable que se nos pida que pidamos perdón…¡Faltaría más!
Y entre unos y otros se arma un debate tan colosal como pueril, que hace olvidar los verdaderos problemas de los ciudadanos, a un lado y a otro del Atlántico:
La desigualdad creciente en el reparto de la riqueza.
La violencia en las calles y en los hogares.
El control de la vida política por parte de los grupos mediáticos y de presión.
La inacción suicida frente al cambio climático.
El desempleo juvenil crónico.
La catástrofe del sistema judicial.
La corrupción rampante.
Todo esto pasa a segundo plano porque lo que cuenta ahora, al parecer, es determinar si Cortés fue un héroe o un canalla, o decidir si la colonización de américa fue un momento cumbre de la Historia de la Humanidad o más bien un ensayo general con todo de la Shoah.
Este debate idiota es un subproducto más del nacionalismo que emerge por todas partes. Desde Washington a Roma o Budapest, pasando por Mexico DF, Brasil, Varsovia o Estambul.
Ese nacionalismo que anima a unos a decir que los “conquistadores” fueron poco menos que benefactores de la Humanidad (pero negando al mismo tiempo sus excesos) y aconseja a otros sacar pecho presentándose como hijos y herederos del noble Cuauhtemoc (obviando que en realidad de quienes descienden, si acaso, es precisamente de aquellos conquistadores y colonizadores como aquel puñado de aventureros europeos que acompañaron a los cien mil mochicas en el asedio y sometimiento de Tenochticlan ).
Volvemos una y otra vez la mirada hacia el pasado, lo reelaboramos, lo manipulamos, lo capitalizamos, lo blanqueamos o lo ennegrecemos según nos convenga, y a la postre lo convertimos en conveniente arma arrojadiza contra “el otro”…
Todo eso lo hacemos sin darnos cuenta de que al hacerlo, oscurecemos las miserias de un penoso presente y de un futuro cada vez más incierto.
El nacionalismo es una máquina infernal. Transforma los hechos en mitos y los mitos en odio. Procesa, reinventa y prostituye el pasado.
Y consigue hacer de la Historia un burdo instrumento al servicio de egoismo colectivo y la sinrazón social.