Hace algún tiempo, había powerpoints por todas partes. La gente se intercambiaba en la red presentaciones de todo tipo (cosas graciosas, autoayuda, poemitas…) y en las empresas no pasaba un día sin que uno tuviese que soportar la consabida dosis de aburridísimas slides por parte de algún comunicador incompetente. Ahora ya no es así.
¿Por qué están desapareciendo los powerpoints? ¿Por qué están pasando de moda?
Pues porque los powerpoints son sumamente ineficaces como instrumento de comunicación y persuasión.
¿Y por qué son ineficaces los powerpoints?
Los seres humanos estamos diseñados para asimilar un cierto formato de presentación de datos. Un formato preferentemente “narrativo”, en el que la información esté articulada como una sucesión de causas y efectos. Así es como está hecho nuestro cerebro.
Estamos diseñados evolutivamente para entender que una cosa lleve a la otra, y esta otra lleve a otra, y así hasta el final. Y esta articulación de causas y efectos es la esencia misma de la narración. No es casualidad que según alguna investigación, el 65% de las conversaciones y diálogos entre seres humanos se centren en el cotilleo y las historias sobre personas (¿comprendes ahora el éxito de la telebasura?).
Los powerpoints, con su sucesión compartimentos estancos de información, y sus insoportables “bullets”, son la negación misma de la narratividad. Desde el punto de vista neurológico, su impacto en el cerebro es parcial y limitado (al parecer, ese impacto se limitaría a las áreas de Broca y Wernicke). Sin embargo, las verdaderas narraciones involucran a instancias mucho mayores de nuestra mente, incluyendo la ínsula, que se relaciona con las emociones.
Quien despliega un powerpoint, en esencia, solo transmite palabras. Pero quien cuenta una buena historia, hace sentir cosas, convence y motiva. Los verdaderos líderes y comunicadores de todos los tiempos, han sabido que no se puede influir sobre la gente sino con metáforas, con comparaciones o con parábolas…O, ahora especialmente, con vídeos, que en realidad son la forma más depurada de lo narrativo.
Pero nunca con datos. Y mucho menos con powerpoints.